jueves, 29 de diciembre de 2016

Velocidad

Por Manuel Vicent
Para dulcificar el insomnio acostumbro a oír tangos. Sus letras melancólicas me ayudan a navegar la noche, pero en medio de esos amores malevos que canta Carlos Gardel, a veces elaboro inútiles disquisiciones que añaden más confusión a la oscuridad y entonces me duermo. Para conciliar el sueño, a altas horas de la madrugada, con música de tango, pienso, por ejemplo, si la fórmula e=mc², energía es igual a materia por velocidad al cuadrado, con la que Einstein expresó la Teoría de la Relatividad, se puede aplicar también al espíritu humano, ahora que la física cuántica y el telescopio Hubble están ya invadiendo el terreno de la teología.

Nada puede viajar por el universo a la velocidad de la luz ni a una superior a ella, según el postulado de Einstein, que nadie discute. Solo si un objeto no tuviera masa, como los fotones, podría trasladarse a 300.000 kilómetros por segundo.

Mientras Gardel vuelve con la mente marchita de no se sabe dónde, pienso que si el alma humana existe, solo si no tiene masa y por tanto tampoco tiene peso, podría ir al cielo o al infierno a la velocidad de la luz cuando con la muerte se separe de tu cuerpo.

Pero no está demostrado que el alma exista, sobre todo que la tengan algunos hijos de perra, y por otra parte si el paraíso y el infierno están situados en un punto extremo del universo, sin duda, tardará miles de años luz en llegar; en cambio estos pensamientos inanes con los que paso la noche, que tampoco tienen peso alguno, congelan el tiempo y el espacio y superan la velocidad de la luz porque al recordar alguna magdalena de Proust de mi niñez la vuelvo a vivir en la memoria y si pienso en la estrella más remota de la última galaxia, solo de pensarla, ya estoy en ella; aunque de esa estrella se vuelve, como Gardel, con la mente tan marchita y cansada que uno enseguida se queda dormido.

© El País (España)

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