domingo, 6 de agosto de 2017

Acerca de la utilidad de la idiotez

Por Guillermo Piro

Tengo mucho respeto por los idiotas. Los idiotas son meros errores de la madre natura, no agradecer su existencia equivale a rechazar la utilidad de los errores. La naturaleza, que no es infalible, avanza y crece en base a la prueba y el error. Los idiotas son esas pruebas, los errores sin los cuales no podrían existir los aciertos posteriores. 

La frenología es una pseudociencia según la cual las funciones psíquicas de los individuos dependen de zonas particulares del cerebro y de la conformación exterior del cráneo. Sus cultores, los frenólogos, son justamente quienes se dedicaron en la segunda mitad del siglo XIX al estudio de la relación entre la anatomía y la psiquis. Idiotas.

Antes de que cayera en el olvido y fuera mundialmente desacreditada, la frenología sirvió para desarrollar teorías delirantes como la de Cesare Lombroso en Italia, Paul Julius Moebius en Alemania y Louis Allen Vaught en los Estados Unidos, cuyas investigaciones, básicamente, los llevaron a considerar que un criminal era tal en virtud de su conformación física, y que por lo tanto cualquier rehabilitación o cualquier intento de volverlo inocuo para la sociedad era imposible. En 1902, Vaught publicó Vaught’s Practical Character Reader, un libro ilustrado con el que pretendía explicarle al mundo los principios básicos de la frenología y, por lo tanto, compartir el difícil arte de juzgar a una persona por sus rasgos físicos. Vaught citaba cuarenta rasgos característicos de las personas y el modo en que ciertas formas del cráneo y del rostro los hacía manifiestos.

En el libro, por ejemplo, explica que el rostro de una persona puede dividirse en tres, frente, nariz y mentón, y que el desarrollo de cada parte individual corresponde a un cierto rasgo particular de la persona: la frente alta para una persona intelectual, la nariz grande para una persona fuerte, el mentón prominente para alguien que goza de buen apetito. Pero las descripciones poco a poco se vuelven más minuciosas e implican cosas como la distancia entre la nariz y el labio superior, la forma de las cejas o cierta curvatura de la nariz. La frenología puede tener poco rigor científico, pero es muy divertida: dice Vaught que la inclinación de las cejas sugiere inclinaciones criminales y el corte de la nariz puede indicar cierta idoneidad en determinadas áreas particulares del quehacer humano, como por ejemplo en la contaduría.

Vaught trabajó toda su vida en el Instituto de Frenología de Chicago. En determinado momento de su vida, a comienzos del siglo XX, poco después de haber publicado de su propio bolsillo esa obra maestra llamada Vaught’s Practical Character Reader, quiso conocer a Mark Twain y estrechar su mano. Twain pasaba en aquellos años una época de depresión profunda: en 1896, su hija Susy había muerto de meningitis; su esposa había enfermado en 1903 y se trasladaron a Italia, buscando un clima más cálido que el de Riverdale, Nueva York, donde habían vivido hasta entonces; se hospedaron en Villa di Quarto, en las afueras de Florencia, hasta que su hija Olivia falleció en 1904 de un paro cardíaco. Ese mismo año, pocos meses después, se presentó Vaught para entrevistarse con Twain. Es probable que a pesar de haber sido publicado sólo dos años antes el escritor conociera el Vaught’s Practical Character Reader, porque a través de un mensajero le hizo saber al frenólogo que no pensaba recibir en su casa a semejante imbécil. Eso entristeció mucho a Vaugth, que no se consideraba imbécil en absoluto. Pero lo tranquilizó analizar sus propios rasgos y descubrir que bajo la espesa barba el hoyuelo en la barbilla denotaba cierta inclinación a la melancolía y la tristeza. Con lo cual se quedó tranquilo.

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