sábado, 9 de agosto de 2025

Trabajos manuales

En Plutarco leemos la idea de admirar una obra, pero 
despreciar a quien la realizó. Pese a sus opiniones, 
la artesanía otorga dignidad

 Fotografía/Federico Di Dio en Unplash

Por David Toscana

Los versos que Jorge Manrique compuso a la muerte de su padre terminan la tercera copla diciendo que al morir serán iguales “los que viven por sus manos y los ricos”. Esto es lugar común. La muerte los iguala, pero no la vida. Iguala los cadáveres, pero no los sepulcros. Y salvo algunos ascetas, los demás elegirían estar en esa minoría que no vive de sus manos. Mucha religión se inventó para consolar a los pobres. También mucha política. Con la diferencia de que la política les hace promesas, y la religión, apenas ofrece consuelo.

“A los pobres los tendrán siempre con ustedes”, dice Jesús el Nazareno, y en Lucas asegura que los pobres son bienaventurados, porque de ellos es el reino de Dios.

Algunos siglos antes, Jenofonte hizo su esfuerzo platónico para armar uno que otro diálogo socrático. En el titulado Económico, hace a Sócrates decir:

Los llamados oficios manuales están desacreditados y, lógicamente, tienen muy mala fama en nuestras ciudades, ya que dañan el cuerpo de los trabajadores y oficiales, obligándoles a permanecer sentados y a pasar todo el día a la sombra, y alguno de ellos incluso a estar siempre junto al fuego. Y al afeminarse los cuerpos, se debilitan también los espíritus. Los oficios llamados manuales, sobre todo, no dejan tiempo libre para ocuparse de los amigos y de la ciudad, de modo que tales obreros tienen mala fama en el trato con sus amigos y como defensores de su patria. Incluso en algunas ciudades, especialmente en las que tienen fama de belicosas, no se permite a ningún ciudadano ejercer oficios manuales.

Ciertamente el zapatero o los galeotes podían pasar el día sentados y a la sombra, pero no el campesino. Al cantero podía tocarle escarbar piedra en cavernas. Ahora la sombra, el sedentarismo y el cuerpo fofo son características de un empleo deseable, de funcionario público o privado. Pero dejando a un lado la resolana, aquí el asunto era que los oficios manuales los ejercían los esclavos y los metecos.

La administración y defensa de las ciudades era asunto de hombres libres. ¿Qué iba a querer defender el esclavo? Para los libres estaban también los estudios de las artes liberales: matemáticas, música, astronomía, geometría y, sobre todo, retórica, gramática, lógica. Dado que siempre hay huevos y gallinas, cabía preguntar si los hombres libres estudiaban artes liberales o si las artes liberales ayudaban a crear hombres libres.

Epicteto fue esclavo que se puso a filosofar y obtuvo su libertad; pero fue filósofo estoico, no epicúreo. Algunos estoicos le conceden dignidad al trabajo manual. Para Musonio, maestro de Epicteto:

El dios se refirió a Misón de Quene como «sabio» y llamó «feliz» a Áglao de Psófide porque ambos pasaban la vida a la manera aldeana y se aplicaban al trabajo manual y se abstenían de pasar el tiempo en la ciudad. ¿No valdría la pena que los envidiáramos e imitáramos y que abrazáramos la vida campesina con afán?

Al trabajar con las manos, muy transparente es la etimología de maniobrar, aunque no lo usamos con tal sentido. Sí decimos, por alguna figura retórica, “mano de obra”.

En Plutarco podemos leer “no todos necesitamos de la caza, ni de campañas militares, ni de la navegación, ni del trabajo manual, pero de la educación y conversación todos”. De ahí que existiera una Atenea, una Ártemis, un Hefesto, pero nueve musas.

Hefesto es el dios, o el hombre, del trabajo manual. Siguiendo órdenes de arriba, aprisiona con cadenas a Prometeo. Cuando uno lee Prometeo encadenado, se siente emocionalmente adherido a Prometeo, el espíritu libre, el rebelde. En cambio Hefesto no luce muy respetable como un ser que, sabiendo que no hace lo correcto, argumenta que lo correcto es obedecer órdenes. El lector o espectador suele creerse un Prometeo, mas luego regresa a su hefestiana vida.

También el del artesano es trabajo manual. Así en Plutarco leemos la idea de admirar una obra, pero despreciar a quien la realizó.

A la admiración por lo hecho no le sigue inmediatamente un impulso de hacerlo, sino que muchas veces hasta sucede lo contrario, que nos regocijamos con la obra, pero despreciamos a su artífice; éste es el caso de los perfumes y los tejidos, que sentimos placer con ellos, pero a los tintoreros y perfumistas los consideramos serviles y mezquinos.

¿Qué pensaría Plutarco de los chefs? ¿De llamarlos después de comer para decirles que todo estuvo muy rico o que la pechuga de pato era un poco seca?

Plutarco, cuyo nombre significa Rico McJefe, cuenta que Filipo amonesta a su hijo por tocar tan bien la lira. “¿No te da vergüenza?”, le pregunta, pues la gente dirá que dedicó mucho tiempo a dominar esa habilidad en vez de dedicarlo a cosas de más provecho. Remata con la idea de que “ningún joven bien nacido” desea ser escultor o pintor o poeta. “No porque la obra produzca placer con su encanto, merece nuestro interés su artífice.” En cambio las hazañas de un guerrero o las virtudes de un estadista eran dignas de ser admiradas y, tanto el guerrero como el estadista, dignos de ser imitados. Por supuesto el guerrero actúa con las manos, pero es acción muy distinta a un trabajo manual. Sin entrar en explicaciones, cualquiera ve la diferencia entre Aquiles y un alfarero.

Pese a las opiniones de Plutarco, la artesanía otorga dignidad. En Francia ya no hay zapateros ni carniceros ni peluqueros: ahora son, en pésimo francés, artisan zapatier, artisan carnicier y artisan peluquier.

No todos los trabajos son igualmente dignos ni tienen la misma dignidad del salario digno.

Ahora que se debaten asuntos sobre los migrantes que cruzan los ríos caudales, los otros medianos y más chicos, no se menciona a Jorge Manrique, ni a Plutarco ni a Jenofonte ni a los estoicos ni a Hefesto, pero por ahí andan flotando entre eufemismos.

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