lunes, 5 de junio de 2023

Entre caníbales y caprichosos

 Discurso. “Pintó de modo patético un pasado improbable”.

Por Sergio Sinay (*)

La dispersa arenga de la vicepresidenta vociferada el 25 de Mayo último, pintó de modo patético un pasado improbable. Lo que en otro tiempo se mostraba como épico empezó a ser decrépito, tanto en los personajes de la puesta en escena, como en las ideas proclamadas. La caricatura de un populismo que siempre apuntó a la potencia de símbolos y relatos antes que a programas y proyectos que no fueran eternizarse, “ir por todo” (justificando los medios para el fin) y repartir prebendas entre creyentes, socios y cómplices. 

En ese intento dibujó una parábola que el doctor en Ciencias Políticas Andrés Malamud, autor del flamante Diccionario arbitrario de política, definió con una aguda síntesis: “El kirchnerismo empezó recuperando la autoridad presidencial y el valor de la moneda y terminó destruyendo la autoridad presidencial y el valor de la moneda. Se comió a sí mismo”.

A esa experiencia de canibalismo contribuyó algo que el antropólogo y sociólogo Pablo Semán, autor de Vivir la fe y La religiosidad popular entre otras obras, definió de esta manera en una entrevista con Luciana Vázquez para La Nación: “El kirchnerismo se viene encerrando desde 2011 en una idea de sí mismo que es cada vez menos compartida por el conjunto de la Nación, pero es cada vez más intensamente compartida por los que siguen siendo kirchneristas. A la falta de público se la compensa con la intensidad de los gritos de una minoría que igual es extensa. Y como hicieron la experiencia de ser mayoría durante muchísimo tiempo, todavía creen que son muchos”. Según Semán, encerrado en esa cámara de eco el kirchnerismo aumenta su aislamiento y, como consecuencia, cada vez ve menos.

Sin la soberbia y la prepotencia de un poder disfuncional, y sin ejercer obediencia debida a un líder autoritario, también la coalición opositora parece padecer de ceguera ante la realidad de una sociedad desintegrada, en donde la inflación, la pobreza, la indigencia, la inseguridad, la precariedad sanitaria y la caída libre de la educación se llevan puestas la esperanza y la idea de porvenir, y siembran depresión, impotencia y rabia. Trifulcas endogámicas y miserables infectan a los socios de esa coalición, encaprichados en probarse trajes que aún no compraron ni nadie (ni siquiera las encuestas que tanto aman) les aseguró que serán suyos. Ninguno de ellos presentó hasta aquí un programa, una explicación clara, creíble y fundamentada de las razones por las que aspiran a gobernar (a menos que el programa sea llegar al poder y repartir los beneficios entre amigos, como de algún modo ya lo hicieron anteriormente). Cuando recorrió calles sin aviso ni armados previos Patricia Bullrich se conmovió, según propia confesión, porque encontró personas que lloraban de desesperación. Aleluya. Bienvenido sea ese baño de realidad. Que el contacto con lo que llaman “pueblo”, “gente” o “vecinos” (según la escudería política) no sea con extras previamente adoctrinados y entrenados, como suele ocurrir cuando los candidatos salen a pescar en la pecera, guiados por asesores de imagen, entrenadores de discurso y encuestadores serviciales, que tienen resultados para todos los gustos. Acaso eso les atraviese (a unos pocos) la costra de egoísmo, indiferencia e incapacidad empática que los aísla del mundo real.

Mientras esto no ocurra, tanto en el frente de todos enfrentados entre sí, como en rejuntados para el cambio seguirán sin entender por qué crece la sombra amenazante de Javier Milei, porque las diferentes generaciones y los diferentes estratos sociales abandonados a su suerte se alejan de ellos y los dejan con porcentajes decrecientes de intención de voto. En la sociedad crecen el precariado (una clase más amplia y novedosa que el proletariado) y los desesperados. Ausentes las utopías y con la uberización y la changa como recursos económicos extremos, se expande un reservorio de resentimiento que, como la lava de los volcanes, busca por donde emerger. El voto-rabia avizora en las elecciones ese punto de expresión, mientras unos se comen entre ellos y otros riñen por lo que no tienen.

(*) Escritor y periodista

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