domingo, 6 de abril de 2014

El kirchnerismo propicia el Far West

Por Jorge Fernández Díaz
Obligados a representar la candente actualidad del kirchnerismo en un salón de arte contemporáneo, podríamos crear una instalación con una cosechadora que quiebra y un cohete que no despega. No es posible explicar el drama de los últimos tres años sin aludir a esa desdichada combinación de ampulosidad marketinera con incompetencia funcional.

Para la aventura espacial viajaron un ministro y un secretario de Estado hasta la plataforma de lanzamiento con la idea de vivir un hecho histórico y quedar retratados en la estampita. Hay que imaginar sus caras cuando vieron elevarse dos metros a la saeta, y una fracción de segundo después, cuando la vieron estrellarse contra el suelo. Toda la argentinidad está cifrada en esa tragicómica escena, puesto que los científicos que trabajan en el proyecto Tronador II son eficientes y honestos, pero la política que los envuelve es oportunista y banal. Un ensayo frustrado sin la presencia del ocupadísimo gabinete nacional hubiera sido sólo eso: una prueba errada de la que sacar algún aprendizaje. Con esos figurones se transforma en la repetida historia de la Argentina Potencia, presta prematuramente a despegar y lista para hacerse pedazos.

El acontecimiento tiene un innegable aire de familia con aquel prototipo de cosechadora que le estacionaron a la presidenta de la Nación en la explanada de la Casa Rosada. Cristina Kirchner fue llevada de la mano a ese show mediático por Sergio Urribarri, y lo que pretendían transmitir era la idea de un gobierno que fomentaba la tecnología de avanzada y que se aprestaba a conquistar el Continente Negro. El periodismo le advirtió que esa empresa entrerriana, que prometía 18 cosechadoras a Angola, tenía algunos problemitas operativos y financieros. Pero claro: la prensa miente y siempre está buscando el pelo en la leche. Pequeña digresión: ¿y para qué podría estar el periodismo si no fuera para señalar lo que anda mal? ¿Para qué quiero un inspector de lácteos si no me advierte que puedo tragarme un pelo, para hacerle propaganda al tambo?

El asunto es que esta semana un juez decretó la quiebra de la compañía que nos iba a ayudar a seducir al África profunda. Es interesante revisar las opiniones técnicas que tenía sobre la cosechadora de Cristina el principal proveedor de esa firma: "Era un infierno de piezas, con bajísimo nivel técnico. El diseñador no tenía ni un solo plano. No les importaba nada, era un mejunje de masilla y cartón, todo para llegar a la fecha de la presentación. La cosechadora se caía sola, se empezaba a descascarar. Era una vergüenza".

No creo que le salga gratis este blooper al ambicioso Urribarri. Si yo fuera la gran dama, y me viera ridiculizado por culpa de esta pícara operación, llamaría por teléfono al delfín, le llenaría la cabeza de rayos y centellas, y luego lo tacharía de la nómina. Pero es difícil creer que ella sea del todo inocente en este traspié: el episodio lleva el sello de una administración enviciada por el excelso arte de vender humo y acostumbrada a autoinfligirse tiros en los pies.

Esa misma ineficiencia ramplona, siempre oculta detrás de un discurso pomposo, explica la impotencia kirchnerista para articular una política de seguridad. El kirchnerismo osciló durante estos diez años entre la demagogia de las leyes de mano dura (Blumberg) y las prácticas de mano fofa (Zaffaroni), y últimamente quiere hacernos creer que no hay nada entre la estación del linchamiento y el gatillo fácil, y la estación de la inmovilidad y la anomia. Lo que no hay son ideas, voluntad política y capacidad gestionaria. La inseguridad es un fenómeno planetario, pero existen muchos países que despliegan estrategias eficientes y democráticas. El tren tiene muchas estaciones intermedias sin necesidad de apagarse en el andén o descarrilar en la terminal.

Reconocida puertas adentro esa grave falencia, vienen los adornos y coartadas. La seguridad depende de cada gobernador y distrito, y las excarcelaciones son culpa del Poder Judicial. Esta fórmula tranquilizadora coloca al gobierno federal, que es el más unitario de toda la era democrática y que actúa de hecho a la manera de una aspiradora de fondos provinciales, como un actor secundario. Poncio Pilatos se lava las manos al ritmo de Fuerza Bruta. Pero eso no es todo: además compra por conveniencia ideologías del "buenismo progre". Veremos que de progre eso no tiene nada, y que las socialdemocracias del mundo no discuten la firmeza con que el Estado debe intervenir para que la sociedad no recaiga en la ley del más fuerte.

Este kirchnerismo de última generación es un peronismo inédito que les habla a las minorías. Específicamente, a ese grupo seudointelectual que mira la pobreza desde Palermo Hollywood. Ellos creen que la delincuencia es hija de la inequidad del sistema capitalista. Por lo tanto, los delincuentes son víctimas de la desigualdad. ¿Qué derecho moral tenemos entonces de castigarlos? Lo único que podemos hacer es seguir luchando por la inclusión y la educación: esto nos permitirá reducir la miseria. Toda represión es una forma de acción derechista; las cárceles no arreglan nada y la policía genera violencia. Y este terror, el "medio pelo" se lo tiene merecido, por aferrarse a su mercancía y a su propiedad, y desinteresarse por los pobres.

Estos argumentos no carecen de alguna razón. Es cierto que la desigualdad promueve el delito, pero ¿no es desastroso que después de una década de crecimiento a tasas chinas éste no haya menguado? El modelo nacional y popular propició la consolidación de la marginalidad, y permitió que la penetraran el clientelismo, la barrabravización y el narcotráfico. También es responsable de que sus policías continuaran pegadas a las mafias y de que sus cárceles siguieran siendo indignas. La educación tuvo una fuerte inyección presupuestaria, pero la escuela pública cada vez tiene menos calidad y expulsa más alumnos.

Odiadores folclóricos de clase media, a la que pertenecen en el mejor de los casos (sus dirigentes son multimillonarios y andan en helicópteros y autos blindados de alta gama), estos muchachos tienen además una visión tilinga de la pobreza. Mucho antes de que los linchamientos llegaran a Palermo, se ejecutaban casi a diario en las zonas más pauperizadas del conurbano. Claro, los medios no llegaban a esos sitios poco glamorosos y entonces los hechos aberrantes permanecían invisibilizados. No hay nadie más impiadoso con los delincuentes que un trabajador pobre a quien lo asaltan, vejan y aventajan, y quien decide defenderse por las suyas o con ayuda de sus vecinos. El kirchnerismo propicia el Far West.

Distintas encuestas realizadas esta semana demuestran que quienes tienen las posiciones más irreductibles contra el delito se encuentran en el proletariado. En la Zona Metropolitana, el 80 por ciento considera que los linchamientos se deben a la ausencia del Estado y el 77% opina que el Gobierno está perdiendo el control de la situación. Este grupo ideológico ha aislado a Cristina del sentido común, y la ha hecho caer en una política paradójica. En materia de seguridad, el cristinismo es hoy anarcoliberal: que cada uno se arregle como pueda.

El error es tan flagrante que da pasto a oportunistas de sentido contrario. No podemos engañarnos ni comprar en esta materia cohetes que no despegan o cosechadoras que no cosechan. Esta será la peor herencia que recibirá el nuevo gobierno. Y no habrá curas mágicas. Sólo décadas de inteligencia, tesón y cuidado. ¿Podrá la Argentina chapucera con semejante desafío?

© La Nación

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