viernes, 13 de octubre de 2023

Código Penal y Código Moral

 Insaurralde. Será sometido al código no escrito de la conciencia.

Por Sergio Sinay (*)

Ocurre en un programa de cable. El entrevistador tira un centro preciso y servil y Sergio Massa se acomoda con ese aire displicente y sobrador característico en él, salta y cabecea hacia el arco vacío (no hay defensores, no hay repregunta). “¿Qué pensás del caso Insaurralde?”, es la pregunta que viene en el centro. “Un error”, es la respuesta en el cabezazo. Hace un silencio y remata la jugada con mirada y sonrisa pícaras, señalando que “la señorita” del caso Insaurralde ya tenía antecedentes en la materia con otro político que él (Massa) dice no recordar, pero que recuerda perfectamente, ya que es de su mismo equipo y hace poco lo recibió con un abrazo en la puerta de la Casa Rosada. 

Machista al fin, Massa sugiere que la culpable de todo es “la señorita” (la percanta pérfida, como en el tango). Y ahora, en una jugada de contraataque, agrega que Martín (ese amigo del alma, al que tanto alabó y agradeció, como se ve en un video muy divulgado esta semana en redes y medios) ya inició una causa por “extorsión”.

El entrevistador, en plan perdonador y obsecuente, no pregunta cuál fue el error de Martín. 1) ¿Fue el affaire con “la señorita”? 2) ¿Fue haber sido tan descuidado como para que su festín erótico trascendiera? 3) ¿Fue haber ofendido a 18 millones de argentinos pobres y a 1.300.000 indigentes con su despilfarro obsceno? 4) ¿Fue haber elegido mal el momento y el lugar para su desahogo sexual, poniendo en riesgo las posibilidades electorales del oficialismo? Posiblemente, y según el código de las sectas políticas, el error de Martín haya estado, para Massa, en las opciones 2 y 4. Porque “señoritas” como la de este asunto son presencia habitual entre quienes se valen de la política no solo para engordar sus patrimonios hasta límites inimaginables para un ciudadano de a pie, sino también para ratificarse como machos de las maneras más rústicas y primitivas. Dinero, mujeres y violencia son ingredientes en esa reafirmación, tras la cual puede estar oculta una duda profunda e inconsciente sobre la propia masculinidad.

Sujeto de varias denuncias, Insaurralde deberá posiblemente quedar sometido a alguna de las instancias del Código Penal. Y quizá las eluda (ya se sabe que la política otorga inmunidad, cuando no impunidad). Pero hay otro código, no escrito, que suele tener muchos jueces externos, aunque el verdaderamente insobornable es interno (la conciencia). Es el Código Moral. Sin este la humanidad hubiera desaparecido hace tiempo, cosa que viene intentando en vano. Ese código incluye honestidad, veracidad, generosidad, responsabilidad, respeto, compasión, sinceridad, entre otros valores. De su transgresión suele no haber regreso.

También Javier Milei transgrede ese código cuando niega la dictadura, cuando cita un número arbitrario de desaparecidos sin nombrar fuentes ni mostrar pruebas, cuando desprecia la dignidad humana proponiendo la venta de órganos y de niños, cuando hace de la educación una mercancía, cuando fomenta la industria de armas (una de las más nefastas existentes) alentando su libre portación, lo que aumentaría el número de homicidios en una sociedad de por sí violenta, cuando difama a sus adversarios y a cualquiera que no piense como él, otra vez sin pruebas y con afirmaciones peligrosas (como decir que Patricia Bullrich ponía bombas en jardines de infantes) y cuando denuncia a lo que llama “la casta” mientras se alía con ella, por momentos sin disimulo, como en el caso Barrionuevo, o sus servicios, a los que bautiza como “empresarios prebendarios”, o su “caballeresco” intercambio con (nada menos) Massa en el debate del domingo pasado.

El Código Moral, vale repetirlo, no está escrito. Y sus estrados no están en edificios tribunalicios. Ni en Plaza Lavalle ni en Comodoro Py. Los juicios son por jurado. Y los jurados están en la conciencia de los ciudadanos. Ellos pueden actuar como los políticos a los que dicen rechazar o pueden rechazarlos de verdad. El voto es obligatorio y es secreto. Lo es ante los ojos de los fiscales de la mesa en que se vota y ante los ojos de los demás. Pero no lo es ante la propia conciencia.

(*) Escritor y periodista

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