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Por Roberto García |
Mientras uno escribe, quizás ya pudo haber sido suscripta la resolución de la Corte Suprema sobre la prisión de Cristina Fernández de Kirchner y su inhabilitación política por los tres miembros del tribunal (Rosatti, Rosenkrantz y Lorenzetti). O está ocurriendo en este momento. O dentro de un rato. O, tal vez, dentro de unos días. Tampoco necesariamente saldrá este martes en el plenario semanal, como se ha anticipado: el poderoso trío no requiere siquiera de un encuentro presencial para pronunciarse, carece de fecha obligada y hasta puede acordar y firmar desde cualquier punto del país por vía electrónica. Solo están inhibidos de hacerlo fuera del territorio nacional, y por el momento ninguno de los tres ha pensado en viajar.
Como se cae de maduro, a la viuda de Kirchner le van a clavar un 280 –en estas épocas, “un 280 no se le niega a nadie”, diría Jorge Asís–, un sello que confirma la condena de cárcel por los próximos años y la imposibilidad de ejercer cargos públicos dictada por tribunales anteriores. Obvio: le impiden postularse como candidata en la provincia de Buenos Aires, según prometió hace cinco días desde su canal, conociendo ya el veredicto futuro. Como si fuera a impedirlo desde una tribuna mediática. Pero su caso es penal, no político; ya pasó lo mismo con Milagro Sala, Urribarri o Boudou en la misma Corte, por no hablar de una calaña de intendentes de diversos colores. Se trata de plata robada, quemada, desaparecida.
Viene un tránsito penoso para la dama: a pesar de las advertencias, casi nadie se ha preparado para el presidio, aunque sea en su propia casa por razones de edad; tampoco para un cerrojo de alerta en una de las partes que más detesta de su cuerpo: el tobillo. A partir de la decisión cortesana, las primeras jornadas para Cristina pueden ser complicadas, aun si logra que la encierren en una alcaidía en lugar de una cárcel común, antes de que le acepten su destino hogareño. Trámites engorrosos, obligaciones de preso común bajo las normas del Servicio Penitenciario, considerado para muchos como una humillación para quien ha sido dos veces presidenta de la Nación.
La velocidad de la Corte en pronunciarse se corresponde: el abogado de Cristina, Carlos Beraldi, presentó una queja de diez carillas; su lectura no insume demasiado tiempo. Para algunos, se trata de una pieza poco creativa, al menos con menor imaginación que la que en su momento destacaron los letrados de Carlos Menem en su defensa. Otros críticos del paquete de abogados defensores de la viuda y de otros condenados peronistas son considerados más tuiteros que profesionales del rubro, aunque existe una razonable coincidencia contra la acusación y condena: sostienen que no procede. La responsabilidad de ella sobre los delitos cometidos en la causa Vialidad es mediata –justamente como la Junta Militar o Menem–, ella no firmó ningún cheque, no hay precisiones de que haya cobrado en forma anómala. Por otra parte, resulta controversial con la Constitución que le imputen administración fraudulenta: los actos de gobierno son inmunes.
Sin embargo, la situación actual de Cristina es difícil, con la tobillera en ciernes como mejor alternativa de vida, y mucho más arduo se vuelve su futuro jurídico: antes de fin de año empieza el juicio oral por el jugoso tema de los cuadernos, con multitud de empresarios y funcionarios involucrados; y luego, la renacida causa del pacto con Irán, que a ella la afectaba particularmente. Sobre llovido, inundado.
Como bien informada, al lanzar su candidatura provincial por TV, la expresidenta sospechaba del inevitable desenlace cortesano que se espera en cualquier momento: su postulación pública no invocó ningún objetivo bonaerense, ni siquiera explicó la razón por la cual se presentaba. Falta total de contenido político. Inexplicable para una dirigente de su talla. Más bien pareció adjudicarse el rol del payador perseguido –“pena sobre pena y pena”, Atahualpa–, la personalización de sus desgracias por el lawfare en lugar de ofrecer mejoras para los ciudadanos que podrían votarla. Como siempre, exceso de protagonismo.
Para colmo, otra crudeza de vida en el lanzamiento: se propuso representar a un distrito gigantesco que ni conoce, con locaciones múltiples bajo el título de La Matanza, que es la sede territorial de corruptelas de todo tipo: indigencia, clientelismo, falta de agua corriente, cloacas y asfalto, guarida de criminales, abundancia de falopas varias y villas de emergencia, el continente de La Salada, desarmaderos. Justamente, la sección electoral que simboliza una decadencia irreparable desarrollada y aumentada por el kirchnerismo en los últimos 25 años. También teatro de operaciones de La Cámpora para hacer más pobres a los pobres con la excusa de la igualdad. Un dislate.
En la pantalla, orgullosa, Cristina supo disimular sus peores días por venir y debe confiar en que las multitudes, como el confinamiento de Perón en la isla Martín García, la rescaten de un destino indeseable. Para lucrar como Evita y Cipriano Reyes en las manifestaciones del 45, aparecen sucesores de diverso linaje, pelaje y procedencia. Se espera que, por preservar el medio ambiente, las protestas a surgir no copien a las que se hicieron por la prisión de Milagro Sala en la Plaza Lavalle (llenaron las calles con bolsas de basura, como llevar una botella de leche a un humilde dispensario), y nadie ofrece certeza sobre la dimensión del gentío a convocar, entre otros, por personajes como Juan Grabois, quien a esta altura ya se cree más hijo que Máximo. Aunque no rechace una expectativa de esas características, tal vez Cristina se contente con repetir el sino de Lula o de otros líderes africanos, quienes purgaron cárcel y luego volvieron al poder (Mandela, Burguesa, Kenyatta). Finalmente, África ha crecido hasta parecerse al conurbano bonaerense, y el conurbano bonaerense ha descendido a los peores niveles africanos.
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