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Por Roberto García |
Perdida la Argentina. O extraviada. Justo cuando dos de sus más importantes hombres políticos —al menos, por la categoría que hoy han alcanzado, uno Presidente, el otro a cargo de la más importante provincia del país— decidieron expresarse para mostrar su envergadura, medios y público en general los asumieron frívola y casquivanamente: a Javier Milei ni le atendieron su promoción de la ley de leyes para el 2026, el contenido de un Presupuesto incumplible posiblemente y, a cambio, lo halagaron como un logro democrático que no haya insultado a nadie, mientras en Axel Kicillof se detuvieron a observarlo por la pavada costumbrista de tomar mate a las once de la noche en un estudio de tv cuando se exponía nervioso a conversar en público, por primera vez, con mensajeros no habituales a su cofradía comunicacional: reportaje en el diario Clarín y entrevista con Carlos Pagni.
Un personaje trató de levantar en la semana una imagen hundida en las últimas elecciones bonaerenses, el otro intentó galvanizar su rol de altivo triunfador en el mismo acontecimiento. Dos destinos, una mira común e inmediata —el comicio del 26 de octubre—, otra más larga y ríspida: la confrontación en el 2027 por la Casa Rosada. Siempre que las turbulencias climáticas —léase, el cada vez más promovido juicio político, golpe de estado u otro tipo de accidente—le modifique a ambos el cuadro de situación.
Se renueva en este ejercicio, entonces, la mórbida prescindencia de la sociedad a esos intereses personales, a lo que el dúo trama, recita, padece y ambiciona, inclusive a la polémica universitaria que los regodea sobre la genialidad económica de Joseph Maynard Keynes para Kicillof (escribió un libro en ese sentido) o a las perversiones varias del mismo autor para favorecer la casta corrupta según Milei, quien también escribió un libro al respecto. Mercado versus Estado, finalmente. Curioso, ambos se sienten expertos en interpretar al famoso británico, uno para el Bien, otro para el Mal. Ante esa fractura múltiple, gran parte de los ciudadanos prefiere distraerse con el mate del gobernador o la nueva cortesía oral del Jefe de Estado, se aparta como una forma de volver al característico “yo no fui” asumido en casi todas las crisis pasadas. No estuve, no vi, no me di cuenta. Extraviada la Argentina otra vez. Tanto desconcierto que, ahora, en el medio de una nueva eclosión, se regresa al informe de consultores y lecturas de encuestas para imaginar un resultado cierto en las elecciones de octubre. Como apelar a una religión salvadora esa opinión justo cuando el escrutinio de esas empresas y especialistas fue el mayor de todos los fracasos en los comicios provinciales de hace dos domingos. Un enigma poco explicable ese giro. Sigamos con el extravío.
Milei, dominado por una interna de marginales con su hermana Karina & los Menem por un lado y un cada vez más desganado Santiago Caputo por el otro —sabiendo las partes que una interna de ese perfil con Carlos Chacho Álvarez detonó el gobierno de Fernando de la Rúa— esbozó un discurso recatado para diseñar el Presupuesto 2026 sobre la base del orden fiscal. Mientras, perdió la administración de “la calle” que hasta hace poco controlaba Patricia Bullrich por convocatorias de colmenas de distintas familias, abejas de la Universidad, de la Salud, de la Educación, de los gremios. Era lo que nunca se debe perder en el gobierno, según el manual del finado Néstor Kirchner, quien se descomponía ante esos fenómenos en su contra. No lo acompañan tampoco a Milei los mercados, en duda frente a sus proyectos teóricos de que en diciembre del 26 el tipo de cambio estará por debajo del actual. Esos anuncios sospechosos generan vulnerabilidad, al margen de las tonteras del campeón Luis Caputo: los inversores locales no creen y los externos desarman posiciones. Saldo: falta de confianza. Si falla en lo que presuntamente sabe, añade otra intolerancia del rubro político: frustrarse en el Congreso con los vetos, retroceder por tránsfugas que lo abandonan y, lo principal, por falta de sensibilidad. Por otorgarle ese término a acusar de mandril a quien perdió el trabajo o de orco al que debió cambiar de colegio al hijo por caída de ingresos. No todos son opositores. Y, como dice Mauricio Macri, “no la ve”, encerrado en su propia esfera, quizás porque él fue un cieguito cuando tuvo el gobierno. Igual apoya, vía Christian Ritondo al menos, aunque el resto del PRO deambula en la nebulosa de un Parlamento hostil. Casi golpista diría el gobierno. No lo ayudan las denuncias de corrupción en su entorno familiar, hasta se unen los medios de New York para endosarle a Karina (y a los Menem) una toxicidad de la que debe carecer una pastelera. Más extravíos: se la fulmina porque habla poco y con limitado vocabulario, en cambio se ensalza al Caputo asesor cuya voz se desconoce, que jamas hablo.
Ni hablar del Kicillof que se apropió de la victoria de los intendentes —quizás porque en verdad, a quien el le ganó fue a Cristina de Kirchner— y junto a su variada colonia peronista (de Juan Grabois a los sindicalistas que van en la lista bonaerense) predican que la solución al déficit es cobrar más impuestos y que el problema de la economía, como dice la viuda presa, es la falta de dólares por las obligaciones de la deuda. Entonces, de colegio primario: no pagarla. Un obcecado de errores pasados, ya que parece convencido de que haber privatizado primero y estatizado después a YPF ha sido una medida correcta por parte de los Kirchner y él mismo (recordar que a las oficinas de la Presidencia de la empresa entraron exclamando con la pregunta ¿dónde esta la plata?), a pesar de que aun los argentinos tienen pendiente una deuda judicial de unos 14 mil millones de dólares por torpezas en ese proceso estatizante. Sin pudor, en su aparición pública —que viene a ser una lanzamiento de campaña— señaló que la estatización correspondía porque Repsol no pensaba invertir un peso más en la petrolera y trasladaba fondos a otros países. Resulta inexplicable que a esa empresa la reemplazaran por otra, amiga del régimen, que nunca podía invertir una solo peso en YPF porque carecía siquiera de una moneda. Inexplicable que después de una década, Kicillof no haya preparado aún una respuesta menos improvisada a esa medida que le restará salud, educación y comida a los descendientes de una Argentina extraviada.
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