viernes, 11 de marzo de 2022

La gran duda del Gobierno tras el primer test


Por Fernando Laborda

Pese a que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) sorteó su primer test en el Congreso, la falta de unidad y de determinación en la coalición gobernante, sumada a la coyuntura económica internacional, genera serias dudas acerca del efectivo cumplimiento de las metas proyectadas por parte de la Argentina.

Cuando hasta legisladores del oficialismo admiten que apoyan el entendimiento con el organismo financiero porque la otra opción serían las desastrosas consecuencias de un default, surge con claridad que les disgusta el acuerdo alcanzado para la renegociación de la deuda pública. ¿Cuánto podrán resistir los líderes del oficialismo el hecho de tener que someterse cada tres meses a las revisiones de la marcha del programa económico por parte de los técnicos de un organismo al que dicen detestar, como lo hizo el propio Alberto Fernández?

Es cierto que el kirchnerismo no estuvo ayer tirando piedras frente al Congreso, mientras los diputados nacionales debatían la ley que autoriza al Poder Ejecutivo a tomar nueva deuda del Fondo Monetario. Pero tampoco estuvo presente en el recinto de la Cámara baja para defender el proyecto del Gobierno.

Los desmanes y la violencia que se vivieron en la víspera en los alrededores del Congreso hizo recordar a la furia vista en el mismo lugar en diciembre de 2017, en tiempos de Mauricio Macri, cuando se trataba la reforma previsional. En aquel momento, Cristina Kirchner sostuvo que “si el Congreso tiene que sesionar vallado y militarizado es porque lo que se está debatiendo adentro va en contra de los intereses de la mayoría”. Hoy la vicepresidenta de la Nación parecería pensar del mismo modo, aun cuando los vidrios de su propio despacho en el Senado fueron el blanco de los piedrazos de los activistas. En cualquier caso, como se desprende del video que difundió en las redes sociales, a Cristina no le ha molestado tanto la violencia expuesta por los manifestantes, sino la “paradoja” de que la hayan atacado a ella ignorando su supuesta lucha contra las políticas del FMI.

La conjunción de agrupaciones de izquierda y de violentos activistas en la calle con el cristinismo en su casa -Máximo Kirchner solo se hizo presente en la sesión para emitir su voto en contra- exhibió la profunda debilidad de un gobierno nacional que, como nunca antes, debió refugiarse en el aval de la oposición de Juntos por el Cambio para sacar adelante una norma legal.

Un flaco favor le hizo al Presidente la exhortación del dirigente social Luis D’Elía al cristinismo a “no delarruizar a Alberto”. Más que una defensa, pareció un acto más de esmerilamiento de la figura presidencial, aunque sin la vehemencia que supo tener Fernanda Vallejos cuando tildó a Fernández de “okupa” y “mequetrefe” y lo cuestionó por no “subordinarse” a Cristina Kirchner.

Lo cierto es que una de las pocas cosas que parece unir al oficialismo es el rechazo, siempre sobreactuado, hacia el expresidente Macri. Jugando con la sigla FMI, militantes de La Cámpora se ocuparon de divulgar mediante pintadas en muros del área metropolitana el eslogan “Fue Macri”, afín al mensaje según el cual la culpa de todo y de tener que acordar con el Fondo la tiene el exmandatario.

Pero la estrategia discursiva del oficialismo pareció agotarse en Macri, al margen de la jactancia que exhibieron los dirigentes del Frente de Todos para aclarar a cada rato que ni la reforma previsional ni la reforma laboral forman parte de las condiciones impuestas por el FMI. Hablan como si el sistema previsional argentino fuese un dechado de virtudes y como si las jubilaciones ordinarias fueran del nivel de las del primer mundo, cuando el haber jubilatorio mínimo apenas llega al equivalente a 160 dólares. Y hablan como si en la Argentina hubiese pleno empleo, no hubiera casi un 50% de trabajadores en negro y no fuera necesario modernizar la legislación laboral ni bajar los impuestos al trabajo.

“Este acuerdo es objetado por la derecha y por los grandes grupos económicos por ser light”, se jactó el secretario de Relaciones Parlamentarias del Gobierno, Fernando “Chino” Navarro. “Están enojados porque no hay reforma previsional ni laboral”, agregó. Con ese mensaje, el Gobierno buscó y sigue buscando acercarse a los sectores internos que más resisten cualquier negociación con el FMI. Trata de convencer a propios y extraños de que el entendimiento firmado, en el fondo, no es el que pretendía el organismo crediticio internacional.

Algo de cierto hay en ese mensaje oficial. El staff del FMI sabía que no podía exigirle mucho más al gobierno kirchnerista, al tiempo que tenía claro que era necesario evitar las consecuencias que dentro del organismo iba a generar lógicamente un default de la Argentina.

Normalmente, cualquier préstamo de facilidades extendidas del Fondo Monetario persigue que, en los diez años de facilidades crediticias, los países deudores puedan llevar a cabo las necesarias reformas estructurales para ajustar sus cuentas fiscales y recuperar capacidad de repago de sus deudas. Curiosamente, este acuerdo no habla de reformas estructurales y, como han señalado no pocos observadores económicos, está plagado de inconsistencias y de incongruencias, que se suman a la perspectiva de que una coalición gobernante dividida pueda carecer de la fortaleza indispensable para cumplir con los compromisos asumidos.

© La Nación

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