miércoles, 6 de noviembre de 2019

El gran ganador de las elecciones ha sido el mito de la nación católica


Por Loris Zanatta

¿Quién ganó las elecciones argentinas? El primer ganador, dicen todos, es la democracia. Cierto: pacíficas, regulares, abren el camino a una transición ejemplar. Se dirá que eso es lo normal. Sí, pero dados la historia y el entorno, parece un milagro. Cuidado, sin embargo: la democracia es un juguete delicado, basado en equilibrios frágiles; el voto garantiza el gobierno de la mayoría; la Constitución protege los derechos de las minorías. ¡Ay de romper esos equilibrios!

No tendríamos que recordar nada de todo esto si los peronistas no provinieran de una escuela completamente diferente. Surgidos de una cepa ajena y hostil a la democracia liberal, tienden a interpretar la victoria electoral como un mandato divino, como el éxodo de la esclavitud a la tierra prometida. Por eso, a menudo se olvidaron de que el Estado no es su hogar, el dinero público no es su patrimonio, el Poder Judicial no es su espada redentora, los medios de comunicación no son las herramientas de su catequesis. Si esta vez no repiten ese guion, entonces sí que habrá ganado la democracia. De lo contrario, será lo mismo de siempre. El nuevo presidente electo se ha definido a sí mismo como "un liberal de izquierda". Esto es gracioso dicho por un peronista, familia política nacida para combatir el liberalismo, pero tomémosle la palabra: dicen que los caminos del Señor son infinitos. Ciertamente, ningún liberal admitiría jamás los abusos del pasado.

El segundo ganador de estas elecciones es el peronismo. Pero todos se preguntan: ¿cuál de los dos Fernández gobernará? O sea: ¿qué peronismo ha ganado? No es ningún bizantinismo. El peronismo de Alberto, simplifiquemos, es el peronismo de Perón; coherencia y tolerancia no son su punto fuerte, pero no desdeña la política y sus compromisos; detesta el capitalismo, pero sabe que tiene que lidiar con él; desprecia la globalización, pero es consciente de que la autarquía es contraproducente: es un peronismo cínico, pero pragmático. El peronismo de Cristina es el peronismo de Eva: milenario, maniqueo, redentor; es una comunidad de fieles ansiosos por lanzar cruzadas; ven la política como un campo de batalla, la cultura como arma de conversión, la política exterior como arma de evangelización; es un peronismo ideológico: al creer supremos sus fines, considera lícitos todos los medios. Lo más probable es que ambos quieran gobernar, cada uno a su manera; que comenzarán repartiéndose espacios y poderes y terminarán disputándose la presa más codiciada: la fe, la propiedad de la doctrina, la herencia del "verdadero" peronismo. Algunos sacudirán la cabeza: ¡habrá que elegir entre la sartén o el fuego! Yo no sabría cómo consolarlos.

El tercer ganador es el Papa: solo él podía unificar el peronismo, la clave del éxito. El frenético activismo eclesiástico en la campaña electoral lo dice todo: la Iglesia ha liderado la "reconquista". Se han visto escenas de otros tiempos, indignas de un Estado laico. ¿Acaso Macri y los macristas eran "moros"? Ni hablar. Es que así predica la "teología del pueblo": los "verdaderos" argentinos son los "pobres", custodios de la religiosidad popular, del alma pura de la nación corrompida por las clases medias secularizadas, las "clases coloniales". Y la casa y la Iglesia de los "pobres" es el peronismo, en los saecula saeculorum. Amén. Así que el Papa ganó: pronto rendirá homenaje a los argentinos concediéndoles la visita que hasta ahora les había negado; volverá como triunfador: la patria está redimida. Pero ahora viene la parte más delicada: era fácil unir a los fieles contra el diablo liberal y capitalista; será más difícil mantenerlos unidos en la prosaica tarea de gobernar, cuando se impondrán decisiones dolorosas y un baño de realismo.

El cuarto ganador, ¿como no verlo?, es Nicolás Maduro. Crece la cantidad de países que hasta ayer querían su cabeza y ahora están listos para perdonarle todo. Desalentador e inmoral, pero cierto: el eje panlatino que el chavismo había conducido al abismo resurge de las cenizas. ¿Tolerará los crímenes del gobierno bolivariano y el fraude electoral boliviano? ¿Guardará silencio sobre las atrocidades sandinistas y aplaudirá al paraíso cubano? Muy probable. Después de todo, es normal que sus riendas estén en las manos de un peronista argentino y un (ex) priista mexicano: está en el pedigrí del nacionalismo de ambos países.

¿Qué pasará ahora? Algunos piensan o se ilusionan con que Fernández hará lo mismo que Menem: abrirse al mundo y al mercado para estimular el crecimiento y la modernización. Sueñan. En los años 90 acababa de colapsar el comunismo, el viento liberal soplaba con fuerza, el peronismo de Eva boqueaba; más que una opción, unirse al consenso de Washington era una obligación. Hoy, es todo lo contrario: la democracia está en crisis, el populismo crece, la globalización retrocede, el peronismo de Eva husmea la venganza. Y además hay un papa argentino. Saquen las conclusiones.

Por lo tanto, hay buenas razones para creer que el gran ganador de las elecciones ha sido el mito de la nación católica, la idea de que antes y por encima de las leyes y la Constitución hay un "pueblo mítico" imbuido de ética cristiana al que las leyes y la Constitución deben responder para ser legítimas. ¿Por qué sorprenderse? ¡Gana siempre! Y cuando no gana, es tan fuerte como para inducir a los adversarios a respetarlo. Así que el nuevo gobierno tendrá que desentrañar la terrible maraña adaptándose a los preceptos de ese mito, que exalta a "los pobres", lucha contra "el capital", odia "el mercado". ¡Enhorabuena! Tan pronto como Alberto Fernández, más por necesidad que por convicción, tome medidas que el evangelio no contempla pero la realidad impone, un obispo lo retará desde el púlpito y los "pobres" lo harán desde la plaza. Hace setenta años que el mito funciona de esa manera.

O no, o algo está cambiando en el subsuelo de la sociedad argentina. Porque en realidad el derrotado también salió en cierta medida ganador. El que menos uno esperaba: Mauricio Macri. O si no él como persona, la Argentina más laica y cosmopolita. ¿Quién hubiera dicho, después de las PASO, que habría opuesto una resistencia tan fuerte? Se dirá: el mapa electoral de hoy es, grosso modo, el de 1946; la Argentina secular de las ciudades sucumbió a la Argentina peronista del conurbano y de las provincias inmersas en una eterna cristiandad hispana. Es cierto. Pero es llamativo que el peronismo unido no alcance la mayoría absoluta: su "pueblo" no es ya tan "mítico", no expresa ninguna "hegemonía", no tiene el poder omnímodo que tuvo. Esto le viene bien a la democracia argentina.

© La Nación

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