domingo, 9 de noviembre de 2025

Tiempo de tránsfugas

 Recambio. "Ocho legisladores del PRO fueron protagonistas explícitos de
transfuguismo". (Foto / Presidencia)

Por Sergio Sinay (*)

El Diccionario de Americanismos (debido a la Asociación de la Lengua Española) define al tránsfuga como “persona ruin, despreciable” en su primera acepción y como “persona mentirosa y tramposa” en la segunda. Más benévolo, el Diccionario de la Lengua lo describe, a su vez, como “persona que cambia de un lugar a otro, de un partido político a otro, o de un bando militar a otro en tiempos de conflicto”. En un trabajo conjunto María Alejandra Perícola (profesora de teoría del Estado) y Gonzalo Joaquín Linares (becario de la Facultad de Derecho en investigaciones sobre el tema) estudian el fenómeno como un “elemento distorsionador del funcionamiento de la representación política en el Congreso”.

Cada período inmediatamente poselectoral en la Argentina suele presentarse, con desvergüenza cada vez mayor a partir del infame “borocotazo” de 2005, como una temporada de transfuguismo. Con absoluto desprecio por quienes los votaron como representantes de un partido y (supuestamente) de un programa, pululan los candidatos que, una vez elegidos, se quitan esa camiseta para ponerse otra, la oficialista, o convierten el cargo para el que fueron electos en una burla impúdica al votante, transformándolo en “testimonial” (palabra bastante suave y decorosa para una conducta indecorosa). Simplemente lo usan como trampolín para pasar a otra función. Un dato significativo de esta conducta es que las transferencias nunca se dan desde la bancada ganadora hacia una con menos poder, sino siempre a la inversa. Aunque los tránsfugas gasten su lengua invocando excusas que los justifiquen es imposible no pensar que los guían intereses espurios, prebendas ocultas (no siempre) o recompensas inconfesables, pero visibles a corto o mediano plazo.

En la última semana ocho legisladores del PRO fueron protagonistas explícitos de transfuguismo. No serán, posiblemente, los últimos. Y no fueron los primeros, ni del sello por el cual fueron elegidos, ni de otro. Ya hay en el Gobierno ministros tránsfugas y la improvisación que caracteriza a esta administración seguramente alentará el oportunismo de otros. Tampoco ocurre únicamente con miembros del PRO, es un fenómeno constante que se sucede a lo largo de diferentes gobiernos. Y no sólo hay legisladores tránsfugas. También existen gobernadores, ministros y funcionarios que, a veces desconocidos para el público, pero no para la fauna política, van pasando de administración en administración encontrando siempre un casillero que ocupar y del cual beneficiarse. Tras dos años del actual gobierno ya está demostrado que la “casta” (?) goza de buena salud, que engorda con nuevos integrantes y que también la completa el libertarismo vociferante, que aprendió rápidamente sus mañas y las aplica (incluso en sus bizarras e interminables rencillas internas).

Ante este panorama es legítimo preguntarse cuánto tiene que ver el transfuguismo con el creciente ausentismo electoral. Acaso un porcentaje importante de quienes no fueron a votar (más de 12,2 millones de personas) haya pensado con razón: “¿Para qué votar a quien me va a usar para sus componendas y arreglos, me va a convertir en votante involuntario de otro partido o coalición, me va a traicionar y se va a reír en mi cara mientras se quita su careta?”. Los tránsfugas, independientemente de su origen, militan todos en el partido de Groucho Marx (“Si nos les gustan mis principios tengo otros”). Un partido que antepone componendas a valores, que desprecia y da la espalda a sus votantes, y que traiciona y pervierte los fundamentos de la política, que son los de privilegiar el bien común y no los propios o los de una pandilla.

(*) Escritor y periodista

© Perfil.com

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