martes, 11 de octubre de 2022

Una papa caliente que nadie quiere agarrar


Por Luciana Vázquez

La adrenalina cero que despiertan los cambios en el gabinete, tanto en la interna del Frente de Todos como en la opinión pública, es el signo de los tiempos: ya nadie espera nada. Ni siquiera en el kirchnerismo: una señal de que el Gobierno se ha convertido en una papa caliente que todos quieren soltar y nadie quiere agarrar. Llegó la hora del sálvese quien pueda.

Alberto Fernández sorprendió ayer con el nombramiento de tres mujeres como responsables de los ministerios que quedaron vacantes. Un hecho inédito en la historia de los recambios ministeriales a cielo abierto: todo para las mujeres. Sin embargo, ya no queda entusiasmo para batir demasiado el parche del triunfo del feminismo en una política dominada por hombres. Tampoco resta espacio para creer que la lógica de esos nombramientos responde finalmente a la victoria de una manera albertista de hacer política. Una demostración de poder que llega, aunque tarde. Esa ilusión es vana. Detrás de estos nuevos nombramientos, se entrecruzan lecturas que vuelven a desmentir esos principios.

Por un lado, porque esos nombramientos de mujeres traen recuerdos de otra crisis ministerial que pareció terminal, y que no acabó bien para las mujeres. Fue después de la partida intempestiva de Martín Guzmán. En esa circunstancia, en la que los economistas varones se bajaban uno a uno del ofrecimiento para convertirse en ministro de Economía, un solo nombre quedó en pie. Un nombre de mujer, la única dispuesta a aceptar: Silvina Batakis. Sabemos cómo terminó esa historia: 24 días de gestión y otra renunciada en pleno vuelo de regreso a Buenos Aires, después de negociar como ministra en Washington, jurando tener un apoyo político que, en realidad, nunca había tenido.

Las dirigentes mujeres arrastradas a una lógica de últimos orejones del tarro por una dirigencia kirchnerista de enunciados políticamente correctos pero decisiones implacables: cuando el poder está en juego, se vuelve al redil de la dirigencia masculina. Mujeres como fusibles de momentos en que los dueños del poder saben que hay que hacerse a un costado hasta que escampe: cuando el sol brilló, el “superministro” varón desplazó a la ministra efímera. Que los hombres no acepten los ofrecimientos de Alberto Fernández se viene convirtiendo en una señal de crisis aguda o de gobierno terminado. A las mujeres les toca justo cuando no queda nada.

Por otro lado, más que fortaleza del presidente Fernández y de su visión feminista, por la que tanto dice esforzarse, la decisión de nombrar a Victoria Tolosa Paz en Desarrollo Social, a Kelly Olmos en Trabajo y a Ayelén Mazzina en el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad resulta, al contrario, una muestra de su debilidad. Y, sobre todo, de su soledad: un aislamiento que el Presidente acaba de institucionalizar con esos nombramientos y que, probablemente, lo acompañarán hasta el final de su gobierno. Alberto Fernández se encerró en Olivos con su círculo de íntimos y con ellos tomó la decisión.

Parte del feminismo celebró ayer las designaciones. Especialmente, la de Mazzina, una joven politóloga, lesbiana y militante. Se elogia su trabajo como secretaria de la Mujer, Diversidad e Igualdad de San Luis desde diciembre de 2019 hasta ayer. Fue la impulsora de la ley de paridad de género de su provincia. Sin embargo, su gestión enfrenta un punto crítico: el asesinato de la joven puntana Florencia Magalí Morales, que apareció asfixiada en la comisaría de Santa Rosa del Conlara, en San Luis, el 5 de abril de 2020. Eran los meses más irracionales de la cuarentena. Los policías de la comisaría están imputados por tortura seguida de muerte.

Su caso estuvo por debajo del radar de las organizaciones feministas durante un tiempo cuestionable. A mediados de 2020, Mazzina planteaba que desde su secretaría habían informado al gobierno nacional sobre el caso y pedía esperar a los avances de la Justicia. Ayer, Celeste Morales, la hermana de Magalí, retuiteó una serie de mensajes con menciones al caso de su hermana que cuestionan el rol de Mazzina en la gestión de derechos de las mujeres en San Luis. Una mochila para la nueva ministra de las Mujeres. No es la única: según el “Registro nacional de femicidios de la Justicia argentina”, elaborado anualmente por la Corte Suprema de la Nación, de las 11 provincias cuya tasa de víctimas directas de femicidio cada 100.000 mujeres está por encima del promedio nacional, San Luis es la número 11. La tasa de San Luis es de 1,16 y el promedio nacional es de 0,99.

Esas consideraciones no pesaron en el nombramiento. Está claro que la cancha estuvo despejada el fin de semana para que el Presidente se dejara llevar por el principismo feminista. Tanto Mazzina como Olmos son reconocidas militantes feministas. Aunque Fernández siempre estuvo lejos de aplicar esa cosmovisión en la práctica. Cuando asumió en diciembre de 2019, del total de 21 ministerios, solo cuatro estaban en manos de mujeres. Las tres que tuvieron que dejar sus cargos, Losardo, Bielsa y Frederic, fueron reemplazadas por varones. Solo Ginés González García fue reemplazado por una mujer. Hasta ayer, el gabinete estaba integrado por 19 ministros, de los cuales 17 eran hombres. Ahora, la balanza vuelve al punto cero: otra vez, cuatro ministras en total.

Pero, en lo discursivo, el Presidente se autopercibe el Justin Trudeau de estas tierras. Hay diferencias: el primer ministro canadiense se manejó con paridad matemática en su gabinete, dividido mitad y mitad entre ministras y ministros. La crisis brutal de la Argentina que marcó luego la gestión de Fernández y la presión de los poderes fácticos de su coalición, Cristina Kirchner, por supuesto, dejaron las aspiraciones de una modernización feminista a un costado: la política de la virtud dejó paso a la realpolitik. Cuando las papas queman, no hay tiempo para principios. El único feminismo que nunca se dejó de ejercer en el Gobierno tiene la forma de la paradoja: la hegemonía de Cristina Kirchner y su ejercicio de poder. Cristina es la muchacha brava que juega al poder como lo juegan los hombres.

Para los nuevos nombramientos, el presidente Fernández dejó a un lado las sugerencias que recibió desde el sindicalismo. Que tampoco peleó demasiado por el cargo en Trabajo. Tampoco hubo tuits de Cristina Kirchner marcando la cancha. El Presidente tampoco la consultó en forma directa para llenar los cargos: la última vez que eso sucedió fue cuando le llegó la oportunidad de su vida a Sergio Massa. En el caso de Massa, todo parece indicar que avala los nombramientos, lo que resulta otra señal: en este caso, de que por ahí no pasa el poder y, por lo tanto, no vale la pena esa disputa. Para Massa, el cargo que lo inquieta está en el Banco Central. El de Miguel Pesce. De eso sí hablaron la semana pasada la vicepresidenta y el ministro. Tema de hombres.

Con la hipótesis de la derrota como el escenario dominante, las acciones del oficialismo solo apuntan a multiplicar sus seguros de desempleo. El recambio ministerial pasó a tercer plano. Faltan todavía un año y dos meses para el final de este gobierno, pero los dirigentes kirchneristas gobiernan como si 14 meses no alcanzaran para nada, porque el destino ya está jugado. Entre la gestión y el poder, todos optan por el poder y las astucias para preservarlo cuando ya no sean gobierno nacional.

En el caso de Massa, la economía es su trampolín al futuro. El último informe del FMI le saca el velo al futuro que imagina Massa. Un 2023 hecho de promesas incumplibles y bombas que estallarán cuando llegue el nuevo gobierno. El compromiso es reducir subsidios un 0,6% del PBI, unos 3000 millones de dólares, y reducir planes sociales un 0,7% del PBI, otros 3600 millones de dólares. Tolosa Paz se hace cargo de un ministerio jaqueado por la calle, que pide más planes sociales, y una gestión de Massa que busca reducir el impacto de los planes en el presupuesto. Al menos en lo que refleja el informe del FMI. Una Tolosa en modo Batakis, asediada por una corrida en lo social.

Justo cuando Cristina Kirchner apunta los cañones a la provincia como modo de autopreservación, la pobreza del Indec y la policía de Kicillof dejan expuesta una gestión que tampoco funciona. El dato de que, la semana pasada, los senadores oficialistas se negaron a votar los jueces de la Cámara Federal de Luis Piedra Buena, en Santa Cruz, es sintomático: hasta ahora, la pérdida de autoridad presidencial era un dato. La política y la sociedad ya la habían descontado. La novedad es que está en marcha el camino hacia la merma de autoridad de Cristina Kirchner. Ahora, otros dirigentes se animan, al menos, a decirle no. Por eso estos cambios de gabinete son tema secundario. Primero están la economía, la pobreza, la seguridad, sus causas judiciales, la investigación del atentado y el poder territorial en la provincia.

Entre el regreso al pasado alfonsinista del Juicio a las Juntas que embarga de emoción al presidente Alberto Fernández y el eterno retorno al pasado fundacional del 17 de octubre, el kirchnerismo se sigue esforzando para distraerse no ya solo de los desafíos del futuro, sino de las demandas del más puro presente. En modo party planner, Máximo Kirchner está más interesado en la organización del reenactment del Día de la Lealtad que en disputarle cargos al gabinete del presidente. Eso y la puja territorial por las intendencias bonaerenses acaparan la estrategia del hijo de Cristina Kirchner.

Mientras, el presidente Fernández vuelve a cero, al 1° de marzo de 2020, cuando en la Asamblea Legislativa puso a Raúl Alfonsín como el espejo ideal en el que mirarse. En Escobar, se emocionó con la película Argentina, 1985, rodeado de adolescentes obligados a preguntas guionadas. Al jefe del Estado solo le queda jugar a ser un Alfonsín feminista de ministras de carteras vaciadas de poder. Es lo que hay.

© La Nación

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