martes, 11 de julio de 2023

Pobre Milei

 Por Gustavo González

Tres días antes de la entrada de Napoleón a Jena, Hegel había enviado a sus editores el manuscrito de su Fenomenología del espíritu.

Eso fue un sábado. Pero el martes 14 de octubre de 1806, desde la ventana de la casa de un comisario que lo alojaba en esa localidad prusiana, Hegel ve las hogueras en las calles y el ingreso triunfante de Napoleón. Y de eso que ve surge su célebre frase: “He visto al emperador –alma del mundo– a caballo” (o “espíritu del mundo”, como lo traducen otros).

Al que todos veían solo como el líder máximo de un ejército triunfante, el filósofo lo interpretaba como “el destino de los individuos”: ser una simple herramienta de la historia.

Usado. Napoleón, en su caballo, no vio a Hegel en su ventana. Sin embargo, también él tenía cierta percepción hegeliana sobre la inmediatez de su destino: “La masa busca al líder, no porque lo estime sino por interés; y el líder acepta a la masa por vanidad o por necesidad”, decía el corso.

Perón parecía tener una conciencia semejante cuando se burlaba de aquellos políticos que quieren montar al tigre (el tigre de la historia) y lo que logran, en el mejor de los casos, es aferrarse a su cola.

Pero, en general, los líderes políticos se autoperciben como personajes esenciales de los grandes giros de la historia, al menos la de sus coterráneos. Lo que suele significar un problema para la mayoría de ellos cuando se chocan con el devenir de una realidad que los usa, los eleva y los descarta.

Quienes leen esta columna de vez en cuando quizá recuerden que ya escribí sobre “Pobre Mauricio”, “Pobre Cristina” y “Pobre Alberto”. El “Pobre Milei” de hoy sigue la misma lógica de intentar entender el rol de los líderes, más allá de determinadas coyunturas, y lo despiadada que puede ser con ellos la realidad (y sus coterráneos) cuando pierden centralidad.

Desde su exitosa elección de 2021, la que pasó fue la peor semana de Milei. Pero durante estos dos años, este hombre fue usado intensamente por ciertos actores en su puja de intereses.

Lo usaron sectores de todos los estratos socioeconómicos para corporizar su descontento con un país que les da menos de lo que esperan. El calificativo de “casta” que Milei importó del movimiento italiano 5 Estrellas fue el calificativo que sintetizó bien ese desprecio por los políticos tradicionales.

Lo usaron sectores empresarios para instalar el debate sobre el rol del Estado y presionar a la “casta” para que copie las líneas más ultraliberales de su discurso, empezando por reducir al mínimo absoluto el gasto público.

Lo usaron los economistas más ortodoxos para no parecer tan duros en sus postulados, en comparación con este liberal libertario.

Lo usaron dirigentes oficialistas y opositores para impulsar su candidatura en detrimento de otros competidores y así mejorar sus chances electorales.

Y lo usaron los medios a cambio de rating, con conductores que lo presentaban como un candidato capacitado y racional, con quien coincidían hasta en sus posturas más descabelladas.

En los últimos días pasó lo que pasa cuando los que intentan montarse al lomo del tigre caen a tierra. Su intención de voto parece disminuir, los empresarios lo empezaron a desconocer, los economistas, a despegarse, y los dirigentes que lo promovieron se lavan las manos.

Un aparte es lo que pasa con algunos comunicadores que hasta hace una semana vivían de Milei y hacían con él simulacros de entrevistas en las que, más que preguntar, eran la segunda voz de opiniones extravagantes, insultos y denuncias incomprobables. Ahora lo destratan casi con tanta impiedad como antes hacían con quienes Milei castigaba.

Investigado. La peor semana del libertario empezó cuando Noticias publicó en su tapa el anticipo del libro El loco, de Juan Luis González, el periodista de esa revista que lo investigó durante estos años.

Allí se reveló el costado mesiánico de un hombre que sufrió un duro bullying durante su vida (en especial de sus propios padres, con castigos físicos y psicológicos) y su deriva hacia un esoterismo que lo llevaría a hablar con su perro muerto, presenciar tres veces la resurrección de Cristo, recibir consejos de economistas fallecidos y haber sido encomendado por Dios para ser presidente de la Argentina.

Con la llegada del libro a las librerías y el paso de los días, también se supo que esa investigación periodística avanzaba sobre el vertiginoso crecimiento económico de su padre, la influencia clave de su hermana Karina, el entramado de relaciones con la misma casta, la crisis con los dirigentes que lo acompañaron en sus orígenes, los autores que plagió en sus libros y las denuncias de canjear lugares en las listas electorales a cambio de dinero o de distintos tipos de favores.

Algunos de esos temas ya habían sido expuestos en la revista Noticias, en PERFIL y en otros medios, pero hasta esta semana no habían merecido que aquellos comunicadores que más usaron a Milen y que hoy más lo critican le hicieran alguna pregunta al respecto.

La otra tormenta que se desató esta semana sobre Milei fue la aparición de dirigentes que confirmaron y abonaron las versiones sobre la compra de candidaturas. En especial, la denuncia de Juan Carlos Blumberg de que le pidieron US$ 50 mil por un cargo de concejal y la estimación de Carlos Maslatón, exsocio político de Milei, de que por esos acuerdos La Libertad Avanza habría obtenido “entre US$ 3 y US$ 5 millones”, que el viernes ratificó en la Justicia.

Los bruscos giros de la historia suelen ser lacerantes para aquellos que se creen protagonistas y no meros actores de reparto.

Milei atinó a responder que lo castigan por amar a sus perros y porque existe una conspiración mediática-política para que no llegue a presidente. Con la misma lógica de mercado con la que defiende el libre comercio de órganos y de armas, explicó que en su partido es candidato quien tiene dinero para hacer política, sin usar “la guita de los impuestos”.

Caído. Puede resultar chocante su explicación, pero no deja de ser coherente. Milei siempre fue transparente con sus posiciones extremas y su desdén por las libertades positivas. El problema para él es que, en este giro de la realidad, ahora le tocó caer. Aunque quizá las PASO demuestren que apenas se trató de un tropezón.

Si no fuera que en la realidad local lo que se muestra siempre es bipolar, las candidaturas pagas de Milei servirían para abrir un debate de fondo sobre el financiamiento de los partidos. Porque el financiamiento estatal al que él se refiere no alcanza para pagar una campaña a nivel nacional, ni siquiera con el aporte privado que los partidos declaran en blanco.

El debate que no termina de darse es cómo se financia o se debería financiar una campaña en un país democrático. Si debería ser como hace Milei. O si quienes aspiren a competir en una elección puedan hacerlo sin necesidad de engaños ni de prometer compensaciones futuras a sus principales aportantes. Y sin la exigencia de que los candidatos deban poseer recursos para pagar sus propias campañas.

En cualquier caso, la eventual debacle de Milei no significaría que ese malestar social que hasta ahora él corporiza haya dejado de existir. Como cuerpo que usa la historia, si él no estuviera sería reemplazado por otro que expresara mejor a los que creen que este sistema ya no les sirve.

Los mediáticos que hasta la semana pasada le hacían campaña a Milei estarán ahí para usar y promocionar al que sigue.

© Perfil.com

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