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Por Ignacio Fidanza |
Aunque se podría sintetizar en lo más obvio: Cristina supo leer en la campaña por su reelección lo que pedía la sociedad, pero una vez confirmado el resultado prefirió emprender un estrafalario camino hacia la revolución camporista, que o no supo ser explicado o la mayoría de los argentinos no compartió.
La confesión de su voto por el FIP del querido Abelardo
Ramos de la izquierda nacional de los 70, explica mucho de lo que sucedió con
la primera mitad de su segundo mandato. Sugiere un origen posible para esa
radicalización, ese chavismo al uso nostro, ese camporismo pasado de moda, ese
batido letal de mala gestión, intolerancia militante y acumulación de problemas
a la intemperie. Un remix desacompasado del presente acaso la encandiló.
Solo faltaba un catalizador que pusiera en blanco sobre
negro el divorcio progresivo entre el relato oficial y la migración del votante
que respaldó a Cristina en el 2011. En las primarias detonó esa realidad y
ahora todo promete ser peor para octubre. Porque se trata de un desencanto y se
sabe que hay pocas furias más genuinas que la de los desilusionados.
Ejemplo: En un reciente focus group realizado por el
oficialismo en una de las provincias más importantes, para ver de qué manera se
podía achicar la brecha para octubre, el resultado fue demoledor. Se trabajó
con una muestra exclusiva de votantes de Cristina del 2011, el público que el
oficialismo intenta reconquistar. "Es tremendo el rechazo a la
Presidenta", es la traducción digerible del resultado de ese trabajo.
Cristina es una política profesional y contra la pared tomó
nota de la novedad. No hay día que pase sin que tire lastre por la borda:
Ganancias, giro en el discurso sobre la inseguridad, suba de facturación para
monotributistas, fondos para obras sociales sindicales, diálogo con gremios y
sindicatos.
Sumergida en un rush de anuncios, va desmontando a velocidad
de vértigo sus argumentos de años. Está bien, es el movimiento razonable. Pero
la gran pregunta es: ¿Será demasiado tarde? Y la pregunta está mal formulada.
¿Demasiado tarde para qué? Para enderezar una gestión, nunca es tarde. Para
ganar las elecciones o perder por menos, puede ser.
Ese viejo tema
Un componente esencial de los sucesivos triunfos del
peronismo es que esa fuerza concentra un atribuyo casi excluyente en la
política argentina actual: Garantía de gobernabilidad. Que se entienda, no de
buen gobierno, sino de existencia de gobierno. Aunque en un punto ambas cosas
están vinculadas y existe una exigencia mínima de calidad que conviene no
perforar.
La denuncia de Carrió viene a poner en duda ese activo. La
diputada ensayó un paralelismo forzado, Cristina es Isabel Perón, el peronismo
involucionó a los 70 y el escenario de derrota del Gobierno en octubre abre un
período de lucha fratricida que culminará en la destitución de la Presidenta,
con un gobiernos e transición, acaso dirigido por Scioli que culminará en el
2015 en elecciones generales para consagrar a Massa presidente.
Carrió es un caso interesante: Visualiza de manera muy
anticipada los trazos gruesos de los procesos políticos -acaso mucho antes que
sus pares-, pero el gusto por la retórica dramática la lleva usualmente a
"enriquecer" esas intuiciones para favorecer su ingreso en la agenda
pública.
De manera que es un tema delicado. Desoírla por completo
suele ser un error, tomarla al pie de la letra también.
Por otro lado, lo humano impacta en sus diagnósticos. Carrió
está muy enojada con Massa porque le "robó" a Adrián Pérez, el
diputado que ella misma calificó como su "hijo", su heredero, su
mayor esperanza y ahora acaso su desencanto más profundo.
Sin embargo, la alerta de Carrió tiene un componente a
considerar: Ella habla de golpe contra la Presidenta, lo que sugiere la visión
de un gobierno débil. Y ese sí es un tema que recorre los círculos de decisión,
con eje en una pregunta que se repite: ¿Cómo va a reaccionar Cristina después
de la derrota de octubre? O mejor dicho: ¿Cómo manejará Cristina la realidad de
un Gobierno con fecha de vencimiento y menos poder político?
Y las respuestas van desde los catastróficos: "Renuncia,
como quiso hacer después de perder la pelea con el campo", hasta los que
hablan de una Presidenta enajenada que se radicaliza y quema Roma como Nerón,
si es que fue él quien lo hizo.
Pero más interesante que conjeturar es mirar lo que está
haciendo "ahora". Lejos de esos extremos, la Presidenta está inmersa
en un realismo brutal, ofreciendo respuestas a cada una de las facturas que
acumuló en los años felices, cuando no había límites a la vista para su
creatividad.
Se podrá argumentar que las respuestas son insuficientes,
acaso mal formuladas o cínicas, pero el giro es evidente. Y ese es el dato más
alentador para despejar los temores no ya de un golpe, sino de una crisis de
gobernabilidad, que nadie sensato o bien intencionado quiere. Es decir, la enorme
mayoría de los argentinos.
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