lunes, 22 de octubre de 2018

Entre Macri y la Iglesia de Bergoglio, nunca tan mal


Por Claudio Jacquelin

Nunca la relación entre la Iglesia del Papa argentino y el gobierno de Mauricio Macri fue armónica, pero jamás las diferencias habían llegado tan lejos. Tampoco las rispideces fueron tan profundas ni las distancias habían sido tan largas entre ambos, como las registradas durante este año y, sobre todo, en estos últimos días. Justo en los momentos en que el macrismo atraviesa los tiempos más difíciles de su gestión y su imagen muestra récords de caída.

Las recientes manifestaciones y acciones de tres prominentes obispos, dos de ellos de indudable cercanía con el Papa resultaron demasiado elocuentes. Primero, fueron nuevas críticas a la política económica del gobierno. Luego, hubo cuestionamientos a las decisiones de la Justicia respecto de exfuncionarios kirchneristas y líderes sindicales investigados por corrupción y otros delitos. Finalmente, llegaron las insólitas muestras de cercanía y protección a varios de ellos, especialmente a los sospechados y sospechosos Hugo y Pablo Moyano .

La secuencia tiene perplejos y molestos hasta a los miembros del Gobierno más cercanos al mundo eclesiástico. También, una buena parte de los fieles católicos miran azorados y en algunos casos con desagrado su injerencia y participación en las cuestiones cívicas del país y el cobijo de varios prelados a figuras altamente cuestionadas.

En el Episcopado hacen silencio público y en off the record dicen que esas situaciones no reflejan la opinión de toda la jerarquía eclesiástica. Toman distancia de la recepción al líder camionero, justo cuando un fiscal reclamaba la detención de su hijo. También justifican con formalidades la misa "por la paz social, el pan y el trabajo", celebrada en Luján por al arzobispo Agustín Radrizzani, en la que hubo durísimas críticas al modelo económico oficialista y a la Justicia. En esa celebración recibieron la bendición, en primera fila, los Moyano, el exgobernador Daniel Scioli , los jefes cegetistas, varios ex funcionarios kirchneristas, miembros de La Cámpora, referentes del justicialismo bonaerense y numerosos sindicalistas. Una reunión de peronistas que el 17 de octubre no logró unir.

Pese a la distancia que por lo bajo buscan tomar desde la cúpula eclesiástica, presidida por monseñor Oscar Ojea, a nadie escapa que entre el Gobierno y la curia argentina, moldeada por Jorge Bergoglio desde Roma, hay un choque cultural, para usar una terminología de estos tiempos. Entre la cosmovisión que expresa Macri y la que inspira la Iglesia hay diferencias radicales. La práctica política y la crítica realidad económica no ha hecho más que ahondarlas.

La historia de vida, la perspectiva política y las relaciones personales de muchos de los principales obispos argentinos tienen pocos anclajes en el actual gobierno y notables diferencias con el sentido de sus políticas. Por el contrario, abundan los puntos de contacto con el universo panperonista y, en cierto sentido, muchos de ellos terminan coincidiendo con el kirchnerismo, que considera a la actual administración un paréntesis histórico de un orden nacional y popular que ellos pregonan y encarnan. A su entender, el macrismo representa una anomalía liberal, antinacional y antipopular en el devenir de "la nación católica", como diría el intelectual italiano Loris Zanatta.

Si se repasa la historia de los dos jerarcas que recibieron con particular deferencia a Moyano en estos días, parecen quedar pocas dudas. El titular de la pastoral social, monseñor Jorge Lugones, es hermano del exinterventor de la policía bonaerense en tiempos de Eduardo Duhalde, y tío del exintendente peronista de La Plata, Pablo Bruera, a quien los vecinos afectados por la inundación de 2013 aún recuerdan con escaso afecto. También es tío de Mariano Bruera, con problemas con la justicia y a quien el exjuez Cesar Melazo, actualmente detenido, excarceló de manera cuestionable.

Lugones ya había sido particularmente duro en junio pasado frente a dos funcionarias oficialistas de clara cercanía con la Iglesia, como la gobernadora María Eugenia Vidal y la ministra de Desarrollo Social de la Nación, Carolina Stanley. Ante ellas, que habían concurrido como invitadas a unas jornadas de la Pastoral Social en Mar del Plata, el obispo puso en duda lisa y llanamente la sensibilidad social del Gobierno.

El arzobispo de Luján-Mercedes, Agustín Radrizzani, anfitrión de los gremialistas, políticos peronistas y dirigentes sociales que promovieron la misa devenida en multitudinario acto opositor, siempre fue considerado un obispo cercano al "campo nacional y popular". De su época de obispo de Neuquén conservó lazos con el ex secretario general de la presidencia del kirchnerismo, Oscar Parilli, y supo mantener una más que cordial relación con el matrimonio Kirchner, aún en las épocas del conflictivo vínculo de Néstor y Cristina con el entonces cardenal Bergoglio. Solía elogiar y agradecer públicamente a ambos, al amparo del aporte del gobierno nacional a la restauración de la histórica basílica. En su diócesis se encuentra el famoso convento donde el ex secretario de Obras Públicas, José López, dejó los bolsos con casi nueve millones de dólares.

Por si faltara un vínculo más directo con el Papa, deben contabilizarse las críticas al Gobierno recientemente expresadas por uno de los hombres a los que más escucha el pontífice y que más influye sobre él tanto en términos teológicos como políticos. El obispo de La Plata, Víctor "Tucho" Fernández había precedido a Radrizzani el viernes 5 de este mes cuando participó de una oración por la paz junto con dirigentes sociales como Emilio Pérsico y sindicalistas claramente anti macristas como el docente Roberto Baradel.

En el macrismo miran con preocupación esta deriva de los obispos y los que mantienen su pertenencia a la Iglesia dicen no entender las fotos y los gestos "con algunos de los personajes más cuestionados y rechazados de la política". Pero todos prefieren no hacerlo público. No están en condiciones de tener que afrontar más problemas, menos con actores con tanta influencia. Además, después de lo que le ocurrió a Vidal y Stanley no quedan muchos más interlocutores viables, sobre todo por la recurrencia y el estrépito de los hechos nuevos, que se producen después de algunas señales enviadas por el Episcopado para distender la situación.

Un factor extra aporta el cambio registrado en la Secretaría de Culto, tras la salida del experimentado y probado político católico Santiago de Estrada. Su lugar fue ocupado por un macrista de baja densidad política: el joven Alfredo "Frechu" Abriani, que ya había ocupado ese cargo en la gestión porteña.

En los sectores más laicistas de Cambiemos las opiniones son mucho más cáusticas y podrían resumirse en la calificación que hace del Papa argentino un irreverente politólogo, que goza de influencia en un sector de la coalición oficialisa: "En lugar del vicario de Cristo en la Tierra, a veces Bergoglio parece el vicario de Perón en la tierra".

Los cuestionamientos y la distancia con el Vaticano y sus representantes locales, no impiden que en estos sectores también se haga autocrítica por la forma en la que el Gobierno ha manejado ciertas políticas públicas.

Las huellas del aborto

"No hay que desatar procesos que no se está dispuesto a conducir, porque siempre terminan mal". Esa podría ser la enseñanza que dejó el llamado al referéndum que hizo el ex primer ministro inglés David Cameron y que terminó en el Brexit y de la que en el gobierno de Macri nadie parece haber tomado nota cuando habilitó el debate, sin adoptar una posición al respecto, sobre la legalización del aborto.

"Los grandes problemas hay que afrontarlos y no eludirlos". La frase la dijo el premier británico para justificar la consulta que terminó con la traumática y aún no saldada decisión británica de salir de la Unión Europea. Podría ser del presidente argentino. Es lo que pensó y dijo cuando decidió en febrero de este año impulsar el tratamiento de la interrupción voluntaria del embarazo. Al final, el proyecto concluyó con el rechazo en el Senado, pero aún no se cerró el tema y dejó abiertos más conflictos que los que había antes de que empezara a debatirse en el Congreso.

Los impulsores del aborto le reprochan ahora al macrismo la falta de decisión y definición. Y algunos lo acusan de haber boicoteado la legalización. La Iglesia católica, el resto de las confesiones y sus fieles más conservadores le recriminan haber abierto el debate y ponerlo a las puertas de la aprobación. Ahora unos y otros le pasan facturas.

La Iglesia encuentra en la crítica situación económica un atajo para cobrarse esa y otras cuentas que vienen de más lejos y son más profundas. El kirchnerismo en su totalidad, buena parte del peronismo político y sindical y otros adversarios del Gobierno lo aprovechan y lo celebran. Pero es posible que el conflicto resulte muy costoso para todos.

© La Nación

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