jueves, 14 de septiembre de 2017

Soluciones

Por Fernando Savater
Hace años solía asistir a reuniones de periodistas de verdad, no aficionados como yo, que debatían algún asunto problemático de la actualidad para ver cómo enfocarlo editorialmente de manera constructiva. 

Se le daban muchas e inteligentes vueltas a la cuestión, a veces hasta llegar a lo que parecía un callejón sin salida.

Entonces mi añorado amigo Javier Pradera carraspeaba: “Bueno, a ver qué se nos ocurre, pero nada de decir que debe buscarse una solución imaginativa”. Y es que recurrir a esa fórmula ya raída o a otra parecida encubre la falta de ideas presentándola como una respuesta concluyente... que corre a cargo de otros.

Uno salva su alma enunciando lo que se necesita y culpabiliza al prójimo por no proporcionarlo tal como se le indica.

Algo parecido ocurre cuando frente a un conflicto de intereses de largo recorrido y que ya ha alcanzado un punto de encono grave, incluso en ocasiones trágico, un alma inspirada afirma como quien ha descubierto la piedra filosofal que hace falta diálogo.

O más diálogo, porque diálogo siempre hay, por él empiezan precisamente las desavenencias. Lo que el diálogo puede resolver nunca llegará a mayores, pero hay cosas que empeoran cuando se pretende dialogar sobre ellas sin tomar en cuenta si se dan las condiciones, que son de tres clases: a) de tema; b) de respeto mutuo a cierto marco común que no se pone en cuestión; c) de cualificación de los interlocutores.

Los que a pesar de todo siguen repitiendo el mantra del diálogo como si fuese un conjuro, bloquean las soluciones por miedo o pereza a afrontarlas.

© El País (España)

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