lunes, 21 de agosto de 2017

Macron o el turbio amor del graduado

Por Manuel Vicent
Físicamente hay decenas de miles de franceses cortados por el mismo patrón. Alguien parecido a Macron, con un aire de profesor de instituto de provincias, lo puede contemplar en una escena de sobremesa en cualquier película francesa ante un vino tinto y una tabla de quesos entre amigos que porfían en decir ingeniosas frivolidades. Si por fuera tiene un cuerpo tirado a troquel, que no parece haber ido más allá de la gimnasia sueca, en cambio, Macron esconde bajo el flequillo de su amplia frente un cerebro penetrado por una inteligencia seductora, adornada con los créditos más apreciados. 

Bachillerato en el liceo Henri IV de París, título de Filosofía en la Universidad de París- Nanterre, tesis sobre Hegel, graduado en el Instituto de Estudios Políticos y en la Escuela Nacional de la Administración, pero literariamente lo más atractivo del personaje no son los diplomas sino su secreta e inquietante historia de amor febril, que se inició en el colegio de jesuitas La Providence, en Amiens, donde nació en 1977 y estudió las primeras letras.

No se sabe de quién partió la seducción. Lo cierto es que la profesora de arte dramático, Brigitte Trogneux, hija de una acaudalada familia propietaria de una fábrica de chocolates y de macarrones, casada y con tres hijos, se enamoró de su alumno adolescente, el más brillante de la clase, llamado Emmanuel Macron, al que le llevaba una diferencia de 25 años y no cejó hasta casarse con él. Comenzaron viéndose los viernes furtivamente fuera de clase con la excusa de escribir una obra de teatro y terminaron liados en el clásico enredo entre el joven graduado y la mujer madura, que hizo saltar por los aires un matrimonio burgués con un formidable escándalo provinciano.

La atracción amorosa continuó cuando Macron, convertido ya en un alto funcionario multiuso y de ideología izquierdista totalmente adaptable ejercía a la vez de banquero en la Banca Rothschild, de colaborador de Nicolás Sarkozy y de François Hollande, quien lo nombró ministro de Economía y Finanzas. Era el político de izquierdas preferido de los franceses cuando de pronto un día proclamó: "La honestidad me obliga deciros que ya no soy socialista". Como quien ha recibido una revelación se puso en marcha en busca del santo grial de la nueva política y finalmente lo encontró bajo la sagrada forma del Centro Democrático. Este político de 39 años, en realidad era un centrista incluso de cuerpo entero, de estatura media, rostro agradable, pero anodino, con las patillas a la altura exacta.

No se había equivocado. Resultó que el Centro Democrático era la mejor parrilla de salida hacia la Historia. Ganó las elecciones presidenciales, pero Macron parece saber que a la Historia hay que echarle a veces una mano. Lo demostró en ese paseo simbólico que realizó en su presentación como presidente elegido. Mientras avanzaba a solas aquella noche midiendo los pasos durante tres minutos hacia la tribuna emitió al mundo sin palabras este mensaje: solo soy un demócrata, camino bajo los acordes del Himno de la Alegría hacia un destino común, no por el Arco de Triunfo de la derecha, ni por la Bastilla de la izquierda, sino por la explanada del Louvre, un lugar emblemático del centro, que une a Francia con el resto de Europa.

Con la tonalidad de un alto tecnócrata intercambiable pronunció sus primeras palabras, que sin duda se llevará el viento. Nada que no fueran las promesas rituales de moralizar la vida pública, defender la vitalidad democrática y la economía de mercado, refundar nuestra Europa y garantizar la seguridad de los franceses. Después de gritar ¡viva la República, viva Francia! se dio a sí mismo un toque de distinción: se dirigió a un lado del escenario para abrazar y besar a su mujer Brigitte, rodeada de siete nietos, y con ese gesto literario selló ante el público una bella y morbosa historia de amor. Si la profesora y el colegial enamorados no escribieron entonces la obra de teatro, la Historia se ha encargado de escribirla por ellos, sin que se sepa todavía si se trata de un drama o de una comedia. Días después Donald Trump saludó al presidente de Francia dándole la mano prepotente y a la vez esquiva, pero Macron la retuvo, tiró de ella, ambos forcejearon y finalmente el francés le dobló la muñeca. Así empieza el carisma.

© El País (España)

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