domingo, 20 de mayo de 2018

Vidal-Macri: planteo a solas en Olivos

La trastienda de la reunión entre el Presidente y 
la gobernadora bonaerense, su hija política.

Por Gustavo González
El encuentro fue el sábado 12 de mayo en Olivos. A solas. Tuvo lugar en medio de la corrida bancaria y tras el anuncio de que se recurriría al FMI en busca de un crédito salvador. Mauricio Macri recibió a María Eugenia Vidal con la sonrisa que siempre le muestra cuando la ve. No es su hija biológica, pero sí su hija política. Detrás de la gobernadora estaban, sin estar, las figuras del sector político del PRO.

Aquellos que no son empresarios, ni CEOs, ni técnicos, ni economistas. Políticos como el ministro Frigerio o el jefe de Diputados, Monzó. Y también Rodríguez Larreta.

Podían haber ido todos, como fueron luego. Pero acordaron que, si iba solo ella, Macri entendería que no habría especulaciones ni otra motivación detrás de lo que le iba a plantear. Vidal le llevó dos puntos centrales. Se fue con un sí y con un “no, por ahora”.

El primero era abrir el juego a los sectores políticos y empresarios para transmitir el mensaje de “juntemos a los que no desean que al país le vaya mal (quiere decir: todos, menos los kirchneristas) porque si nos va bien ganamos todos”. El tender puentes hacia esos sectores incluía tenderlos antes hacia adentro mismo de Cambiemos. Recomponer relaciones con los heridos de estos dos años y medio de gestión, como Sanz o Monzó.

Es la parte del plan a la que Macri dio un OK inmediato y que se puso en marcha esta semana, como se vio en los encuentros que tuvieron lugar en Olivos y la Casa Rosada.

La segunda idea a debatir que llevaba Vidal era más delicada. Se trataba de una mirada crítica por la forma en que se estaba conduciendo la crisis cambiaria. Por un lado, la duda sobre la eficiencia de la multiplicidad de ministros de esa área (Hacienda, Finanzas, Producción), y dos subjefes de Gabinete (Lopetegui y Quintana), que tienen más poder que los ministros aunque en lo formal están por debajo. También el titular del Central, Federico Sturzenegger, estuvo en la mira por su manejo de la corrida.

El Presidente habría respondido que no a la posibilidad de cualquier cambio en zonas tan álgidas. Pero más por el ruido que eso generaría en las autoridades del FMI, en plenas negociaciones por el préstamo, que por un espaldarazo presidencial a algunos de los involucrados.

Ligado a lo anterior, la gobernadora promovió un fuerte achicamiento de ministerios, para generar un ahorro importante y, sobre todo, enviar a la sociedad el mensaje de que el compromiso de bajar el déficit comienza por las estructuras políticas. También en este caso hubo un “no, por ahora”.

Otro ADN. Vidal transmitió el resultado de la reunión a quienes la habían instado a ir. La pregunta que quedó flotando entre los referentes del PRO es si Macri de verdad tomó nota de la trascendencia de su rol político y la necesidad de diálogo hacia adentro y hacia afuera de la coalición gobernante. O si es apenas una táctica obligada que descartará cuando la economía lo permita.

El rol de la gobernadora fue clave en estas semanas. Dos días antes de su reunión con Macri, se había encontrado con Monzó. El diputado venía de anunciar, imprevistamente, que no renovaría su banca en 2019. Tras cerrar esa grieta, y junto a Rodríguez Larreta, elaboraron las propuestas que le elevaría al Presidente.

Vidal y Rodríguez Larreta llevan el ADN del macrismo en la sangre, pero son muy distintos a los otros socios fundadores. Ninguno de ellos fue CEO o empresario. Él es economista, pero solo tuvo un cargo de analista en la firma Esso. Hijo de un importante dirigente desarrollista, toda su vida estuvo orientada a la administración pública y a la política.

Ella es una hija de la típica clase media argentina que se inició en la política justamente en el grupo Sophia, que fundó Larreta. Y conoce, desde su adolescencia, el espíritu del trabajo social en sectores carenciados. Ambos entienden que gobernar es algo muy distinto a administrar empresas. Que lo hagan mejor o peor es otra cuestión.

Están tan profundamente ligados a Macri que cuando se habla del “sector político” del PRO no se los incluye (como sí a Frigerio y Monzó). Pero su fidelidad al líder no les impidió desarrollar en sus distritos un juego propio en el que la negociación con opositores y grupos sociales es habitual en tiempos turbulentos.

¿Qué hacer con lo que hay? Hoy, el Gobierno juega con tres cosas a su favor:

1) La sociedad parece juramentada a no volver a 2001, a otro final de un gobierno no peronista en medio de una crisis general.

2) Una mayoría social tampoco quiere regresar a otro pasado: el del kirchnerismo.

3) Ese kirchnerismo le dejó una situación económica compleja, pero con bajo endeudamiento externo que ahora aprovecha.

Y con otras tres en contra:

1) El fin de la era de tasas bajas en los Estados Unidos.

2) Una sequía seguida de inundaciones que le restan cerca de US$ 7 mil millones del campo a las arcas de este año.

3) La histórica dolarización del país, que traslada a los precios cualquier incremento de la divisa.

A favor y en contra, son factores que exceden lo malo y lo bueno que el Gobierno puede hacer por ahora.

Pero existe algo que el Presidente sí puede hacer y que es de su excluyente responsabilidad: hallar los puntos en común que sepan unir los intereses de distintos sectores de la sociedad, la política y el mundo de las empresas y el trabajo para construir ciertos consensos básicos de corto y largo plazo.

Ese es el arte de la política.

El momento justo para hacerlo era tras las elecciones de octubre. Quizá no antes, porque era difícil construir ese consenso sin ratificar el predominio macrista con un triunfo electoral nacional, en especial sobre Cristina Kirchner.

Pero sí se podía después del avance de Cambiemos en todo el país y con Macri saliendo de esos comicios con una imagen superior al 50%.

Magnánimo. Claro, hay que sentirse muy seguro para entender que eso hubiera representado más poder, no menos.

Dicen que el rey magnánimo es aquel que demuestra generosidad y grandeza de espíritu. Eso es lo que parece, pero no lo que es.

La magnanimidad es la jactancia de quien se cree superior y desde allí imparte benevolencia hacia los que menos poder tienen. Macri estaba en condiciones de haber tenido esa actitud a finales del año pasado. Le habría servido para avanzar con transformaciones económicas consensuadas. Además, la mayoría hubiera interpretado esa magnanimidad como el gesto noble de alguien que está más allá de las pequeñeces de la política.

El jefe de Estado se maneja muy bien como el rey magnánimo de los CEO. Allí sí se siente seguro y superior. Arma equipos, escucha, se deja convencer, no teme rectificarse y promueve nuevos liderazgos. Pero no tiene la sintonía fina de la política. Su inseguridad en ese terreno lo hizo encerrarse, después de ganar octubre, entre técnicos y economistas que no saben más que él de política.

Sus dos “cables a tierra” eran, y son, Marcos Peña y Jaime Duran Barba. El primero lo suaviza ideológicamente y le aporta cierta sensibilidad de gestión: “Es quien más me hace cambiar de opinión”, reconoce. El segundo le lleva el pulso de las encuestas y el análisis de las expectativas sociales. Es Duran Barba quien repite que los timbreos con Macri no se hicieron para mejorar su imagen, sino para mejorar a Macri.

Y en el Gobierno, algunos creen que el mejor Macri vendrá en su segundo mandato. El problema es que antes debe ser reelecto.


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