jueves, 8 de septiembre de 2022

Por una escritura de aire

 Por Guillermo Piro

El viernes 26 un francés lamado Kirill Blumenkrants ganó una competencia musical que todos los años se desarrolla en Oulu, Finlandia. Lo extraordinariamente democrático de esta competencia musical es que se puede concursar sin saber cantar y, sobre todo, sin saber tocar ningún instrumento. Se trata de una competencia de air guitar, es decir de gente que sube al escenario y al son de una canción simula que toca una guitarra inexistente.

 El Air Guitar World Championships existe desde 1996 y, luego de una interrupción de dos años debida a razones conocidas, volvió nuevamente con la presencia de tres mil quinientos espectadores en Oulu, más millones que lo siguieron por streaming.

Se suele considerar la guitarra de aire como una mera expresión humorística, y probablemente en algún momento lo fue, pero en realidad, a juzgar por las intervenciones que llegué a ver, todos parecen tomarse la cosa con bastante seriedad, o al menos con esa seriedad que concede la dedicación y el ensayo: hay demasiada concentración, demasiada perfección coreográfica en las exhibiciones como para suponer que alguien esté intentando resultar humorístico arriba del escenario. Dicho de otro modo: probablemente alguien resulte humorístico, pero apostaría a que no es su pretensión principal. Más bien el desenvolvimiento en la mímica parece ser irónico, y en cualquier caso se trata de una expresión verdaderamente artística. La prueba del arte radica en que hay alguien que lo hace mejor que otro, y de hecho Kirill Blumenkrants lo hizo mejor que todos.

La carencia de humor queda por otra parte atestiguada si se observa lo que se considera el nacimiento (o uno de los nacimientos) de la guitarra de aire: Joe Cocker, en el festival de Woodstock de 1969. En aquel momento Cocker no parecía divertirse en absoluto, ni tomarse la cosa con humorismo (mucho menos con ironía). Parecía más bien que Cocker –como los demás ejecutantes de la guitarra de aire que vi– entraba en trance, es decir cierto estado de conciencia alterado que los deja completa o parcialmente desconectados de lo que los rodea, un estado en el que algunos escritores consiguieron destilar ciertas obras particularmente interesantes (la lista sería larga, pero citemos a Cocteau, Baudelaire, Michaux, Stevenson, Burroughs, Benjamin, Aldoux Huxley, Thomas de Quincey y un largo ectétera).

Pensé entonces que no estaría del todo mal que apareciera una disciplina, igualmente premiable, que tomara de la escritura solo los gestos, la mímica, pero que no produjera nada y solo se limitara a imitar a otro. Se trata de una disciplina en ciernes, de modo que se aceptan contribuciones a fin de otorgarle toda la serie de restricciones, reglas y perfecciones que necesitaría para cobrar vida. Los ejecutantes de guitarra de aire encontraron una vía honorable para destacarse en el mundo, y eso sin saber tocar ni una nota, ¿por qué no podría alguien simular que sabe espolvorear el orégano en la pizza de la escritura sin generar ni una frase, ni una palabra?

Justin Howard, el vencedor del campeonato de Oulu de 2012, que fue jurado este año, dijo en una entrevista que cuando supo de la existencia de la air guitar pensó que era la cosa más estúpida del mundo, pero que en vez de descartar la idea pensó que tal vez podía convertirse en un ejecutante eximio de una estupidez como esa. Se trata de una operación de pensamiento lateral que deberíamos poner en práctica más a menudo: hay muchos inservibles, necios e hipócritas muy necesitados de reconocimiento, que podrían encontrar en una competencia de escritura de aire un camino honroso para descollar en el mundo de las letras. Y todo eso sin escribir ni una palabra. Me parece una idea maravillosa.

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