sábado, 8 de enero de 2022

La costumbre argentina de vivir en el engaño

 Cristina Kirchner, en marzo de 2021: "El lawfare sigue en su pleno apogeo"

Por Héctor M. Guyot

Nos hemos acostumbrado a vivir en el engaño. El Gobierno miente a conciencia. Carece de otro método para lidiar con la realidad y nada le ofrece mayor rédito en la búsqueda de una hegemonía que hoy parece lejana. Una parte de la sociedad adopta con fervor el espejismo que propone el relato. Otros, entre ellos muchos funcionarios y dirigentes, no comparten el entusiasmo, pero suscriben la mentira mientras sirva a sus propias ambiciones de poder y riqueza.

La voz firme de los muchos que denuncian las imposturas del kirchnerismo no parece suficiente, acaso porque el divorcio de los argentinos con la realidad viene de lejos y resulta cada vez más doloroso abrir los ojos. Néstor y Cristina Kirchner solo han llevado al extremo, ayudados por un clima de época en el que todo lo sólido se desvanece en el aire, una tendencia que arrastramos desde hace décadas. Todos, en parte, vivimos en el autoengaño. Lo triste es que quizá no haya otro modo de soportar el devenir diario de la política argentina.

Aquí se puede decir que el sol sale por el Oeste mientras vemos cómo su bola de fuego se eleva en el horizonte del Río de la Plata. Para imponer la idea por sobre el hecho, solo hace falta una desfachatez olímpica y una cuota generosa de indignación, además de perseverancia y talento para estimular el resentimiento, que enceguece. Con jueces dispuestos a avalar la falsedad ya sea por codicia, temor o simple identificación ideológica, el poder siempre encontrará el modo de esquivar la realidad, por evidente que sea. Solo un estado de alienación severa, que excede al ámbito de la Justicia, explica que las causas por corrupción que se le siguen a Cristina Kirchner y a muchos de sus exfuncionarios no avancen hacia sentencias definitivas. Solo la impunidad para decir blanco cuando hay negro permite que la expresidenta y sus espadas sigan machacando con la teoría del lawfare mientras las evidencias del latrocinio florecen como los azahares en primavera.

¿Cómo se puede seguir hablando de lawfare cuando, según se supo esta semana, las propiedades de Daniel Muñoz, secretario de los Kirchner entre 2003 y 2009, superan los 110 inmuebles solo en la Argentina? Entre ellas hay dos estancias en Santa Cruz, una de 20.000 hectáreas, y complejos de cabañas en Villa La Angostura, El Calafate y San Martín de los Andes. Hay que sumar todo esto a los 16 inmuebles que ya se le habían descubierto al fallecido Muñoz en Miami y dos departamentos en el Plaza Hotel de Nueva York, por los que pagó 14 millones de dólares. Estos nuevos datos, recabados por el juez federal Julián Ercolini en un expediente desprendido de la causa de los cuadernos, según informó Hernán Capiello, vienen a confirmar, por si hiciera alguna falta, lo que ya parece probado en el conjunto de los juicios en los que está procesada la vicepresidenta. Todas estas causas conforman una constelación que ilustra en detalle el sistema de extracción perfeccionado por los Kirchner para sustraer y lavar dinero de los argentinos con la complicidad de empresarios y sindicalistas corruptos, de modo directo o a través de distintos testaferros.

El matrimonio santacruceño, de todos modos, no surgió por generación espontánea. Una parte importante de la dirigencia política del país concibe al Estado como un botín que, una vez conquistado, sirve tanto para enriquecerse a cuatro manos como para eternizarse en el poder mediante la concesión de favores y la invención de cargos innecesarios. Esa es la razón principal del déficit fiscal que nos asfixia. Se la llevan o la usan sin empacho para comprar votos y voluntades. Un Estado insostenible, engordado irresponsablemente para mantener privilegios de casta con beneficiarios en permanente disputa, explica la inflación, la falta de moneda, una pobreza escalofriante y hasta la bendita deuda. Y es también la causa de las dificultades que tiene el Gobierno para alcanzar un acuerdo con el FMI, más allá del relato que puedan pergeñar el Presidente y su ministro de Economía.

Volvemos al principio. Muchos de los problemas más graves que hoy padece el país tienen un mismo origen: nuestra debilidad por permanecer en el engaño. Apremiado en múltiples frentes, sumido en la inmovilidad por sus contradicciones internas y por su ineptitud, el Gobierno sigue respondiendo a todo con la única herramienta que maneja: juega su suerte al relato. Por eso el país se deteriora otro poco cada día.

La salida del atolladero en el que estamos empezará a vislumbrarse, entonces, cuando la sociedad, o al menos una parte mayoritaria de ella, no se deje engañar por el engaño.

Los líderes de la oposición, si aspiran a preservar el capital conquistado en las elecciones de noviembre, están obligados a hablar claro. Con posturas ambiguas, amigos políticamente dudosos o acuerdos hechos de espalda a la ciudadanía solo irán perdiendo la confianza de un electorado que, al no verse representado en su voluntad de dejar atrás la vieja política de una buena vez, podría migrar hacia propuestas antipolíticas. O encaminarse sin remedio hacia el desencanto de un nuevo engaño.

© La Nación

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