domingo, 6 de agosto de 2017

Lo que calla esta campaña de silencios

Por Jorge Fernández Díaz
El chavismo ha reconocido repetidamente la influencia ideológica del primer Perón, pero lo cierto es que éste prefirió irse a desatar un derramamiento de sangre. Algunos intelectuales kirchneristas le exigen ahora a Maduro que meta bala como aquella juventud sindical le reclamaba a Perón que exterminara a los "zurdos" insurrectos de los años 70; esa segunda vez, el General no se hizo rogar: persiguió a sangre y fuego a los montoneros y a los trotskistas del Ejército Revolucionario del Pueblo que lo desafiaban.

Muchos militantes de la izquierda peronista que repudiaron el militarismo de Montoneros, que luego se integraron a las tradiciones republicanas y que confraternizaron con las socialdemocracias del mundo, que defendieron la libertad y los derechos humanos y que lucharon contra toda violencia política, contra el terrorismo de Estado y contra el partido militar, convalidan hoy un régimen militarizado que desprecia a las centroizquierdas por "reformistas", que viola las instituciones "porque son trucos de la derecha", que ejerce la represión estatal con ejércitos siniestros y grupos parapoliciales y que además practica el asesinato de estudiantes, el encarcelamiento de opositores y la censura de disidentes. A esto se agrega el hecho de que la izquierda peronista democrática soñó siempre con una gestión virtuosa que no hambreara al pueblo, desgracia que alcanzó solita y sola la administración bolivariana, a pesar de que el "imperio norteamericano" continúa comprándole el petróleo para que siga subsistiendo en medio de sus autoinfligidas calamidades.

El triunfo de la revolución cubana puso de moda el guevarismo, y éste penetró el movimiento peronista con resultados trágicos en los años de plomo. El triunfo del "socialismo del siglo XXI" en Venezuela, auspiciado por los cubanos, puso de moda el populismo autoritario en América latina e infestó un peronismo que tenía tradicionales vicios populistas, pero al que hasta entonces no se le había ocurrido la absurda idea de volver al 45 y que había evitado juiciosamente radicalizarse. Ese peronismo se mezcló con antiguos estalinistas (Diana Conti se jactó de serlo aun después de aceptar las masivas carnicerías de Stalin) y con fascistas de manual que los habrían "cazado" con gusto durante los momentos álgidos del setentismo. Néstor hablaba pestes en privado de Chávez, pero su viuda cayó hechizada por el lenguaraz, y de hecho su último gobierno siguió los consejos del comandante y extremó posiciones como nunca se había visto desde la restauración democrática de 1983. Fue como si imaginariamente ella les dijera a los viejos simpatizantes de la izquierda peronista y a algunos marxistas leninistas reconvertidos que su evolución democrática era resignada, y que debían retroceder a los "patrióticos" casilleros jacobinos de la juventud. Muchos lo aceptaron emocionalmente, sin reflexión profunda, puesto que nada se añora tanto como volver a ser joven y no hay nada más amargo que la intemperie para alguien que perdió la fe. Estos izquierdismos recargados que se habían sumergido en las aguas depurativas del glamour del fracaso (perdimos porque éramos los mejores) decidieron de pronto que Venezuela era una meca y, ahora para no admitir aquel grueso error, combinan la ceguera con una denuncia antiimperialista que no tiene ningún asidero en la realidad. Pudieron abandonar a Perón, pero no consiguen abandonar a Maduro. La soberbia se lo impide.

Existe una simpática frivolidad en muchos progresistas que siguen hablando de la dictadura del proletariado, pero no soportan la menor transgresión de lo políticamente correcto. Escrutado a fondo, ningún progre que se escandaliza por el machismo, el maltrato a los animales o la xenofobia del lenguaje podría justificar hoy en día lo que de verdad significa una revolución: mordazas, purgas, prisión y fusilamientos de seres humanos. Los progres defendían las ocurrencias de La Habana, pero se cuidaban de no vivir bajo esa incómoda opresión, y ahora sostienen con alegría inflamada la receta de Caracas, aunque desde los acomodados barrios de Buenos Aires, donde al menos no escasea el papel higiénico. Desde el triunfo de Alfonsín, la simpatía por Cuba era folklórica; en cambio, la adhesión al chavismo es menos inocua, porque una subsidiaria ideológica llegó a encumbrarse en la Casa Rosada, porque retiene importantes parcelas institucionales y porque amenaza con ganar las elecciones bonaerenses y regresar al poder.

La existencia de este proyecto contrario a la república, enmascarado porque es piantavotos, perturba toda la democracia y les imprime tensión a la política y a la economía. Todos tienen miedo: los peronistas "traidores", los jueces, los periodistas críticos, los empresarios y, sobre todo, millones de ciudadanos de a pie que sólo anhelan un país normal. Ese miedo se palpa en el aire y se traduce de diversas maneras (también en la compra de dólares o en la renuencia de los inversores a poner plata hasta que escampe) y constituye un fenómeno relativamente nuevo en nuestro país. Contrariamente al sentido común y la convivencia política, el cristinismo formula en secreto una autocrítica insólita que toma el camino inverso: en lugar de reconocer que la performance económica resultó mala y que los avances sobre las instituciones fueron excesos inadmisibles para esta sociedad, han llegado a la conclusión de que su derrota se debió a que fueron demasiado flojos con el enemigo; se prometen a sí mismos ser más impiadosos en el próximo turno. La opción por el "antisistema" explica la deslegitimación que le imprimen a Cambiemos y la negativa a cualquier tipo de acuerdo parlamentario con el gobierno constitucional y con los otros bloques legislativos. Estamos en presencia de una facción cuyo fin último es doblegar al resto, excluir a los discrepantes y no participar jamás del sistema de partidos políticos ni del sanador juego de las alternancias.

Es por todo esto que muy pocos kirchneristas alzaron la voz para castigar las aberraciones del chavismo y que nadie reprendió a Hebe de Bonafini, que esta semana escapó de la gran estrategia de simulación del corderito patagónico y manifestó el deseo cristinista de acallar de una vez por todas a los medios de comunicación: "¿Cómo podríamos hacer para tapar los canales? -se preguntó-. ¿No podemos poner algún pibe que invente poner negro todos los canales que tienen ellos?". Tampoco casi nadie reprobó las palabras de Guillermo Moreno: "¿Viste las mujeres radicales el olor que tienen?". Imaginemos a un dirigente del oficialismo diciendo lo mismo sobre las mujeres peronistas y tendremos una idea del nivel de escándalo que a esta altura habría en nuestra patria, y también del tamaño de la hipocresía que experimentamos. Y que se refuerza con estas palabras antológicas: "No queremos que le vaya mal al Gobierno". La Pasionaria del Calafate se está haciendo adicta a las bromas sublimes. Hace unos días, en vísperas de la sesión para proteger a Julio De Vido, alguien muy cercano a ella les transmitió a sus "soldados" del Congreso una sentencia mucho más honesta: "Vamos a demostrarles a todos quién tiene el poder y después de las PASO vamos a demostrarles quién tiene la calle". El asunto prenuncia la organización de una escalada de conflictividad justo cuando parece que por fin ha comenzado tímidamente la reactivación. Todo sea para que la bandera bolivariana triunfe en octubre. Ése es el gravísimo secreto a voces que calla esta campaña de silencios.

© La Nación

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