martes, 7 de junio de 2022

No es el futuro el que llama a la puerta, es el pasado que pide volver

 Por Loris Zanatta

Sobre las invitaciones a la Cumbre de las Américas, los presidentes latinoamericanos bailaron el tango. ¿Solo democracias o también dictaduras? ¿Voy o no voy? ¿Cumbre o contracumbre? Cuántas hipocresías, cuántos reyes desnudos que todos pretenden ver con librea. Ni político ni diplomático, intentaré decir lo que piensan pero no dicen los políticos y los diplomáticos. Historiador de profesión y un poco cínico por vocación, intentaré explicar lo que creo que está realmente en juego: mucho más de lo que parece.

Primero, sin embargo, rasguemos el velo de la hipocresía. Desde Andrés Manuel López Obrador hasta Alberto Fernández, pasando por tantos otros, se ha levantado un coro: ¡ay de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela, países “hermanos”! Expertos en caminar sobre huevos, no niegan que sean dictaduras, pero tampoco lo admiten. ¿Les importa? Explayan nobles argumentos: aislarlos es inútil, la historia lo prueba, el diálogo es más útil que el castigo. Es urgente “generar encuentros, intercambios y discusiones, especialmente en la diferencia”, nos enseña uno de sus admiradores. Lindo, ¿no? “Diálogo” siempre suena bien y está de moda. ¿Te invaden y te bombardean? ¡Diálogo! ¿Te encarcelan y torturan? ¡Diálogo! ¿Toman todo el poder para nunca dejarlo? ¡Diálogo! “En la diferencia”, claro. La línea entre la hipocresía y la maldad es delgada, no tanto como entre la maldad y la estupidez.

A quienes han estudiado un poco de historia, sin embargo, les surgen un par de dudas. La primera: ¿es verdad que estos pobres regímenes padecen la soledad? La segunda: ¿diálogo para qué? Respecto de la primera: no se volvieron autoritarios porque fueron maltratados, fueron sancionados por ser autoritarios. ¡Dejen de llamar víctimas a los verdugos! Respetamos su autodeterminación, dicen para defenderlos. ¿La autodeterminación de quién, si su pueblo no es libre de expresarse? Hipócritas. Lo cierto es que América Latina nunca aisló de verdad a Maduro y Ortega, ni a Castro desde que dejó de exportar guerrillas. Siempre ha habido un Torrijos o un Kirchner, un Echevarría o un Correa, un Allende o un Lula bendiciéndolos: “¡Somos hermanos!”. Hermanos de los tiranos. Respecto de la segunda duda, es cierto que las sanciones no han producido nada: es difícil provocar cambios internos con presiones externas. Pero ¿ha logrado algo el diálogo? Y sobre todo, ¿cuántos gobiernos latinoamericanos lo han entendido como una herramienta para inducir a las dictaduras a democratizarse? El diálogo es la hoja de parra para legitimarlos y darles el tiempo para consolidarse. Hipócritas.

Eso nos lleva al meollo del problema, al sentido histórico de lo que está sucediendo. Acabo de escribir que América Latina nunca aisló a sus dictaduras, más bien las justificó. Es cierto en parte: en los años 90 del siglo XX estuvo más cerca que nunca de cumplir con el principio de su exclusión. En esa época se desarrolló un amplio consenso democrático y por eso nacieron entonces las Cumbres de las Américas bajo la inspiración de Bill Clinton, con el asentimiento –ya convencido, ya oportunista– de los presidentes latinoamericanos. La idea predominante fue la que inspiraba el panamericanismo: una integración hemisférica basada en los principios del liberalismo, que, una vez colapsado el mundo comunista, parecía triunfar en todas partes. El libre comercio y la democracia representativa, el Estado de Derecho y la libertad económica, el globalismo y la secularización encarnaron “el espíritu de los tiempos”. ¿El sueño eterno de la unidad latinoamericana? ¿La utopía panlatina? Huérfana de modelos, pareció fundirse con la panamericana, amoldarse a sus pilares ideales. ¿Por qué la democracia liberal no podría ser un bien común de hispanos y anglosajones, católicos y protestantes? ¿No había ocurrido ya en Europa? Nadie lo demostró mejor que la Argentina y México, pilares históricos del nacionalismo antiliberal, pasados en un cerrar de ojos de la trinchera panlatina a la platea panamericana.

¿Podría funcionar? ¿Podría durar? Desde entonces el mundo se ha ido por otro camino, muchos sueños se han convertido en pesadillas y aún más pesadillas se han hecho realidad. Cualesquiera que sean las causas, el “espíritu de los tiempos” es hoy el opuesto al de entonces: el panamericanismo está moribundo y el panlatinismo tiene el viento en popa. Los peronistas argentinos y los nacionalistas mexicanos llevan el timón: pasada la excepción, vuelve la norma. ¿Por qué sorprenderse con el asalto a la Cumbre de las Américas? Sin embargo, aquí es donde la hipocresía huele a engaño y mala fe. En lugar de escudarse en la magia del “diálogo”, sería más honesto que los gobiernos que lo invocan explicaran sus intenciones. No me parece que en su visita a La Habana AMLO exigiera democracia. Ni que Fernández y demás amigos pierdan el sueño para restituirla en Nicaragua o Venezuela.

En la vana espera de su explicación, intentaré dar la mía. Pienso que aspiran a enterrar hoy lo que tuvieron que tragar hace treinta años: el ethos liberal del panamericanismo, en el que ven al eterno enemigo de la tradición panlatina. Me asustan, pero los entiendo: piensan que Occidente está exhalando el último suspiro, que el orden posliberal será indiferente a las libertades civiles y la democracia política, que los parias de hoy serán socios valorados mañana. Sin embargo, renegar del panamericanismo requiere explicar por qué es incompatible con el panlatinismo. ¿Acaso el panlatinismo que tienen en mente piensa sacrificar el individuo al “pueblo”, la libertad a la razón de Estado, el pluralismo a la ideología del régimen? ¿Están cultivando una idea antidemocrática de la democracia, como ya tantas veces en el pasado? Es legítimo temerlo, ya que es lo que está pasando en Cuba, Nicaragua y Venezuela, lo que caracterizó a los grandes panlatinismos argentino y mexicano, lo que muchos encuentran normal y aceptable. Para entrar en la Unión Europea, Portugal y España tuvieron que completar la transición democrática. Para ser parte de la comunidad latinoamericana, la democracia es aparentemente opcional. ¿Es este el mensaje de la polémica por las invitaciones a la Cumbre?

América Latina va “a la izquierda”, dice todo el mundo. Va “a la derecha”, decían hace años. Quién sabe mañana. No me perturba ni me emociona: son categorías débiles, síntomas de pereza intelectual. Para mí, por ejemplo, siempre será mejor una izquierda liberal que una derecha populista, una derecha liberal que una izquierda populista: harán menos daño, no invocarán a ningún “pueblo mítico” para perpetuarse en el poder. Esto, sin embargo, es precisamente lo que está en juego: “derecha” e “izquierda” dan cada vez más la espalda al polo liberal y se inclinan hacia el populista. En una región en perpetuo equilibrio entre uno y otro, entre la democracia y sus enemigos, la sociedad abierta y la tribu intolerante, no es el futuro el que llama a la puerta, es el pasado que pide volver.

© La Nación

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