jueves, 9 de abril de 2020

El ciego, el sordo, el espejo y la balalaika

Por Isabel Coixet
La voz y la entonación del director alemán Werner Herzog hablando en inglés es lo más parecido a escuchar hablar a un cruce de tanque oxidado y comadreja. Es una voz hipnótica, que parece tener una vida propia y que serviría tanto para comentar el apocalipsis como un partido de ping-pong entre centenarios. El director ha conseguido tener una segunda vida profesional poniendo voz tanto a sus documentales (el brillante Grizzly Man) como a sus clases on-line («el story-board es para perdedores») o a personajes de dibujos animados, campañas de publicidad, cortometrajes y todo lo que le pidan.

En su último documental Meeting Gorbachev (‘Conociendo a Gorbachov’, codirigido con Andrew Singer), asistimos a un cara a cara entre Herzog y el exsecretario del Partido Comunista soviético. La satisfacción del director es evidente, se nota que admira al ruso, el cual claramente no tiene ni idea de quién es el alemán.

El documental abarca la carrera de Gorbachov desde sus inicios estudiantiles en el partido hasta hoy, con 88 años, debilitado por la diabetes, pero lúcido hasta el punto de esquivar con tozudez todas las preguntas comprometidas que le formula su interlocutor. Herzog parece un niño ante su estrella pop favorita. El documental no aporta nada nuevo al conocimiento del papel de Gorbachov en la historia de las últimas décadas ni pasará a la historia como una pieza fundamental; sin embargo, contiene fragmentos valiosísimos para entender el valor de Gorbachov al romper con un politburó formado por ancianos enfermos y seniles, cuyo entorno se empeñaba en presentar como jefes de Estado en plena forma. Las imágenes de Brézhnev entregando una medalla a Gorbachov y olvidando a mitad de entrega para quién es la medalla y el porqué de la entrega son delirantes, pero es más delirante pensar que todo el mundo veía lo que pasaba, pero optaban por no mentar la desnudez del rey. El caso de la muerte en meses sucesivos de Brézhnev, Andrópov y Chernenko es un ejemplo más. Andrópov tomó posesión de su cargo en el hospital donde pasó todo su mandato. En el hospital montaron un decorado de sala de reuniones, donde sus asesores fingían tener reuniones mientras a él lo sujetaban, en la silla y de pie, enfermeros vestidos de agentes secretos. Los sucesivos funerales montados con el peculiar sentido del humor de Herzog muestran un mundo donde cualquier atisbo de honestidad es eliminado en pos de una farsa eterna.

Herzog agradece profusamente a Gorbachov su papel en la reunificación alemana y no insiste cuando este saca pelotas fuera al ser cuestionado sobre Chernóbil. Pero todos sabemos que Chernóbil es una consecuencia directa de un sistema alérgico a la verdad y a los hechos, que se niegan de un plumazo si la verdad no coincide con los intereses del partido.  Hasta cuando la valla entre Austria y Hungría es abierta, la realidad se maquilla una vez más: los guardias que la rompieron deben reconstruirla para romperla una vez más delante de las cámaras de televisión.

Y, una vez filmado este material, es emitido como una anécdota más, tras la noticia estrella de aquel día: una plaga de babosas en los jardines de Viena. Una de las mejores definiciones del estado de las cosas en la Rusia a la que llegó Gorbachov la da él mismo: «Sentía que éramos un grupo de ciegos dándole una balalaika a un sordo a cambio de un espejo». Yo ahora mismo siento que esa definición se puede aplicar al ahora. Al menos, vayamos con cuidado, que no vaya a romperse el espejo…

© XLSemanal

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