sábado, 13 de febrero de 2016

No es House of Cards, es Vikingos

El peronismo desorganizado mantiene la lógica final del saqueo. El riesgo Macri: no contar con un ejército propio.

Por Ignacio Fidanza
En las oficinas de la Jefatura de Gabinete se deleitan mirándose en el espejo de la serie de Netflix, House of Cards, un producto para clases acomodadas que caricaturiza las supuestas intrigas refinadas del poder en Washington DC. 

Mucha alfombra roja, diálogos sofisticados y maquiavelismo pret at porter.

Es el backstage de consumo interno y para el “círculo rojo”, del despliegue público de la estética Obama-Kennedy que los equipos de Marcos Peña inoculan aquí y allá, entre desprevenidos y complacientes. Se trata de la construcción del Relato M. Donde hubo politización extrema ahora hay familia y glamour chic estilo Hola.

Sin embargo, la realidad argentina sólo asemeja la sofisticación europea o washingtoniana en la imaginación de quienes idealizan ese mundo. Si se trata de series, acaso sería mas apropiado detenerse en Vikingos, que retrata los años del asedio de los entonces invencibles guerreros daneses a una primigenia Inglaterra.

La lógica simple de estos guerreros era el saqueo. No tenían rey, aunque varios se autoproclamaban, y vivían una compleja realidad de alianzas inestables, enfrentamientos y acuerdos. Cualquier parecido con la situación actual del peronismo no es casual.

El Gobierno celebra por estas horas la multiplicación del liderazgo peronista o mejor dicho, la crisis incipiente que afecta a la conducción de Cristina Kirchner; con Sergio Massa entrando y saliendo en un complejo juego político con gobernadores, intendentes y otros líderes partidarios. Con Moyano golpeando y negociando, con los senadores mostrándose comprensivos, casi amigos de toda la vida, hasta que giran sobre su eje y piden más coparticipación, pero eso sí, que no sea un “toma y daca”, sino un acuerdo de “gobernabilidad”, que queda más lindo.

Se trata a simple vista de un escenario favorable para el oficialismo, es verdad, que logra así acercarse al quórum en un Congreso que no domina. Pero cuidado, que los vikingos estén divididos no significa que no coincidan en una pulsión común: el saqueo. Incluso, el juego de sobornar a algunos y postergar a otros para conseguir paz o al menos tiempo, puede alimentar una peligrosa dinámica, que espiralada genere un ejército –en contra- de perros hambrientos.

No se trata de metáforas. María Eugenia Vidal tuvo que entregarle 10 mil millones extras a los intendentes peronistas para que le voten su presupuesto. Sergio Massa se llevó la Legislatura bonaerense para él sólo -2.400 millones- más lugares en el Bapro, Acumar y otras posiciones menos expuestas, lo que por sí es todo un indicio sobre la solidez de su compromiso con el Gobierno.

La apuesta de Macri parece ser, como la de los sajones, edificar un Estado moderno que por su propio peso haga retroceder a los vikingos. Es decir, acomodar la macroeconomía y volver a crecer, generando empleo, obras públicas e inversiones. ¿Pero qué sucederá si ese tránsito no es tan suave ni inevitable como se sueña? ¿Si la inflación no se acomoda en los tiempos que se enuncian y el crecimiento no llega antes de fin de año? ¿Si el capital, siempre cobarde, retacea su participación?

Es por eso, que los Estados se edificaron aquí y en casi todos lados, con un ejército detrás que combatió e impuso su idea política. Engolosinarse con la actual división peronista es acaso creer que la mitad de la premisa del PRO para construir gobernabilidad –de eso hablamos- es el todo.

Nada sustituye la fuerza propia. 

© LPO

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