Por Jorge Altamira |
Diez años después del ‘defol’ de 2002, el régimen político
actual se enfrenta a un nuevo ‘defol’. No es otra cosa la pesificación de los
contratos y el cepo cambiario, cuya finalidad es asegurar el pago de la deuda
pública, en primer lugar la externa. La devaluación de la moneda y tarifazos de
diversa índole son inevitables.
Los controles de la
Afip y el Banco Central no han sido ni serán suficientes para
evitar esta perspectiva, dada la implacable desvalorización del peso en el
mercado interno, y la impotencia del Estado capitalista para reglamentar la
anarquía económica que caracteriza al capitalismo. Las restricciones impuestas
en materia comercial han producido un retroceso en el comercio exterior en su conjunto,
sin la compensación de una reactivación del mercado interno -el cual, por el
contrario, ha reaccionado con una recesión. Otra! s medidas dirigistas han
fracasado en su objetivo, como ocurre con la energía y el transporte. Luego del
hundimiento de la experiencia ‘neo-liberal’, Argentina culmina otra experiencia
de impotente intervencionismo estatal. El régimen K ha quedado aislado
internacionalmente de sus propios aliados, que le han dado la espalda en los
conflictos recientes con los fondos buitres. El reciente foro de Idea, en Mar
del Plata, puso en evidencia los dos planteos principales de la burguesía:
devaluación y reajuste de precios, y no a la re-re-reelección, que chocan de
frente con la política oficial. Está instalada la perspectiva de un ‘rodrigazo’.
Esta crisis de conjunto no se manifiesta, sin embargo, de
una manera frontal, sino a través de una escalada de conflictos, desde el
choque relativo a Clarín, las peleas del oficialismo con una serie de
gobernadores, la ruptura del frente oficial -como ocurre en el caso del
moyanismo y numerosos intendentes- o las disputas frecuentes con grupos
económicos importantes. La pelea ya no es de pasillos, desde que la sacó de ahí
el ‘cacerolazo’ del 13 de septiembre, y antes el paro camionero y la movilización
‘moyanista’ del 24 de junio pasado. El kirchnerismo ha rehusado entrar en el
terreno de la competencia callejera, como terminó de demostrarlo la modestia
del homenaje público al segundo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. La
agenda que se impuso, de entrar en Cablevisión a principios de diciembre,
podría poner fin a esta contención. Hay en marcha, quiz&a! acute; para
evitar este ‘desborde’, una serie de operaciones judiciales para saltar el
cumplimiento del ultimátum a la
Corpo.
La oposición patronal está completamente unida en el
programa de la devaluación y el ‘ajustazo’, y en plantear la oposición a la
re-re-re como bandera de movilización. No se puede pasar por alto la presencia
de De Gennaro y de Lozano en la cumbre capitalista de Idea, llevados de la mano
por Lula. Las circunstancias determinarán las formas políticas de esa unidad de
objetivos inmediatos. Por de pronto, es significativo el frente que esta
oposición ha formado en apoyo a Clarín y en la pelea desatada en el poder
judicial, que integra incluso a los que votaron a favor de la ley de medios,
como es el caso de Proyecto Sur.
El ritmo de esta crisis, que por momentos se acelera en
forma ostensible, podría afectar los tiempos de los compromisos electorales del
año que viene o, en el límite, forzar al gobierno a convocar a un referendo.
Pero todas las fuerzas en presencia están jugadas a pelear el desenlace de la
crisis en el campo electoral. CFK podría todavía operar un cambio de frente en
el oficialismo y retornar a los acuerdos con Scioli y Massa, a expensas del
llamado ‘cristinismo’, si oteara una derrota electoral que podría abreviar su
tiempo de gobierno. En forma alternativa, podría adelantar las elecciones,
aunque no se advierte la ventaja que le podría reportar esta maniobra. La
oposición patronal no tiene otro camino que la disputa electoral.
Las elecciones del año que viene no van dirimir el desenlace
político de la crisis. Desde 1983, ese desenlace pasó por catástrofes sociales
y movilizaciones populares, incluida una rebelión que derrocó al gobierno de
turno. La profundidad de la crisis capitalista en curso indica que no será
distinto esta vez. Pero las alternativas políticas para encaminar o capitalizar
esas crisis fueron determinadas con anterioridad, en los procesos electorales
que consagraron a Menem, en vísperas de la hiperinflación alfonsinista; las que
pusieron en un primer plano al Frepaso, en la gran crisis de la convertibilidad
de 1994/5; la victoria de Duhalde, en 2001. No inventamos nada si decimos que
la salida a una crisis la determinan los que se preparan políticamente para
intervenir en ella, y no los que se abandonaron al golpe de suerte de la
improvisación. La necesidad de esta preparación se ha! ce evidente para el
movimiento obrero, que no es un protagonista político independiente en esta
crisis, que incluso la mira con desconfianza, y que sigue aprisionado por las
redes de la burocracia sindical y de los aparatos del peronismo.
Bajo la forma de un proceso electoral, las parlamentarias
del año que viene son la ocasión para una confrontación estratégica, esto
porque las condiciones en que tendrán lugar son socialmente e
internacionalmente catastróficas, y por la dinámica política que estas
parlamentarias ya tienen con bastante antelación. La primera conclusión que
emerge de aquí, y seguramente la más importante, es que la izquierda no debe
abordar los distintos episodios que jalonan la crisis, a partir de las
características propias de cada episodio o como hechos en sí mismos -sea que se
trate de una movilización popular, una paritaria, una insubordinación de
gendarmes, el secuestro de una fragata o un cacerolazo. Debe hacerlo con un
abordaje estratégico, lo cual quiere decir que hay que destacar en cada
episodio y en todos ellos la necesidad y la urgencia de una salida de co!
njunto de carácter socialista. La izquierda debe presentarse ya como una fuerza
independiente del gobierno y los partidos patronales, como una alternativa que
pelea por comandar la salida a la crisis, para lo cual debe presentar su programa
y su liderazgo -los candidatos en cada distrito del país, que oficiarán de
tribunos del programa revolucionario.
Si se observa con cuidado, la bancarrota capitalista no ha
habilitado “un ascenso de la izquierda”, sino un ‘descenso’ de ella. Su lugar,
allí donde se manifiesta un viraje de las masas, ha sido ocupado por el ala del
reformismo que ha captado la desesperación popular y ha sabido darle una
expresión de conjunto, aunque de ningún modo estratégica. Es el caso de la
consigna “Gobierno de Izquierda”, en Grecia, o el llamado a disolver las Cortes
y la monarquía en España, y convocar a una asamblea constituyente.
El reformismo, por definición, no puede plantear una
estrategia, se aferra a conciliar las inconciliables contradicciones
históricas. La estrategia reposa, en la época actual, en el objetivo del cambio
histórico, y consiste en movilizar las fuerzas motrices de ese cambio
histórico. En las elecciones pasadas, una parte considerable de la juventud
obrera y estudiantil se acercó al Frente de Izquierda debido al perfil
estratégico que desarrolló el Frente. En contraste con esto, la situación de la
izquierda que eligió el campo patronal es patética. El caso de los que militan
en Proyecto Sur es muy instructivo, ahora que Proyecto Sur retorna a la alianza
con Binner y se alinea sin fisuras del lado de Clarín contra el oficialismo.
Aun más patética es la situación de las fracciones sindicales que se han pasado
al campo oficial, como se ve en el caso del subte, que piden con desesperación
que se entregue el transporte… al macrismo. O en el caso de Foetra, peleando a
favor del ingreso de los pulpos de las telecomunicaciones en la televisión.
El Frente de Izquierda parte con desventaja en términos de
fuerzas acumuladas, por eso no puede perder tiempo en lanzar su agitación
política. No se enfrenta a una campaña electoral que se caracterice por la
estabilidad social y política, y por el congelamiento relativo de la influencia
relativa de las fuerzas en presencia. Lo que distingue a las elecciones próximas
es que se desarrollarán en medio de una gran crisis, giros políticos y
desequilibrios en la influencia de las fuerzas políticas respectivas. Bajo la
apariencia de la selección del próximo Congreso, se desarrollará una batalla
por el poder. No resolverá la cuestión del poder, simplemente porque esto no es
de competencia electoral, pero debe servir a la acumulación de fuerzas obreras
y trabajadoras que podrá resolver esa cuestión en el terreno de la acción
directa, que le es propio.
© Prensa Obrera
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