lunes, 21 de mayo de 2018

Cien años de literatura futbolera

Se cumple un siglo de la publicación del primer cuento de fútbol. Lo escribió Horacio Quiroga sobre un hecho real: el 
suicidio de Abdón Porte, figura de Nacional de Montevideo.

Abdón Porte, el jugador uruguayo que se suicidó en el campo de juego porque había
perdido su lugar en el equipo. Horacio Quiroga escribió un cuento sobre el hecho.
Por Cristian Vázquez

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Hasta donde sé, no es exagerado afirmar que la literatura del fútbol nació en el Río de la Plata. El primer cuento futbolero lo escribió un uruguayo, Horacio Quiroga, y se publicó en una revista con sede en Buenos Aires y fundada y dirigida por un uruguayo, Constancio C. Vigil. La revista era Atlántida, que en su número 11 —aparecido el 16 de mayo de 1918— incluyó el relato “Juan Polti, half-back”. 

Se basaba en un hecho real: el suicidio de Abdón Porte, figura de Nacional de Montevideo. Este episodio se había producido un par de meses atrás, la noche del 5 de marzo, dos días antes de que el primer número de Atlántida saliera a la calle.

Parado en el centro del campo de juego del Parque Central, el estadio del Club Nacional de Football, Porte se pegó un tiro en el corazón porque supo que había perdido su lugar en el equipo. Tenía en la mano una nota que decía: “Nacional aunque en polvo convertido / y en polvo siempre amante / no olvidaré un instante / lo mucho que he querido / Adiós para siempre”. Quizá sean esos versos, y no el cuento de Quiroga, el origen de la literatura futbolera. Una de las tribunas del Parque Central lleva hoy el nombre de Abdón Porte. Al equipo tricolor, que se jacta de ser “decano del fútbol uruguayo y primer equipo criollo de América”, cada vez que juega en su casa lo acompaña una bandera que reza: “Por la sangre de Abdón”.

Muchos años después, otros escritores de renombre recordaron su dramática historia. Eduardo Galeano escribió “Muerte en la cancha”, un breve texto que forma parte de su libro El fútbol a sol y sombra, de 1995. Enrique Vila-Matas escribió “Corazón tan tricolor”, que se publicó por primera vez en 2008 en el diario El País, de Madrid. Un año después, un libro editado en la capital española —titulado Morir de fútbol— reunió los tres textos, con un prólogo de Gonzalo Suárez, otro amante de las letras y la pelota.

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La literatura de tema deportivo no es en absoluto un fenómeno reciente. Ya en la Grecia antigua Píndaro compuso odas triunfales para los vencedores de las Olimpíadas. Pensar a los deportistas como verdaderos héroes es un mecanismo muy enraizado en nuestra cultura. “Efímeros dioses, que antaño eran cromos y ahora son camisetas”, dice Gonzalo Suárez en su prólogo al referirse a los futbolistas. Y señala un problema que sufren muchos de ellos:

“Algunos adquieren pronta fama. Creen tener el mundo a sus pies cuando lo que tienen es un balón. El mundo solo se parece al balón en que es redondo y rueda. Por lo demás, la diferencia esencial es que al balón le das patadas y el mundo te las da. La patada más dolorosa es siempre la última que recibes, por supuesto. Esa que Abdón Porte no supo soportar”.

En ocasión del centenario de la muerte de Porte, muchos especialistas uruguayos hablaron de los riesgos de la exaltación de su figura y, sobre todo, de su gesto final. Uruguay lidera un triste ranking: su tasa de suicidios es la más alta de América Latina. “Hay que tener cuidado con estos mensajes y criticar activamente el suicidio, sin estigmatizar al que se suicida”, le dijo al diario El Observador, de Montevideo, la psicóloga Silvia Paláez, directora de la ONG Último Recurso, dedicada a la prevención del suicidio. “Esa bandera que dice ‘Por la sangre de Abdón’ —añade la experta— puede ser entendida como que está bueno poner la sangre (para defender una camiseta de fútbol). Y ese mensaje no es adecuado”. 

Más allá de esas apreciaciones, en marzo Nacional estrenó una camiseta roja en homenaje a “la sangre de Abdón”. En la espalda tenía su retrato, el número 100 y una frase que generó quejas entre los hinchas, porque no era la original de la nota de Porte sino la de Juan Polti, el personaje de Quiroga (“Que siempre esté adelante / el club para nosotros anhelo / Ahora y siempre el club gigante / Viva el Club Nacional”). El Torneo Apertura del fútbol uruguayo, que comenzó en febrero y concluyó hace algunos días, se llamó “Sr. Abdón Porte”. Nacional, como correspondía, fue el campeón.

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En Dios es redondo, uno de los libros sobre fútbol más bellos que se han escrito, Juan Villoro apunta que “el fútbol es, en sí mismo, asunto de la palabra. Pocas actividades dependen tanto de lo que ya se sabe como el arte de reiterar las hazañas de la cancha”. Encuentra allí la respuesta a por qué no hay grandes novelas de fútbol: 

“El sistema de referencias del fútbol […] contiene en sí mismo su propia épica, su propia tragedia y su propia comedia. No necesita tramas paralelas y deja poco espacio a la inventiva de autor. Esta es una de las razones por las que hay mejores cuentos que novelas de fútbol. Como el balompié llega ya narrado, sus misterios inéditos suelen ser breves. El novelista no se conforma con ser un espejo, prefiere mirar en otras direcciones. En cambio, el cronista (interesado en volver a contar lo ya sucedido) encuentra ahí inagotable estímulo”.  

Por ello, no es extraño que el primer cuento de fútbol surja a partir de un hecho cierto, la crónica ficcionalizada de un drama real. Una historia de la literatura del fútbol no puede omitir las crónicas. Y, como sabemos, a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos. Vigil dejó de editar Atlántida, aquella que publicara el primer cuento de fútbol, en mayo de 1919, y ese mismo mes fundó El Gráfico. Gracias a sus crónicas y fotos, esta revista se convertiría en “la Biblia del deporte”, y su influencia en la masificación y en el modo de entender el fútbol fue enorme no solo en Argentina y Uruguay, sino también en muchos otros países de Latinoamérica.

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La historia de los mundiales de fútbol empieza en el lugar exacto donde cayó muerto Abdón Porte. El 13 de julio de 1930 se jugó allí, en el Parque Central, el primer partido del primer Mundial. La final fue el clásico del Río de la Plata: Uruguay vs. Argentina, que ya se habían disputado el oro olímpico en la final de Ámsterdam dos años antes. Las dos veces ganaron los bravos uruguayos, como también le ganarían a Brasil dos décadas más tarde en el Maracaná, un triunfo mítico, digno de las odas de Píndaro.

El mes que viene, en Moscú, a 13 mil kilómetros del Río de la Plata, comenzará otro Mundial. El vigesimoprimero. El primero sin El Gráfico, que se dejó de editar en enero de este año. Y mientras lo esperamos, y mientras seguimos aguardando la gran novela hispanoamericana sobre fútbol (quizá la mejor que existe hasta ahora fue escrita lejos de nosotros: El ángel del fútbol, del danés Hans-Jorgen Nielsen, publicada en 1979), es bueno homenajear los orígenes. Y recordar que si Horacio Quiroga —uno de los más extraordinarios escritores de su tiempo— decidió contar la historia de Abdón Porte, sin sospechar que inauguraba una especie de subgénero, no fue solo porque el fútbol fuera ya un deporte popular, sino por lo que había de humano en ella. Eso, el factor humano, es lo que se destaca de las grandes historias, lo mismo que de los grandes partidos y los grandes equipos.

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