sábado, 20 de marzo de 2021

La fase superadora del relato


Por Héctor M. Guyot

Todo indica que el kirchnerismo entra en la fase del posrelato. A partir de ahora, el embate contra el Poder Judicial será tan virulento que resultará difícil darles a los hechos dirigidos a consagrar la impunidad otra interpretación que la literal. 

Hace dos semanas, en piezas oratorias de estilo diferente pero con una dosis pareja de violencia, el Presidente y la vice declararon la guerra santa contra los jueces. Ambos llamaron a salir a la carga. Tras un silencio inquietante, el nombramiento del nuevo ministro de Justicia marcó el inicio de los combates de esta segunda etapa, más explícita y desinhibida. En su primer día en el cargo, Martín Soria demostró que su fuerte no son las palabras, sino su impaciencia por pasar a la acción, atributo por el cual accede a una responsabilidad para la que no parece especialmente preparado. Poco importa: es un hombre con una única misión.

Repasemos los antecedentes. El asedio a la Justicia comenzó no bien un presidente que posaba como moderado se calzó la banda presidencial. Desde entonces, el Gobierno abrió tantos frentes como le fue posible. Sería largo volver a enumerarlos. Digamos solo que los ataques responden a dos modalidades: el impulso de cambios estructurales en el Poder Judicial y, por otra parte, la colonización hormiga de los tribunales, tanto removiendo a los jueces empeñados en cumplir con su trabajo como colocando a magistrados de la tropa propia en puntos estratégicos. La primera vía (reforma judicial, nueva ley del Ministerio Público Fiscal) está varada en el Congreso, donde el oficialismo no tiene las mayorías necesarias. La segunda es demasiado lenta. El músculo no duerme y el plan de impunidad avanza, pero no con la rapidez requerida.

De allí el paso a esta nueva fase, que es al mismo tiempo un síntoma de los límites del relato. El kirchnerismo socava a la democracia republicana desde adentro para reemplazarla gradualmente por otro sistema en el que la ley se subordina a la voluntad autocrática del líder. Para hacerlo, esconde sus intenciones en una suerte de simulacro de las formas. Con la ayuda invalorable del relato, busca dar una apariencia de legalidad a sus actos. Al no haber podido alcanzar la impunidad anhelada mediante el recurso de pervertir las formas, es posible que de aquí en más el kirchnerismo se olvide de ellas. Eso es lo que sugieren los dichos del nuevo ministro, para quien Cristina no tiene nada que ver con los hechos que se le imputan: todo es invento del lawfare. A modo de advertencia, Soria dijo sin vueltas que la vicepresidenta quiere que la Justicia la libere de culpa y cargo. ¿Qué pasará si la Justicia no encuentra las razones para hacerlo? ¿O, peor, si ha encontrado en los expedientes las razones para no hacerlo?

La búsqueda de impunidad enfrenta una resistencia que el binomio presidencial no esperaba cuando selló el pacto que dio origen a este cuarto gobierno kirchnerista. Esta resistencia parte esencialmente de jueces que no se allanan a las pretensiones del poder, de la oposición (ahora fortalecida por la reaparición de Mauricio Macri), del periodismo independiente y sobre todo de una parte muy importante de la sociedad que no se resigna a soslayar la prueba reunida en los tribunales ni a ver al país convertido en un feudo.

Este es el dilema de un gobierno que alcanzó el poder mediante un pacto de cumplimiento imposible, al menos sin dejar las formas totalmente de lado. Al priorizar sus apuros judiciales por sobre los verdaderos problemas del país, la vicepresidenta puso a Alberto Fernández en una contradicción insalvable que explica tanto la pérdida de autoridad presidencial como la deriva descendente en la que está sumida la Argentina: ningún gobierno puede gestionar de modo razonable un país mientras dinamita sus instituciones. La vacunación y la esperada reactivación económica en las que Fernández pretende apoyarse caen también bajo los efectos de la inoperancia y de esta contradicción que atenaza y define al Presidente, a la que se abrazó –hay que decirlo– por propia voluntad.

La radicalización del asedio, de cualquier modo, pondrá en una disyuntiva a los cínicos que hasta aquí la han jugado de democráticos y dialoguistas mientras acompañaban de forma activa el avance del proyecto hegemónico de Cristina Kirchner. Hasta ahora, hacia adentro, el relato tiene un doble efecto: por un lado, mantiene la sugestión hipnótica de los ingenuos; por el otro, les ofrece un recurso discursivo a quienes por interés simulan estar de acuerdo con la simulación. ¿Qué harán aquellos peronistas que no quieran inmolarse o rifar su carrera política cuando por su virulencia los ataques a la Justicia resulten de una ilegalidad manifiesta y no puedan ser maquillados? La vicepresidenta y su tropa de avanzada no parecen dispuestos a detenerse. Si mediante el forzamiento de las formas no se logró el objetivo, dejarán de lado incluso la apariencia de las formas. Será la fase del posrelato.

© La Nación

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