martes, 23 de octubre de 2018

La Iglesia parece dispuesta a conducir una ofensiva política


Por Loris Zanatta (*)

¡Qué poca imaginación tiene la Iglesia argentina: siempre el mismo guion! Carga contra el Gobierno. ¿La razón? No es popular, no es nacional. ¿Ganó las elecciones? No importa. Lo que importa es que no tiene "sensibilidad social". ¿Quién lo decidió? Fue un obispo, él sí tan, tan sensible. Lo dijo desde su pedestal, desde la altura de su superioridad moral: hay que "cambiar el modelo económico". Como si no fuera un pastor, sino un caudillo político cualquiera, como si su "sensibilidad" fuera la medida de todo. Y pensar que el Papa que en ese pedestal lo puso suele increpar contra el clericalismo. ¡Si esto no es clericalismo...!

Al leer las palabras de monseñor Lugones a los dirigentes peronistas, o las de monseñor Radrizzani a los sindicalistas, recordé a uno de sus antecesores: se llamaba Jerónimo Podestá, era obispo de Avellaneda y no era menos peronista que ellos. Eran los tiempos del general Onganía, un soldado católico en quien tenía grandes esperanzas. Pero cuando se sintió defraudado lo atacó. Entonces Onganía lo llamó a la Casa Rosada y le preguntó qué debería hacer. Tome la Populorum progressio y gobierne con ella, le contestó el obispo. Pobre papa Montini: era un hombre de formación liberal, un demócrata sincero, respetuoso de la saludable separación entre la esfera política y la esfera religiosa: nunca hubiera soñado que su encíclica fuera un instrumento de gobierno. Sin embargo, es lo que la Iglesia hace con Macri.

Podestá se dedicó entonces a incitar a la lucha a "la juventud maravillosa". Sus epígonos hacen lo mismo con los "movimientos sociales": no hay armas, por suerte, pero es siempre la misma receta: el "pueblo" contra los ricos en el templo. ¡Pero medio siglo ha pasado! ¿Es posible que la Argentina siga ahí? ¿Que su Iglesia sea tan primitiva? ¿Que insista en querer crear el Reino de Dios en la tierra, ignorando las tragedias causadas en su nombre? Hay obispos que tratan el Evangelio como un manual de macroeconomía: qué banalidad; uno se pregunta si creen en Dios. ¿Cree realmente la Iglesia que su "sensibilidad social" es una receta para gobernar? ¿No la roza la duda de que su "modelo económico" sea la causa, y no la solución, de las plagas del país? ¿De pobreza, asistencialismo, déficit público, inflación, corrupción, clientelismo, baja productividad, colapso de la escuela pública? ¿Quién la eligió como la conciencia moral del país? ¡Como si no tuviera enormes esqueletos en enormes armarios! Más que una Iglesia pobre, la Argentina necesita una Iglesia humilde: con predicar la legalidad y la consolidación institucional sería de gran ayuda al país.

¿Tiene la Iglesia el derecho de opinar? ¡Claro! Y está muy bien que lo haga. Pero una cosa es opinar y otra cosa es conducir la ofensiva política. ¿Es prudente de su parte? ¿Es útil para su país? Sus gestos, acciones y palabras de estos días causarían enorme escándalo en cualquier lugar. Será que con el Papa a sus espaldas se siente fuerte; que el Episcopado es compacto bajo sus órdenes; que el laicado no se atreve a exponerse contra semejante armada. Será que huele la sangre: olfatea la debilidad del Gobierno, quiere cobrar el triunfo sobre el aborto, especula sobre la crisis económica cuyas raíces profundas finge no conocer. La foto de los dirigentes alineados frente a la Basílica de Luján permanecerá en los anales. Un poco como la del Papa al lado de Nicolás Maduro: alguien deseará algún día olvidarla.

Para evitar que la ceremonia religiosa de Luján pareciera política, los obispos pidieron exhibir solo banderas argentinas. ¡Tendrían que respetar un poco más la inteligencia de la gente, no tirar la piedra pensando esconder la mano! Pero la tortilla ya estaba hecha: aquí estamos los verdaderos argentinos, querían decir esas banderas; no como los otros, aquellos que no necesitan que la Iglesia certifique su "sensibilidad". De la grieta, de la aburrida grieta que en democracia no tendría razón de existir si todos consideraran a todos legítimos, esos obispos se demostraron los mayores partidarios; es su razón de vida, porque la verdadera grieta argentina no es entre peronistas y antiperonistas, sino entre confesionales y laicos, entre los "buscadores de absoluto" que se creen dueños de la verdad y los que se manejan con el mundo por lo que es y no por lo que debería ser según los primeros.

Si más que preocuparse por Dios, la Iglesia se preocupa por administrar sus bienes y dirigir a sus hijos, entonces no es difícil comprender su estrategia política: no es tan sutil. ¿Sus metas? La primera salta a la vista: reunir el peronismo, continuando, sin imaginación, en pensar que es su salvavidas, el ancla a la que aferrarse para salvar a la Argentina de la secularización. La segunda meta también es evidente: quiere dividir el área de gobierno. ¿Cómo? Presionándola hasta el punto de inducir a una parte de ella a diluir el vino liberal en el agua bendita y de empujar a la otra, frustrada, a seguir su propio camino. Por eso podemos decir que la Iglesia lanzó prosaicamente la campaña electoral: unido su frente y dividido su oponente, piensa, la Argentina volverá al cauce de la nación católica. Como si ese cauce le hubiera brindado progreso, prosperidad, paz social y prestigio en el mundo.

Pero hay más en el cancán armado por los obispos; algo que hace adivinar detrás de ellos la mano del inquilino de Santa Marta. Se sabe que el Papa observa con angustia el retroceso de la marea rosada latinoamericana: su silencio sepulcral sobre las tragedias de Venezuela y Nicaragua dice mucho, no menos que su nostalgia por Lula y Correa, y su premura con Morales. La probable elección de Bolsonaro en Brasil, empujada además por los votos evangélicos, enturbia su sueño. ¿Cómo no entenderlo? Pero si, en una perspectiva secular, la crisis brasileña es el resultado de múltiples factores, entre ellos el legado de Lula, en la de Francisco tiene otro significado: es el más radical indicio del alejamiento de América Latina del pueblo y de la cultura católicos. ¡Es urgente reaccionar! Para el Papa y para sus voceros, hay gobiernos "populares" y gobiernos "coloniales"; la historia es historia de la salvación, es una guerra eterna entre nosotros y ellos, el bien y el mal. ¿Quizá la caída de los gobiernos "populares" no comenzó con la elección de Mauricio Macri en la Argentina? Así, bajo el papa argentino, la Argentina redescubre el destino manifiesto que su Iglesia siempre le ha asignado: el de liderar la revancha católica.

¿Qué busca la Iglesia? ¿Le interesa la fe o el poder? ¿Le importa el bien de la Argentina o solo el de sus fieles? Y entre ellos, ¿se preocupa por todos o solo por algunos? En realidad, se diría que su único objetivo parece ser preservarse. Se sabe: toda gran organización termina, con el tiempo, por ser gobernada por una lógica de autoconservación. ¿Es tan escandaloso pensar que esto se aplique también a la Iglesia, la organización más grande, compleja y antigua del mundo? Conozco la objeción: no es una empresa multinacional; sobre ella vigila el Espíritu Santo. Será. Pero incluso los más fieles se habrán preguntado qué tiene que ver el Espíritu Santo con Hugo Moyano.

(*) Ensayista y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia

© La Nación

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