miércoles, 30 de septiembre de 2015

No todo es lo mismo

Por Gabriela Pousa
Nada sucede y todo está sucediendo…, esa es la ambigüedad que caracteriza a este escenario preelectoral. Como nunca antes, un gobierno elegido por el pueblo ha cometido tantos errores. Podría hacerse una larga lista de hechos aberrantes que sepultarían cualquier posibilidad de permanencia kirchnerista. Cristina tiene razón: “No fue magia” fue ineficiencia, robo, descaro y horror. Sin embargo, esto es Argentina y nada parece mover el amperímetro de manera significativa. No.

Ni la muerte del fiscal Nisman, ni las inundaciones fruto de la falta de obra realizada, ni la seguidilla obscena de la cadena nacional lograron definir la elección en los sondeos y estudios de opinión. Claro que una cosa es lo que se dice a un encuestador y otra muy distinta puede ser lo que se hace luego en el cuarto oscuro. De dobleces y falsedades sabemos demasiado los argentinos. Nadie votó a Carlos Menem, nadie votó a Cristina Kirchner pero ambos terminaron siendo presidentes…   

Es muy probable que estemos debatiéndonos entre la apatía que nos ha dejado un sinfín de desilusiones, y el “todos son iguales” que como slogan político acarrea alto peligro. No todos son iguales. Ninguno es Jesucristo pero algunos son Judas vendiendo por monedas la dignidad y la decencia. De todos modos, que el candidato oficialista encabece las encuestas habla peor de la sociedad que la dirigencia. ¿Qué película estamos viendo?

No cabe duda que el árbol no deja ver el bosque, y las doce cuotas para la tecnología, que cuesta tres veces lo que cuesta afuera, idiotiza. Ni siquiera altera ya ver las pruebas que involucran a un candidato con el narcotrafico, todo se ha naturalizado hasta dejarnos paralizados frente al más grande de los escándalos. Se ha impuesto una cultura zombie donde se acepta cualquier cosa, y es así como estamos viviendo un clima social enrarecido donde todo es lo mismo, y hasta lo más vulgar es tomado como un “hecho artístico”.

Lo que antaño era vandalismo, un graffiti en la entrada de una vivienda, hoy lleva el mote de “arte callejero”, lo que hace suponer que un borracho ensuciando una pared, en Argentina, es un artista. Rebatir semejante dislate nos sitúa inmediatamente en la vereda del resentido que no comprende que los tiempos han cambiado. Habría que explicar que el paso del tiempo es admirable en el progreso, no en la decadencia o en la aceptación ciega de lo que venga.

En este trance de tener que aceptar lo inaceptable, aparece Daniel Scioli como candidato potable por el solo hecho de no haber gritado en un debate. Ahora bien, el problema es que no debate, no que no haya gritado… Ahí es donde la gente pierde el foco y pifia a la hora de sopesar pro y contra de los presidenciables.

Lo mismo sucede con Sergio Massa cuando muestra sus “pilotos de tormenta” y aparece medio ex gabinete kirchnerista asegurando que otorgarán el 82% móvil a los jubilados, aumento a los docentes, etc. ¿Cómo creerles si, ayer no más, cuando eran gobierno todo lo que hoy ofrecen lo negaban? Si se confía en Massa o en Alberto Fernández, el gran censor y manipulador de medios del kirchnerismo, el problema no son ellos sino el pueblo. Massa es de algún modo el Martín Lousteau de esta elección.

No pidamos a los dirigentes que hagan lo que debe hacer la gente porque una cosa es la política y otra muy distinta la ciudadanía. La brecha entre ambas no es nueva y es tan real que se la palpa incluso en la temática que desvela a unos y a otros.

Mientras los políticos sopesan qué imagen dar y con quién sacarse una foto, los ciudadanos están pendientes de que los chicos lleguen sanos y salvos de salir un sábado, por poner un ejemplo cualquiera. Hay una labor intrínseca que compete a los dirigentes, y otra muy distinta que debe ser llevada a cabo por la gente. Los primeros deben ofrecer salidas a este laberinto de decadencias, y los segundos deben hacer memoria y separar la paja del trigo para que el voto no nos etiquete lisa y llanamente como idiotas.

Y acá referimos a la clase media por sobre todo, pues sería injusto pedirle al indigente del Chaco (que vimos que no tiene una cama ni para acostar a un bebé, ni una cebolla para la sopa) que se ocupe de hacer memoria o de entender la brutalidad del clientelismo que para ellos es la posibilidad de dar de comer a sus hijos.

Algún día la política entendida como “mantenimiento de la pobreza” para el uso proselitista debería entrar en la categoría de los delitos de lesa humanidad, pero estamos culminando un gobierno que solo otorgó derechos a los victimarios… Hemos llegado a tal punto que un terrorista de los 70′ es ovacionado o se le premia con un cargo.

El regreso a la normalidad llevara décadas pero hay que empezar a desandar el camino porque de lo contrario, cuando menos nos demos cuenta estaremos debatiéndonos entre unitarios o federales, habiendo descartado la civilización y optado por la barbarie.

No todo es lo mismo, no todos son iguales.


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