lunes, 19 de agosto de 2019

En busca de logros modestos que pueden convertirse en una hazaña

Lacunza-Macri
Por Claudio Jacquelin

Mauricio Macri asumió con un propósito: terminar con la excepcionalidad argentina. "Hacer un país normal", dijo al llegar a la presidencia. Concluirá su gobierno pendiente del minuto a minuto, como un programador televisivo al frente de un país imprevisible. El imperativo es intentar estabilizarlo. Otra vez. A eso debió abocarse el Presidente ahora.

Por eso, se vio obligado a aceptar demasiado rápido e imprevistamente la postergación de su rol de candidato. Y quizás a resignarlo. Las últimas 48 horas lo confirman. El imperio de la realidad.

Mientras tanto, millones de ciudadanos/televidentes siguen (y están destinados a seguir por varios meses) los acontecimientos sin poder prever lo que ocurrirá. Sin acostumbrarse ni entregarse a que esta sea la normalidad. No una excepción.

El feriado de hoy podría abrir, no obstante, algún paréntesis que el fin de semana no concedió. Al menos, se descartan nuevos cambios en el equipo (sin calificativos) de gobierno. Será un respiro parcial porque se trata de un día no laborable solo para la Argentina y el país depende demasiado de lo que hagan en otras partes del mundo, donde no habrá descanso. Sobre todo para los activos nacionales.

Los mercados dirán en el parte que emitirán durante esta jornada cómo evalúan la medicina que se le aplicó al estragado paciente con la designación de Hernán Lacunza como ministro de Hacienda. Primer test.

A partir de mitad de la semana, el flamante funcionario nacional, que aún no asumió formalmente, afrontará el riguroso examen por parte de los especialistas enviados por el Fondo Monetario Internacional.

Lacunza tiene suficientes vínculos políticos y económicos, reconocida plasticidad conceptual y manifiesta templanza emocional como para aportar algo de oxígeno. Su primera misión, más allá de las medidas económico-financieras por adoptar dentro del acotado margen de maniobra que tendrá, será transmitir que es posible alcanzar algún piso. Si bien no es un expositor enfático ni verborrágico, sí es un comunicador firme y sereno. Para estas horas, no es poco. Deberá explicar, lograr ser escuchado y resultar creíble. Déficits trillizos del gobierno macrista.

En medio de tantas urgencias impostergables, Macri procuró aprovechar la más que exigua ventana temporal interna del feriado, establecido en conmemoración de la muerte del Padre de la Patria (sin ironías). Se buscó darle a Lacunza un tiempo indispensable, aunque mínimo, para tratar de acomodarse como pueda y sobre la marcha en el sillón que deja Nicolás Dujovne. Debió armar su equipo contra reloj.

Y se sabe que el poder del nuevo ministro, que asumirá formalmente el cargo pasado mañana, es relativo. La interpretación mayoritaria dice que el recambio es en los hechos casi la primera medida de Alberto Fernández en su exótica condición de presidente virtual. Otra anomalía de la normalidad argentina.

No fue Fernández quien nombró a Lacunza, pero sí fue el candidato más votado en las PASO quien propició y precipitó esta renovación, parcial, pero más que significativa, del gabinete. Es el fruto de su descomunal triunfo, del impacto que tuvo en los mercados, de los errores de Macri en las primeras horas de su derrota y de la posterior charla que el compañero de fórmula de Cristina Kirchner tuvo con el Presidente.

La única excepcionalidad positiva para contabilizar por estas horas tal vez haya sido, precisamente, el diálogo que mantuvieron el jefe del Estado y su probable sucesor después de 48 horas de desencuentros, en los que Macri tuvo responsabilidad primaria.

Fernández, además, reforzó una posición de racionalidad económica que en la campaña no se escuchó suficientemente, tal vez porque no resultó tan explícita o porque en algunos casos parecían en contradicción con otras manifestaciones más disruptivas.

Quedó en evidencia en el ánimo social y en la reacción de los mercados que era imprescindible para reconducir un proceso político, económico y financiero que se desbarrancaba a ritmo acelerado. También quedó claro que ese diálogo era una condición necesaria, pero no es ni será suficiente para lograr alguna indispensable estabilidad.

La renovación del equipo económico no fue el único cambio sugerido por Fernández, según podría interpretarse de la ripiosa charla que mantuvo con Macri. Tampoco era el único que varios de los principales dirigentes macristas creían necesario. Pero fue el único que el Presidente concedió. Otra vez. En la oficina contigua al despacho presidencial sigue estando Marcos Peña, aunque dicen que se ofreció a desalojarla con más convicción que otras veces. Por ahora, solo se le achicaron las dimensiones y la vista.

Las últimas charlas que Macri mantuvo con los funcionarios políticos y con los dos dirigentes oficialistas de más peso y trayectoria en el oficialismo, como Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, no fueron apacibles. La de anteayer en su quinta personal de Los Polvorines (tampoco es esta ninguna ironía) tuvo momentos intensos y tensos.

Como en septiembre del año pasado, los dos jefes territoriales macristas volvieron a demandar cambios, tan urgidos ahora como empoderados por la emergencia, pero con un capital de expectativas devaluado, como está ahora la moneda nacional once meses después del fracasado intento de ambos de lograr un relanzamiento del Gobierno, que nunca encontró receptividad suficiente en Macri.

El jefe de gobierno porteño tiene motivos más que obvios para haber sido el más enfático en sus demandas y para volver a intervenir más allá de su gestión municipal, después de estos once meses en los que prefirió ser visto con el modesto traje de intendente.

La situación nacional instaló una inesperada cuota de incertidumbre respecto de la elección porteña, que a Rodríguez Larreta todos le daban por ganada con comodidad. Otro tiempo. Otros pronósticos, inimaginables hoy en días de depreciación de los augurios electorales.

Vidal no puede dejar de rumiar la multitud de sentimientos negativos que le provoca su inmolación por un proyecto nacional que, más allá del voluntarismo y la lógica necesidad de no resignarse expresada por sus referentes, aparece con demasiadas pocas chances de futuro.

A pesar de ese sacrificio ritual que la dejó casi en carácter de gobernadora saliente, Vidal, junto con Rodríguez Larreta y el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, integra el estrecho círculo de macristas que conservan cierto peso específico para protagonizar la última etapa de este mandato y, si todo transcurre como se prevé, articular la transición.

Frigerio, además de haber realizado vitales gestiones hacia dentro de la coalición oficialista y con los referentes de la oposición para evitar que todo se terminara de desmadrar, sumó otro punto. Fue el ministro del Interior quien atrajo hacia Pro al ahora designado ministro de Hacienda. Eran los años felices y esperanzadores del macrismo.

En estas horas que se cuentan por segundos, ambos deberán reforzar el diálogo que ejercitaron con la oposición en los últimos años. Uno en la Nación, con relativo apoyo de sus superiores, y otro en la provincia, con la anuencia y el impulso de su jefa.

Uno de los interlocutores de Lacunza para sacar leyes vitales fue Sergio Massa, quien se ha convertido en un actor muy relevante en la construcción del poder de Alberto Fernández y en la probable gestión presidencial.

En estos días, Massa marcó con claridad su concepción del horizonte político cronológico: "Para Macri, ni un día más ni un día menos de su gobierno". Dice que en eso coinciden no solo el candidato presidencial del Frente de Todos, sino también sus principales referentes, que se han encargado de canjearles lanzallamas por matafuegos a los más radicalizados del espacio. La orden es no equivocarse. Saben que es el Gobierno el que tiene que acertar y mucho para poder dar vuelta un camino que parece solo de ida.

Llegar al 10 de diciembre y lograr un traspaso del mando sin sobresaltos sería un primer paso para empezar a lograr un país normal. Tal vez haya que acostumbrarse y asumir, de una vez por todas, que no hay logros modestos. Para los argentinos, pueden ser una hazaña.

© La Nación

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