sábado, 23 de diciembre de 2023

Los riesgos del “vamos por todo” de Javier Milei


Por Martín Rodríguez Yebra

Javier Milei marcha a paso firme sobre los escombros del sistema político. Centró el empeño de su quincena inaugural como presidente en trazar la nueva grieta que justifica una revolución liberal de urgencia y disimula la fragilidad institucional que sostiene a su gobierno. De un lado “las fuerzas del cielo” y “los argentinos de bien”; enfrente, “la casta” y “los colectivistas”. Cada cual sabrá si quiere correr el riesgo de oponerse y caer en el lado oscuro de la cancha.

Sus rivales sufren de desconcierto. Suponían que haría valer el 55% de los votos que obtuvo en el balotaje como una herramienta de poder, pero imaginaban que la usaría para negociar. Milei decidió pegar primero: habló al asumir de espaldas al Congreso, impuso una doctrina de mano dura contra las protestas, anunció el mayor ajuste fiscal del que se tenga memoria y se lanzó a reformular de raíz el sistema legal del país con un decretazo que solo discutió con los propios.

Fue deliberada la intención de no buscar aliados. Sumó a su gabinete a dirigentes de otros partidos, pero descartó un pacto de gobernabilidad permanente. Ni siquiera con Mauricio Macri, alguien de quien siempre habla con admiración y que lo ayudó a reponerse en la carrera electoral cuando Sergio Massa lo sobrepasó en la primera vuelta de octubre.

La Libertad Avanza es una obra en construcción que tiene 38 de 257 diputados y solo 7 de 72 senadores, muchos de los cuales ya ni se hablan entre sí. El Congreso lo habita una legión de perdedores, muchos de los cuales proclaman su vocación de acuerdo con un presidente que se ganó el puesto sin atenuantes. La pregunta que los atormenta es por qué Milei no mandó su propuesta de desregulación en el formato de uno o varios proyectos de ley. Tendría alta probabilidad de ser aprobada y mucha mayor certeza de resultar aplicada en la vida real.

Algo parecido shockeó a los gobernadores que fueron a reunirse con Milei el martes pasado. “Vimos poca concreción. No nos adelantaron las medidas ni nos pidieron apoyo. Se arrojan a un cambio tremendamente ambicioso sin haber tejido una mínima red política que lo haga viable. Dan todas las batallas juntas, en lugar de concentrarse en bajar la inflación, que es el mandato claro que le dieron las urnas”, se sorprendía uno de los jefes provinciales que asistió a la Casa Rosada con ánimo colaborativo.

Después del anuncio del DNU, el miércoles, la perplejidad aumentó. La respuesta que empezaba a cristalizarse fuera del círculo presidencial es que acaso Milei fantasea con la posibilidad de una derrota en su batalla bíblica por la desregulación.

Un decreto que modifica cientos de reglas de rango superior parte de una enorme fragilidad jurídica. Solo el capítulo que concierne a la reforma laboral implica un cambio más profundo que aquellos que desataron crisis dramáticas en gobiernos del pasado, como el de Raúl Alfonsín o el de Fernando de la Rúa. ¿De verdad Milei cree posible imponer a todo o nada el elefante normativo que le donó Federico Sturzenegger?

El nuevo presidente aplica una lógica disruptiva. Se recuesta en la fortaleza de los votos obtenidos, a los que juzga como la contracara de la representación parlamentaria. En la campaña había advertido que si no le aprobaban sus proyectos iba a convocar consultas populares para doblegar la resistencia de sus opositores. Les iba a tirar la gente encima a “los políticos”. Ya en el gobierno, explora otro camino para llegar al mismo lugar. Legisla por decreto y proclama que lo que hace para combatir a “la casta empobrecedora” que haría todo lo posible para defender sus privilegios. Su prioridad reside en mostrar que cumplió con la palabra de poner patas arriba el sistema económico de la decadencia argentina.

Si se impone en estas circunstancias estará doblegando de manera contundente a un Congreso adverso, a los gremios y a un cúmulo de lobbies económicos. ¡Ríanse de los macabeos! Sería la concreción paradójica de una misión histórica: el homenaje a Alberdi a golpe de decreto.

Si, en cambio, las mayorías parlamentarias que tiene enfrente le pusieran un límite tendría a mano una épica que puede serle muy útil para atravesar los meses agrios del ajuste fiscal que indefectiblemente impactará sobre el nivel de vida de los argentinos de bien y casi todos los demás.

“Es culpa de la casta que no me deja gobernar” podría convertirse entonces el segundo gran eslogan de la nueva administración. El primero fue “el que corta no cobra” con el que se propuso enfrentar los piquetes de la izquierda trotskista y de los demás agrupaciones en las que el kirchnerismo delegó la asistencia a la pobreza.

En esa batalla no ahorró gestos de poder hasta el límite de la sobreactuación. El regreso del “¡documentos, por favor!” (ahora en nombre de la libertad), la saturación policial, la exhibición de armas de guerra en una conferencia de prensa y la decisión de Milei de filmarse al frente de la coordinación del operativo de seguridad fueron señales desplegadas para exhibir que la cosa va en serio.

Patricia Bullrich lo acompaña en el empeño. Hace apenas tres meses decía que las ideas de Milei eran “malas y peligrosas”. Ahora integra las fuerzas del cielo, a las que entró, en términos tenísticos, como lucky loser. No hay reunión en la que el Presidente no la elogie, con el énfasis con que antes la acusaba de “montonera asesina”. El destino de esa relación esconde un simbolismo, con el que Milei muestra la fisonomía de su pragmatismo. La puerta de la redención permanece abierta para quien se anime a acompañarlo, así como el cheque del subsidio social está listo para todo aquel que lo necesite y no proteste.

“Kirchnerismo republicano”

La rueda gira a mil por hora en la política argentina. El reformismo unilateral de Milei logró el extraño milagro del kirchnerismo republicano. Los dirigentes que durante 20 años moldearon a gusto las vigas maestras del sistema político y económico prometen inmolarse por la Constitución. “El nivel de agresión es solo comparable a una invasión extranjera”, alertó el ministro bonaerense Andrés Larroque. “¡Quieren cerrar el Congreso!”, denunció Axel Kicillof, que nunca había alzado la voz para denunciar el récord de improductividad legislativa del gobierno de Alberto Fernández y de la propia Legislatura de su provincia. Las cacerolas cambian de manos.

Muchos de los incansables defensores de la institucionalidad, en cambio, aplauden hasta romperse las manos una reforma por decreto que hace borrón y cuenta nueva con el sistema legal argentino. Otros opositores de antes y de ahora –sobre todo los radicales y los peronistas anti K- encienden alarmas por “las formas que condicionan el fondo”.

Incluso empresarios que sueñan desde hace años con una liberalización de la economía se asustan con la magnitud del decreto de Milei. ¿Cómo conviven la seguridad jurídica y el hecho de que un presidente pueda eliminar miles de leyes de la noche a la mañana por su soberana voluntad? El día de mañana un gobierno de signo distinto podría de la misma manera borrar de un plumazo las reglas que ahora parecen triunfar.

Milei no repara en esas sutilezas. Mira de manera obsesiva las cifras de respaldo social que le acercan a diario. Sabe que puede perder popularidad por los efectos del ajuste, la suba de impuestos y el sinceramiento de precios. Su base de apoyos es un edificio reciente, todavía con cimientos frescos que pueden resentirse en la travesía por el desierto que implica su receta para enfrentar la herencia incendiaria que le dejaron Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa.

Por eso multiplica los enemigos reales o imaginarios que le permitan mostrarles a quienes creyeron en él que el blanco de sus políticas es la maldita casta. No teman si oyen el zumbido de la motosierra, parece decirles.

Audaz como siempre, toma un riesgo considerable. Si sus adversarios decidieran articular un rechazo al plan Sturzenegger, el Gobierno se expondría a una temprana turbulencia política. La debilidad parlamentaria es su talón de Aquiles y cuesta dimensionar cómo un episodio semejante podría afectar su credibilidad para impulsar las reformas que el país necesita. Al ser un único decreto, la aprobación o el rechazo es a libro cerrado. Si no pasa una parte, no se desregula nada.

¿Están listos los opositores -aturdidos aún por la derrota electoral- para poner un límite tan pronto? Milei los torea. Juega con sus miedos. Les plantea una guerra de legitimidad.

El ritmo de lo que viene lo marcará la tolerancia social al ajuste, cuyo destino inmediato es un recorte de los ingresos y una recesión pronunciada, con la esperanza de que al otro lado de ese puente surja una Argentina con inflación a la baja.

El fervor popular convive peligrosamente con la furia. Como bien podría dar fe Cristina, el “vamos por todo” es un sueño autoritario que muy a menudo desemboca en la decepción.

© La Nación

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