domingo, 20 de octubre de 2019

Macri, CFK y el inviable país del tercio

Por Gustavo González
En medio de los actos de apoyo, como el de ayer en la 9 de Julio, los macristas se siguen sorprendiendo: “No hay con qué darle, la gente lo quiere a Mauricio”.

Lo mismo decían los cristinistas de su líder, aun después de la derrota de su candidato en 2015: “Perdió Daniel, pero el pueblo ama a Cristina”.

Lo cierto es que tanto la “gente” de Macri como el “pueblo” de Cristina son ese tercio de la población que acompañó sus gestiones y mantuvo su apoyo hasta los últimos días.

La ex presidenta había llegado a su segundo mandato con el 54% de votos, pero cuando la multitudinaria manifestación la despidió en su última Plaza de Mayo, su imagen positiva rondaba el 30%. Un porcentaje alto para los pobres resultados económicos de ese gobierno y el desgaste de 12 años de kirchnerismo.

Macri le ganó a Scioli con el 51% de votos, pero en un ballottage en el que todo el arco anti K de la sociedad apenas superó por dos puntos al resto.

Macri y Cristina creyeron que haciéndose fuertes en su núcleo duro e incondicional podían gobernar con éxito. No lo lograron. Un tercio sirve como base sobre la cual sumar a otro 20% circunstancial de votos para ganar una elección. Pero para obtener buenos resultados en la administración de un país, con mantener aquel tercio no alcanza. Aunque siempre será suficiente para llenar plazas públicas que ratifiquen la adhesión a un líder y le sirvan a este como una caricia al corazón.

Estrategas del tercio. En plena crisis, el tercio que acompañó a Macri en las PASO y lo sigue en las plazas también es tan significativo como la imagen positiva que despidió a Cristina en 2015. La construcción de un liderazgo que consiga el 30% de seguidores aun después de una derrota es un mérito de esos líderes y de sus estrategas. Un mérito riesgoso que trae beneficios solo para quienes lideran. A Cristina le sirvió para resistir durante estos años la avalancha judicial, las críticas mediáticas y la rebelión en el peronismo. Incluso le sirvió para llegar a estas elecciones con el poder suficiente para elegir su cabeza de fórmula presidencial.

Las marchas del #SíSePuede de Macri cumplen el mismo objetivo: además de ser un intento de dar vuelta el resultado de las primarias, representan la escenificación (hacia fuera, pero aun hacia dentro del macrismo) de que el actual presidente tiene el poder suficiente para resistir los embates que vendrían si finalmente debe dejar la Casa Rosada. Es que a la hora de la retirada, la táctica del tercio demuestra que también puede resultar tan importante como lo fue para llegar al poder.

De allí que Cristina y Macri y los estrategas de ambos se hayan enamorado de esta fórmula de construcción política. Un tercio de núcleo duro les sirvió para un triple objetivo: 1) ser la base para ganar una elección, 2) darle gobernabilidad a su mandato, y 3) como demostración de fuerzas para enfrentar el despoder.

Construcción tóxica. Para cimentar sus respectivos tercios, él y ella debieron construir a la vez el tercio de enfrente, que los espejara en sentido inverso. La existencia de cada sector se justifica en función de la existencia del otro, a quien se responsabiliza además por todo lo malo que sucede.

Cada uno se considera a sí mismo como el Bien, y al otro, como el Mal. Y parte del impulso que los moviliza es vencer a ese Mal, ya esté representado por la imagen de una mujer que lideró una asociación ilícita o por un hombre que encarna a los dictadores y gobierna para los ricos.

Por eso, la decisión política de transformar las diferencias entre los distintos sectores en una grieta profunda que parte a la sociedad no es el delirio de quienes se creen llamados a liderar batallas mitológicas en contra del Mal. O no es solo eso. Es parte de una estrategia de construcción y resguardo de poder pensada para el corto, mediano y largo plazo. Un relato imaginario basado en elementos verosímiles e incluso verdaderos que prende en el inconsciente infantil que toda sociedad conserva.

El problema es que se trata de una estrategia que destruye al país. Porque no hay capital social que se construya con dos terceras partes de la sociedad que no se sientan representadas por quienes gobiernan. Sin capital social no hay confianza, sin confianza no hay inversión, sin inversión no hay economía.

Puentes, no pozos. La duda que surge ahora es si el eventual triunfo de Alberto Fernández representa una continuidad de la misma estrategia o si su elección es la rebelión de una nueva mayoría que descubrió el truco y entendió las consecuencias económicas y sociales de la grieta. Esa nueva mayoría que llevó a que Macri decidiera, tardíamente, abrir su fórmula a alguien como Pichetto, que –como Alberto– provenía de la tercera vía que expresaban el peronismo federal, el Frente Renovador y otros partidos.

La pregunta es si Alberto es la corporización de una nueva síntesis entre el kirchnerismo y el macrismo y, de ser así, si él se asumirá como responsable de conducir esa síntesis. Y, en tanto peronista, si el albertismo será la referencia peronista del nuevo tiempo, sucesora del menemismo-duhaldismo-kirchnerismo.

Macri y Cristina terminaron gobernando con ese tercio que hoy los aplaude en cada marcha, pero los cambios que requiere el país no se podrán concretar sin acuerdos que reflejen consensos más amplios.

Quienes conocen a Alberto aseguran que él irá por ese camino, pero no por considerarlo un gran estadista sino por pragmatismo puro. Ese pragmatismo incluiría la necesidad de armar una alianza de gobierno que vaya más allá del kirchnerismo, para no quedar atado al sector que le aportó su mayor caudal de votos (pero que hubiera sido insuficiente para ganar solo con Cristina o con un cristinista duro).

Si realmente la sociedad está demandando puentes en lugar de pozos y el próximo presidente no lo expresa, la mayoría que lo llevó al poder rápidamente volverá a quedar reducida a un tercio. O tal vez menos.

Es la política. La representación mayoritaria se logrará no solo con políticas pensadas para esa mayoría, sino con gestos que la representen: diálogo, búsqueda de consensos, respeto institucional, transparencia ejecutiva. Argentina tiene un grave problema económico, pero ese es el segundo de los problemas. El primero es político, y es producto de la ineficiencia para construir una amplia mayoría social que sostenga cualquier transformación económica.

El clima de época para conseguir ese consenso ya existe, y surge del aprendizaje de lo malo y lo bueno que hicieron quienes gobernaron. Hay acuerdo en vivir en un país con cuentas razonablemente ordenadas, relaciones maduras con el mundo y defensa de los derechos humanos. Con un gobierno que dé seguridad jurídica, combata el delito y la corrupción, y respete al que piensa distinto.

Seguramente mucho más de un tercio de la población aprobaría esas premisas básicas.

Antes de poner en marcha su plan económico, el próximo presidente debería aprovechar ese clima. Recién entonces estarán dadas las condiciones para salir de la crisis.

© Perfil.com

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