sábado, 1 de junio de 2019

Massa al horno

Por Roberto García
Crucigrama Massa, un acróstico indescifrable a diez días hábiles del plazo para presentar las alianzas y, luego, los participantes de las elecciones. El candidato, casi sin tiempo, se manifiesta en soledad y aparece perforado en su interior (cinco intendentes, legisladores, concejales) por un kirchnerismo que no lo combate en sus distritos a cambio de la sumisión ganadora a Cristina y su elenco. “No te hago interna, vení con mi boleta”, sería el mensaje.

Produce efecto: al senador provincial más cercano, Donofrio, se lo vio en Los Toldos con una bandera que decía “Gracias Cristina por volver”; en el mismo predio de Tigre, el alcalde Zamora ya se sacó una foto con Alberto Fernández; De Mendiguren se preocupa más por contar garbanzos electorales que por discurrir sobre el declive industrial y, en la convención de hace 48 horas en Parque Norte, tapiaron por escrito cualquier enjuague con el Gobierno para habilitar, en cambio, una negociación con Cristina.

Hasta una marca nueva, un nombre, quiso imponer Massa en su discurso: instaló Nueva Mayoría en el atril, arrebatado sin permiso y hasta copiando la tipografía al titular del dominio intelectual, Rosendo Fraga. Una forma poco imaginativa y plagiaria de reemplazar Alternativa Federal: internet da para todo.

Casilleros. La mayor complicación para los futuros comicios, sin embargo, quizá sea el propio Massa, desgastada su batería alimentaria y con escasa voluntad para ser mucamo de Cristina (ya no quedan casilleros protagónicos por llenar en la oferta K). Por demorarse le podrían donar un cargo de diputado.

No era su aspiración, aunque aducirá que dentro de cuatro años cumplirá 50 y le sobra tiempo. No será Kennedy, claro. Para colmo, la ex mandataria lo desprecia, también su hijo Máximo, que alguna vez lo tuvo como ídolo, solo por razonable conveniencia le arroja piropos el candidato Fernández. Y, en ese paquete de odios o amores perros, se incluye una tirria adicional con dos de sus pilares más cercanos: Graciela Camaño y Diego Bossio.

Se consignan dos registros obvios para justificar esta derivación periodística del traspaso a Cristina. Una vez conocido el presunto desenlace en Parque Norte y el documento emitido, ayer subió casi un 5% el riesgo país al tiempo que la mayor parte de los encuestadores estima que esta novedad política significará un aporte para el dúo kirchnerista en las PASO.

Como siempre, blanco y jarra, leche. Massa alegará que en el tercer espacio no congeniaba con Roberto Lavagna y menos lo entusiasmaba ir a la Provincia para hacerle campaña y eventualmente triunfar para un economista que estuvo a su lado y, luego, se distanció por ambición y justificaciones extravagantes como la teoría de que podía ser el cisne negro para la opinión pública.

También debe pensar que vencer en una interna a su competidor, Urtubey, no mueve el termómetro general y, al margen de las discrepancias, tomó nota de la sospechosa ausencia de Schiaretti, ahora de vacaciones (a menos que se opere de una intervención pendiente) y con sólidos vínculos en la Casa Rosada.

Ve, de pronto, fantasmas por todos lados, partidos que se juegan en otras canchas, y sus bases parecen obligarlo a caer en uno de los lados de la grieta que siempre desdeñó. Todavía dice que este final no es el que tenía previsto, “volver a la casa con mami”, como dicen los memes burlones. Y que le quedan balas en la cartuchera, que irá a las PASO.

Franquicias. Mientras, en el explotado tercio resta Lavagna, quizá la reaparición de Francisco de Narváez, a quien llaman, consultan, invitan. Cuando hay hambre, no hay pan duro. También parece que Massa lo promueve con el objetivo de unificar una lista de gobernador bonaerense para abajo de la dupla presidencial. Dudoso el juego, el empresario antaño pelirrojo –si participa– podría tentarse más con el veterano economista, que el próximo miércoles promueve un acto para mostrar que todavía respira, como el bloque de los desencantados con Macri y Cristina.

Y promete anuncios, aunque nadie sabe aún cuál es la franquicia partidaria que lo representa, no tiene partido identificatorio y ni lo conocen en algunas provincias. Pero cree en la obstinación política como recurso ganador, más cuando suenan los timbres de la inestabilidad económica. Rechaza entretanto el rumoreo de que volverá a su chacra para hacer dulces y galletitas caseras con su hacendosa esposa, Claudine. Detrás, como un factótum, insiste en alentarlo en el proyecto Luis Barrionuevo (curioso el fenómeno de este sindicalista, que respalda al candidato más viejo mientras su mujer, Camaño, acompaña al más joven).

Casi seguro no habrá internas aunque se inventaron para mejorar la democracia –Scioli ya se bajó, a ver si saca 5 puntos luego de haber obtenido casi 50 para presidente–, se ignora quién moviliza, quién pondrá el dinero de la campaña, quién pondrá los fiscales y llevará la gente a votar. Al menos en el tercer tercio que las encuestas consideran mayoritario. Afirmación discutible de los sondeos, esa incorporación dominante y ortopédica en el proceso electoral que parece democrática.

Unas pocas personas, seguramente especialistas, reducen o agrandan aspirantes, anticipan el triunfo de unos sobre otros con solo consultar a 1.200 personas. Y a buena parte por teléfono. Un verdadero milagro esa verdad que se sirve de tan poco para descubrir lo que piensan y hacen 45 millones de almas.

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