martes, 14 de abril de 2020

Enamoramientos peligrosos

Barbijo. Como toda herramienta, necesita de un uso racional, lógico y limitado.
Por Sergio Sinay (*)

El bisturí es un instrumento con el que se hacen cortes e incisiones quirúrgicas. Pero podría usarse también para cometer un asesinato o para cortar un pedazo de asado. El martillo sirve para clavar, para romper algún objeto o superficie o para hacer que dos piezas encajen. Con él también se le puede romper el cráneo a alguien.

Las herramientas nacen para un uso específico, pero dependen siempre de quien las utiliza. El usuario determina su funcionalidad o disfuncionalidad. La herramienta en sí no es ni mala ni buena. Quien se enamora de una herramienta a partir de un uso puntual y la cree útil siempre y para todo puede terminar, en el caso del martillo, viendo clavos en cualquier cosa y en cualquier lugar. Todo instrumento puede ser ventajoso en determinado momento y circunstancias y nocivo en otras instancias.

La cuarentena es una herramienta en la confrontación con la pandemia de coronavirus. Pero no es vacuna ni medicamento. Lo mismo ocurre con el barbijo e incluso con los protocolos de atención. Como toda herramienta, necesita de un uso racional, lógico y limitado. Sería peligroso convertirla en modelo único, sin alternativas. Los modelos únicos atentan contra la comparación, la evaluación, el cuestionamiento, las opciones e, incluso, contra la duda metódica, ese proceso propuesto por el filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650) para encontrar certezas atravesando incertidumbres a veces dolorosas y angustiantes. En síntesis, el modelo único elimina (y a menudo prohíbe) el ejercicio del pensamiento. En especial del pensamiento crítico.

Aletea el riesgo de que cuarentenas y barbijos obligatorios, y protocolos rígidos, operen como modelos únicos y que, con su aplicación, se pretenda disimular que sobre el Covid-19 se sabe poco y se tantea mucho. Enamorarse de la herramienta conlleva el peligro de que no se entienda cuándo dejar de usarla, creyendo que si sirve para una cosa sirve para todo. Preservar la salud es importante, es esencial. Pero estar físicamente sano sin trabajo, sin ingresos, sin una visión de futuro, sin saber qué ni hasta cuándo esperar puede derivar en trastornos psíquicos, emocionales y vinculares, y en depresiones profundas con consecuencias graves. Controlar que los ciudadanos cumplan disposiciones es importante, sobre todo en un país acostumbrado a vivir desde casi siempre al margen de la ley. Pero hacer de ese control un vía libre policial o un ciberpatrullaje que invade la privacidad, como orondamente confirmó la ministra de Seguridad, es enamorarse de la herramienta de un modo que solo los totalitarismos se permiten. La ministra reconoció que su frase no fue feliz, pero sabe seguramente (es académica, antropóloga) que el inconsciente existe y habla.

Enamorarse del protocolo de atención como herramienta y aplicarlo a raja cincha puede hacer olvidar que muchas personas padecen en estos días de dolencias no relacionadas con el coronavirus (algunas de ellas importantes) y son postergadas en su atención, como si sus vidas y sufrimientos fueran de una categoría inferior. Un caso estremecedor ocurrió esta semana en Villa Giardino, Córdoba, donde una mujer de 44 años murió de neumonía (sin rastros de coronavirus) luego de que se le aplicara automática y mecánicamente el protocolo por Covid-19 durante diez días penosos en los que su vida pudo haber sido salvada con solo recordar que los humanos no solo enfermamos de coronavirus. Normalmente la palabra salud no aparece en el podio de los gobiernos y ahora, que cunde el pánico, surge vinculada a un tema único y excluyente.

Enamorarse de la herramienta puede impedir ver que las circunstancias cambian y que en el mundo hay más que clavos. Puede llevar a minimizar otros malestares (al principio silenciosos, nunca virósicos en sentido literal, pero sí crecientes) que, por mucho ciberpatrullaje y controles físicos y mentales que se apliquen, no se detectan en su magnitud hasta que explotan. Así como el virus se burló de los vigilantes científicos y tecnológicos, estas tensiones sociales suelen eludir los controles políticos. Solo hay que tener memoria o, en su defecto, revisar la historia.

(*) Escritor y periodista

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