martes, 4 de septiembre de 2018

Motivos ocultos y caballerosidad maldita

Por Javier Marías
Hace ya mes y medio que concluyó el Mundial de fútbol, pero nos dejó, en su despedida, un par de imágenes hacia las que vale la pena volver la vista, o eso creo. Justo antes de los dos partidos finales, la FIFA emitió una prohibición, con amenaza de multa si no me equivoco. Desde hace no mucho está a su frente un italiano, Infantino, que sustituyó al corrupto y al parecer bebedor Blatter, el cual se había eternizado en el cargo como todos sus predecesores.

Así que, si la tradición se mantiene, el mundo del fútbol sufrirá a este Infantino varias décadas. Si digo “sufrirá” es por la prohibición a que me he referido: las cámaras de televisión planetarias debían abstenerse de sacar planos de mujeres vistosas o agraciadas en los estadios, “porque” —y el motivo aducido es lo más idiota de todo— “tienen como propósito atraer a los espectadores masculinos”, y por lo tanto son machistas o sexistas o las dos cosas.

O sea que, de no ser por estos fugaces vislumbres de chicas, los hombres no se pondrían ante el televisor ni locos. Resulta que los varones nunca han estado interesados en admirar las evoluciones sobre el césped de veintidós mozos esmerándose en dominar la pelota y meter goles, sino que se han tirado hora y media ante el aparato —eso si no hay prórroga— a ver si captaban brevísimamente la imagen de una chica guapa: su motivo oculto. Bueno es saberlo, al cabo de tanto tiempo. Lo que no ha especificado la lumbrera Infantino es: a) si las cámaras pueden sacar a aficionadas feas o entradas en años (lo cual sería probablemente discriminatorio); b) si se deben permitir planos de niños, no vaya a ser que eso atraiga a los espectadores pedófilos; c) si las muchachas atractivas no estarían tentando también al público lesbiánico; d) si las imágenes de hombres jóvenes (muchos a torso descubierto) no serán un señuelo para las mujeres salaces y los homosexuales varones; y e) si se debe prohibir enfocar a los futbolistas mismos, en el caso de ser apuestos y atléticos, por si acaso. Mejor que no se televise nada. Lo más sorprendente de esta sandez censora es que ha sido aplaudida por algunos columnistas masculinos, que implícitamente han reconocido ser unos “salidos” enfermizos y haberse pasado la vida viendo partidos para atisbar mujeres. Eso, o son de ese género bajo que prolifera hoy tanto, los hombres que les hacen la pelota a las mujeres. Lo cierto es que en la Final la imagen fue su ausencia: apenas si hubo, en efecto, planos de las gradas. De nadie.

La otra fue la entrega de la copa y las medallas. Sobre una tarima, las autoridades: Putin, Macron, la Presidenta de Croacia Kolinda Grabar-Kitarović, el talentoso Infantino y otros que no sé quiénes eran. Empezó a llover a lo bestia, una de esas cortinas que, si nos pillan en la calle, nos obligan a guarecernos a casi todos. Los jugadores están acostumbrados, pero no los paisanos. Al cabo de un par de minutos, apareció un esbirro con un paraguas, con el que cubrió… a Putin, que en Moscú era el anfitrión, para mayor grosería. Éste no le indicó en ningún momento a aquél que mejor protegiera a alguno de sus invitados, por hospitalidad al menos. Durante un par de minutos el único a salvo de la ducha fue el ex-agente de la KGB, famosa por su falta de escrúpulos. Por fin aparecieron dos o tres esbirros más con sendos paraguas, que sostuvieron sobre las cabezas de Macron, Infantino y otros. Así que durante un rato todos estuvieron a resguardo menos Kolinda G-K, mujer afectuosa: con su camiseta de la selección croata enfundada, abrazaba con calidez —quizá por astucia— a todos los futbolistas, a los suyos y a los rivales franceses.

Ante lo insólito de la situación —para mí, que soy anticuado—, dudé entre atribuirla a que la vieja caballerosidad ya ha sido erradicada del mundo, y a varios calvos o semicalvos les traía sin cuidado que se empapase la única persona con larga melena rubia (Kolinda G-K estaba hecha una sopa), o a las consignas actuales que tildan de machista cualquier deferencia hacia una mujer. Cubrir en primer, segundo o tercer lugar a la Presidenta habría sido de un sexismo intolerable, así que se la abandonó hasta el final deliberadamente (para cuando le llegó su paraguas, daba lástima). Más allá del indiferente sexo de las personas, hay una cosa que se llamaba educación, urbanidad o cortesía, que a la mayoría solía impelernos a ceder el paso a cualquiera (mujer u hombre), a ceder el asiento en el metro o el autobús a quien menos le conviniera permanecer de pie (mujer u hombre), a no empezar a comer hasta que todos los comensales estuvieran servidos (mujeres y hombres), a proteger con paraguas a quien más lo necesitara, por llevar ropa ligera, por tener una edad a la que los resfriados se pagan caros o por lucir larga melena frente a un grupo de calvos conspicuos sin riesgo de que sus cabellos parezcan estopa tras un buen rato de jarreo. Si todo esto se ha abolido, no vaya a ser uno acusado de machista, fascista, paternalista, elitista, discriminatorio o civilizado, más vale que lo comuniquen con claridad las autoridades, aunque sean las de la estupidísima FIFA. 

© El País Semanal

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