domingo, 28 de agosto de 2022

Jaque a la reina

 Por James Neilson

En la Argentina, el monarquismo disfruta de muy buena salud. No se trata de una versión atenuada y esencialmente ceremonial del orden que durante milenios rigió en buena parte del planeta, como es en distintos países europeos y el Japón, sino de una que es bien absolutista. Y, lo mismo que en la Francia prerrevolucionaria, se basa en un sistema de estamentos en que el político es el más poderoso; corresponde a la vieja nobleza gala y, según Cristina Kirchner, está bajo ataque por representantes del clero judicial y mediático. 

A los comprometidos emotivamente con el monarquismo les parece razonable que la lideresa máxima y sus familiares tengan privilegios que son negados a los demás. Así piensan los indignados por lo que hizo el fiscal Diego Luciani que, en un rapto de lesa majestad, pidió que Cristina pasara doce años entre rejas y que quedara inhabilitada de por vida a ejercer cargos públicos por haberse apropiado de por lo menos mil millones de dólares de dinero público. Les molesta que el hombre no entienda que, en una monarquía, lo que llama una “asociación ilícita” es un mecanismo gubernamental legítimo.

Dice la Constitución que “la Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley.” Es lógico, pues, que los kirchneristas quieran reformarla. Además de poner límites a la duración en el poder del presidente -es tan retrógrada que está escrita en un anticuado lenguaje sexista-, la Constitución es antidemocrática; no reconoce que una señora consagrada por el voto popular sí merece ser considerada por encima de la ley y verse beneficiada por fueros muy especiales. Se trata de una omisión escandalosa que los kirchneristas más militantes están resueltos a subsanar. En los días que precedieron a la conclusión del prolongado y terriblemente detallado alegato de Luciani, los kirchneristas intensificaron la campaña a favor de su jefa con la esperanza de intimidar a los convencidos de que hay que tomar al pie de la letra lo de la igualdad ante la ley. Los más exaltados siguen fantaseando con una gran rebelión popular en que las calles de la Capital y otras ciudades se vean inundadas de hordas de manifestantes que coinciden en que Cristina es víctima de una vil conspiración macrista.

¿Serviría una convulsión realmente masiva para persuadir a los jueces de la Corte Suprema y otros tribunales de que les convendría dejar a Cristina y Máximo en paz por estar en juego algo que se supone mucho más importante que el hipotético compromiso del país con la legalidad? ¿O resultarían ser tan innocuas las protestas como la que se produjo frente al departamento de Cristina en Recoleta luego de difundirse el pedido de Luciani? Aunque los estrategas kirchneristas dispusieron de varias semanas en que prepararse para reaccionar con contundencia ante lo que todos sabían ocurriría el atardecer del lunes pasado, el producto de sus esfuerzos resultó ser de dimensiones relativamente modestas. Así y todo, nadie ignora que los kirchneristas y sus aliados son expertos consumados cuando se trata de organizar movilizaciones masivas y que, con la ayuda de dinero aportado por los contribuyentes, podrían producir una decididamente mayor. Después de todo, es una de las pocas cosas que saben hacer con cierta eficiencia.

Para los fieles del kirchnerismo, lo hecho por Cristina para aumentar el patrimonio familiar es lo de menos.  Puede que haya algunos que, a pesar de las toneladas de evidencia que acumularon los fiscales, crean que nunca robó un solo peso de las arcas públicas, pero la mayoría está más preocupada por el impacto en el orden político nacional que tengan los juicios por corrupción que la involucran que en la posibilidad meramente hipotética de que una mujer inocente haya sido víctima de una conspiración maligna urdida por “la derecha” macrista. Intuyen que sin Cristina, o con una Cristina disminuida, el kirchnerismo se esfumaría por completo porque en sus filas no figura ningún “carismático” que sería capaz de tomar su lugar.

Desde hace casi veinte años, la política nacional gira en torno al matrimonio Kirchner. Además de atraer a su órbita al grueso del peronismo, el movimiento que supo engendrar la pareja ha incidido decisivamente en la evolución de la coalición opositora cuya unidad depende en buena medida de la convicción de que constituye la única alternativa a la hegemonía del avatar más reciente del populismo demagógico que tantos perjuicios ha ocasionado al país. Si una eventual condena dejara a Cristina definitivamente marginada, Juntos por el Cambio se vería privado de lo que hasta ahora lo ha mantenido unido. Aunque la necesidad de hacer frente a una crisis socioeconómica pavorosa podría demorar una ruptura formal, las cosmovisiones respectivas del Pro y del radicalismo son tan diferentes que no les sería nada fácil continuar trabajando juntos.

En cuanto al kirchnerismo, siempre se ha basado en la alianza de una elite con pretensiones intelectuales progresistas con la tradicional clientela electoral del peronismo que, antes de la llegada de Néstor y su esposa, votaba por el “neoliberal” Carlos Menem. Esta ala del movimiento está conformada por millones de personas de formación educativa precaria que saben poco de leyes y no están en condiciones de distinguir entre rumores maliciosos y hechos comprobados, de modo que sería natural que muchas tomaran a Cristina por una inocente injustamente perseguida por gente mala. Sería inútil exigirles prestar atención a las pruebas presentadas con tanta prolijidad por Luciani; lo mismo que sus equivalentes de Estados Unidos, donde muchos apoyan a Donald Trump, sus opiniones suelen corresponder a las imperantes en su propio vecindario. 

La otra ala del kirchnerismo, la que para todos salvo algunos sociólogos es la más interesante, está dominada por personas inteligentes que a buen seguro entienden muy bien que Cristina se enriqueció de manera ilícita, pero que así y todo se las han arreglado para persuadirse de que los pecados de la señora son meramente anecdóticos en comparación con los crímenes monstruosos perpetrados por sus enemigos. 

También influye el que muchos vivan de las sinecuras que obtuvieron merced a su presunta lealtad a la protagonista del relato que han confeccionado; correrían el riesgo de perderlas si a alguien se le ocurriera hacer lo que en una oportunidad recomendó Sergio Massa y “barrer a los ñoquis de La Cámpora que nos quieren dejar como parásitos en el Estado”, Para tales militantes, es una cuestión de nosotros contra ellos, de los buenos en una guerra contra el mal, sea éste el capitalismo, el imperialismo yanqui, la oligarquía o el macrismo. Colaboran con tales personajes muchos profesionales de la política que, sin permitirse ilusiones en cuanto a la culpabilidad de Cristina, suelen pasar por alto las fechorías de quienes podrían ayudarlos. En su conjunto, los comprometidos de una manera u otra con el kirchnerismo constituyen un bloque muy influyente, uno que durante un par de décadas ha dominado el mundillo político local.

Mientras que los kirchneristas no tienen más opción que la de pasar por alto la corrupción rampante, otros asumen una postura ambigua al condenarla verbalmente sin por eso hacer mucho más. Se entiende; en una sociedad en que la corrupción siempre ha sido rutinaria, escasean los dirigentes que nunca han protegido a congéneres acusados de violar la ley. Cuando hay muchos corruptos, hasta los más honestos terminan comportándose como sus cómplices, lo que asegura que la mayoría quede impune.

Sea como fuere, hay una diferencia entre los dispuestos a aprovechar todas las oportunidades para aumentar su propio patrimonio por medios ilegales y aquellos que, a regañadientes, toleran los delitos perpetrados por otros por motivos que podrían calificarse de prácticos. Para que esta situación cambiara, sería necesario que el electorado comenzara a castigar con contundencia tanto a quienes no pueden justificar sus ingresos como a aquellos que les brindan protección aun cuando el país no enfrentara muchos problemas materiales. Como Cristina misma sabe muy bien, la convicción ampliamente difundida de que, como subraya Luciani, ha sido responsable de “la mayor maniobra de corrupción que se haya conocido en el país”, la ha perjudicado mucho menos que la angustiante crisis socioeconómica.

Si la Argentina estuviera experimentando un boom de consumo sin mucha inflación, Cristina no tendría motivos para preocuparse, pero desgraciadamente para ella, el desprecio que, lo mismo que sus simpatizantes y los personajes con los que se rodeaba, siente por ciertas reglas básicas y su compromiso personal con “el capitalismo de los amigos” incidieron de manera muy negativa en el manejo de la economía por parte de los gobiernos que encabezaría. Así las cosas, siempre fue de prever que, andando el tiempo, se privaría de los beneficios que suelen conseguir aquellos gobernantes que, si bien roban, también hacen y por tal motivo permanecen intocables en sociedades acostumbradas a permitir que los políticos se mofen de la ley.

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