domingo, 7 de noviembre de 2021

El Presidente más argentino de la historia


Por Nicolás Lucca

El presidente lleva su sapiencia desaprovechada por este país ingrato hacia la Cumbre de Líderes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Allí, en Glasgow, el hombre propuso algo genial: cambiar acciones climáticas por deuda. La idea no es de él, madura desde hace tiempo en los circuitos preservacionistas a la espera de que algún país les de bola.

Ahí aparecemos nosotros. Destrozamos la macroeconomía, gastamos como si no hubiera mañana, tenemos las reservas detonadas a pesar de una cosecha récord, pero nos comprometemos a arreglar el jardín si nos perdonan la hipoteca que sacamos para pagar fiestas.

El hombre preparó una mega exposición. Hasta se garantizó una foto en primer plano con una nota de cobertura en el principal medio argentino para explicar cómo se planeó tamaño discurso. Lo que se le escapó fue la convocatoria. Eso o el distanciamiento social fue de 500 metros a la redonda.

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Corría el año 1826 cuando el gobierno del entonces presidente Bernardino Rivadavia encargó a una comisión de notables el contrato de algún ingeniero civil europeo que estuviera a la altura del diseño, dragado y construcción de un puerto moderno para la ciudad de Buenos Aires. En Suiza hallaron al ingeniero Charles Pellegrini que, luego de pensarlo un par de veces, decidió probar suerte. Una vez que aceptó le dijeron que, además de casa, salario y equipos, debería abocarse a una tarea especial… la limpieza y descontaminación del Riachuelo.

Cuando el barco que lo traía amarró en Montevideo, el signore Pellegrini se enteró de que Rivadavia ya no era presidente y de que nadie se quería hacer cargo de su propuesta laboral. De hecho, no tenía ni cómo volver a Europa. Instalado en Buenos Aires decidió matar el hambre con una de sus habilidades de ingeniero civil: el dibujo. Gracias a él y sus litografías podemos saber cómo era la ciudad de Buenos Aires por aquellos años. De hecho, busquen cualquiera y fíjense quién las firma.

Pellegrini le enviaba cartas a su familia en las que no quería contar la verdad. Prefería afirmar que le iba de la hostia. Podía fallar y su hermano se lo creyó, con lo que recaló en Buenos Aires para trabajar con don Charles. Pobre pelotudo, se encontró con el ingeniero viviendo en un inquilinato ya dedicado a pintar retratos. Pero como el hermano traía algo de dinero, más lo poco que había ahorrado Charles, se compraron una chacra en la loma del huerto: Cañuelas. Finalmente comenzó a brillar el sol para un hombre que aplicó sus conocimientos de ingeniería para convertir su pequeña chacra en una máquina de exportación de lana.

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Somos el país de la megaminería a cielo abierto que ni siquiera se calentó en armar un marco legal para que el oro se tribute como oro, para que el litio se tribute como litio, y así. No, señor, hacemos mierda las montañas y nos quedamos con ingresos por “doré”, una mezcla de plata, oro y platino que como no es ninguna de las tres cosas, no paga como ninguna de las tres cosas. ¿El litio? Carbonato de litio no es litio. Paga como otra cosa.

En ese andamiaje legal fomentado hasta el hartazgo por el kirchnerismo, la ideología quedó para las cadenas nacionales: las represiones brutales no existieron, el colonialismo de las megamineras extranjeras tampoco. ¿El saldo? Ese enorme crecimiento desproporcionado del segundo y tercer cordón del conurbano bonaerense de los últimos veinte años, mayoritariamente migrantes internos de provincias reprimarizadas económicamente que no tienen dónde conseguir trabajo.

Según números oficiales, el 64,7% de la basura que se genera en la Argentina se destina a rellenos sanitarios. Cada uno de nosotros generamos un promedio de un 1,14 kilos de basura por día. A niveles europeos, pero con consumo somalí y procesamiento medieval.

Pasamos de buscar inversiones por todos lados para Vaca Muerta, energía fósil no renovable y altamente contaminante, a predicar sobre cambio climático en el mismo día en el que firmamos nuevos acuerdos con el mayor contaminante del mundo: el Partido Comunista Chino.

¿Cómo hacemos para ofrecer acciones climáticas a cambio de no entregar dinero y que nos crean que ese dinero irá direccionado a acciones que retrotraigan el desastre ambiental que es este país con cloacas a cielo abierto a las que tenemos el tupé de llamar ríos? ¿Cómo hacemos para que nos crean si el propio oficialismo estuvo a un microsegundo de aprobar una ley para que ese mismo dinero del FMI se utilice para poner platita en el bolsillo de lajente?

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Un día, don Charles encuentra en un periódico que se llevaría a cabo la subasta de todo el instrumental del recientemente fallecido ingeniero británico James Bevans. Pellegrini, que lo primero que hizo para poder comer fue liquidar sus propios aparatos, quiso volver a abastecerse. Se presentó antes de la subasta en la casa de la familia Bevans y se puso a charlar con la viuda, la británica Priscilla Bright.

De este modo, el hombre se enteró de que James Bevans, rebautizado Santiago en Baires, había sido contratado por el ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires en 1822, un tal Bernardino Rivadavia, para que se diera a la tarea del diseño, dragado y construcción de un puerto moderno para la ciudad de Buenos Aires… y el saneamiento del Riachuelo. Una vez que llegó a Buenos Aires, Rivadavia ya no estaba en funciones y nadie se hizo cargo de su contrato.

Con mejores contactos, logró reencaminar su gestión de ingeniero civil hacia la agrimensura. Hasta que un día le entraron a robar a su departamento, lo maniataron junto a su esposa y le hicieron creer que habían violado a su hija. Sobrevivió por poquito tiempo: murió a las semanas de una crisis que hoy podríamos denominar hepática fulminante. O, en lunfardo, reventó de bilis.

Charles Pellegrini no solo compró todo el instrumental de Bevans si no que pidió permiso para salir a pasear con la señorita María Bevans Bright. Pronto se casaron y María dio a luz a Carlos Pellegrini, futuro primer presidente de los argentinos hijo de inmigrantes. Como daño colateral, nos tocó un bien apodado “Gringo” que se recibió de abogado con una tesis a favor del voto femenino en 1868 y cuyas raíces se pueden rastrear en sus tíos maternos: sufragistas británicos.

Por otro lado, podemos decir que hace un mínimo de dos siglos que tenemos una cloaca abierta que genera problemas. Y la tenemos a veinte minutos del Obelisco.

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El río Uruguay no puede más. En el estuario del Plata nadaban nuestros abuelos y hoy pueden salir con tres ojos y cinco brazos tras un chapuzón. Las movilizaciones no tienen un solo micro que pase la verificación técnica vehicular. Ni siquiera las del oficialismo. Y mejor no hablar de los camiones que contratan los distintos gobiernos para realizar obras: el tóxico perfume de sus escapes los preanuncian.

Por culpa de los congelamientos de tarifas tuvimos un retraso de inversión y mantenimiento que disparó el uso de generadores eléctricos a combustible. A eso hay que sumarle que el 64% de nuestra energía eléctrica proviene de la quema de combustibles y solo el 4% de energías renovables. Por si fuera poco, los congelamientos de precios llevaron a un cambio de costumbre de consumo que puede resumirse en una sola pregunta: ¿Cómo pasabas los veranos de pibe? No tuve aire acondicionado hasta los 23 años. Gastamos como si la electricidad bajara del cielo y no como si se quemaran dinosaurios para poder prender la tele. Y la culpa de ese cambio del consumo no es nuestra.

¿Cómo cazzo vas a ofrecer acciones climáticas si nunca, pero nunca tuvimos la intención de cuidar lo que tenemos?

Cuentan que una leyenda del liderazgo político europeo dio gala de su pragmatismo en una reunión de gabinete convocada para una crisis específica. Ese gabinete hererodoxo comenzó a proponer teorías de libros, a citar autores y preguntarse cómo harían para bajar a la realidad esas ideas hasta que fueron interrumpidos: “Si les traigo un problema no me respondan con ideología”.

Nosotros, que nos hemos dado el lujo de tener un gobierno en el que nadie sabe siquiera cuál es su ideología, podríamos suponer que tenemos el pragmatismo a flor de piel, que todos harán lo que deben hacer por sobre lo que sus sentimientos universitarios de eternos pendeviejos les grita que debería hacerse.

Ahí tenemos el listado hermoso. La degradación del poder adquisitivo patrio se soluciona con impresión de moneda porque, en teoría, una escuela económica sostiene que eso no debería generar inflación. Y como la inflación se dispara, aplicamos un control, congelamiento y retrotraimiento de precios porque, en teoría, la formación de precios puede digitarse. Podría decirse que económicamente tenemos una administración acostumbrada a jugar al Sim City. Me los imagino todo el día con sus computadoras tratando de que aparezca dinero cada vez que tipean MOTHERLOAD.

Luego viene la cuestión de la seguridad, que sostienen los que saben que, si tan solo se tratara de una cuestión de oportunidades, ingresos y educación, no existiría el flagelo en el primer mundo. Del mismo modo, podríamos suponer que en la Argentina no debería existir el crimen si la educación es pública y gratuita. O, por la negativa, deberíamos suponer que todos los pobres o desertores de la educación son delincuentes.

Uno plantea estas cuestiones a la corriente dominante y la respuesta es sencilla: en teoría la única forma es más y mejor educación. Entonces ¿por qué no lo hacen?

En ese criterio de priorizar lo que hay que hacer por sobre la ideología, Alberto Fernández no aprendió ni de su amigo Lula, quien proveniente del socialismo de base, lideró brasil con medidas por las que el mismo Lula se habría encadenado en el Palacio de Planalto.

Qué se la va a hacer. Nos tocó el hombre que confunde pragmatismo con no tener necesidad de un plan de gobierno en ninguna área; el hombre que tiene una respuesta ideológica distinta para cada momento del día y que todo depende de quién lo cuestione. Peronista si lo cuestiona la oposición, socialdemócrata si lo apuran los gobernadores, siseñorista si Cristina manda una carta o un mísero tuit.

¿Querés ampliar el combo? El Presi habla con uno de sus dos amigotes periodistas que no laburan en C5N y le cuenta que Mauricio Macri quiere “boicotear el acuerdo con el FMI como hizo Cavallo con Alfonsín”. Y si alguien sabe de Cavallo es Alberto Fernández. Nunca está de más recordar que Néstor Kirchner fue su plan B luego de que la carrera presidencial de Cavallo quedara sepultada con el gobierno de De La Rúa.

No estamos para defender a nadie, pero convengamos que no ayuda culpar a Macri luego de dos años de hacer la plancha con la bancada del Congreso meta pedir que se use la guita del FMI para cualquier cosa menos para devolverla. Y ni que hablar cuando luego viene la vocera designada por el mismísimo Presidente a decir que no habrá acuerdo si el FMI dice “qué hacer y qué no para pagarle a ellos a costa de la salud, el hambre o la educación de los argentinos”. ¿Entonces quién fue?

El estadista de las sillas vacías vuelve al país y lo primero que hace es participar de un evento con Evo Morales y Rafael Correa en el que se acusa a los Estados Unidos y al Reino Unido de haberlo volteado. Luego habla ante la UPCN y dice que «no piensa arrodillarse frente a los acreedores», a menos de 48 horas de afirmar que tuvo una reunión hermosa con el FMI. Para redondear, la CGT, que en los últimos dos años estuvieron borrados de cualquier foto que mostrara al gobierno con olor a naftalina sindical, ahora anuncia que después de las elecciones serán la columna vertebral del gobierno. ¿Quién carajo los votó?

Más argentinidad es imposible. No hay chances de conseguir un mayor estereotipo ni con todos los chistes sobre argentinos que existen. Te putea sin conocerte, se victimiza si queda en off side, te señala con el dedo por hacer lo que él hace, te da consejos sin que se los pidas y te da clases sobre lo que no tiene puta idea.

Ahí tenés a un hombre que va a explicarle a la humanidad que el mundo ha vivido equivocado. «Le dije a Macron que para los que gobernamos la pandemia, fue como caminar en un pantano», sostuvo Alberto. Luego largó que «la ciencia no le daba respuestas». Sí, el mismo flan de la coherencia que nos tuvo dos años con la sarasa del «gobierno de científicos». Yo prefería uno de funcionarios, pero no estoy para dar consejos.

La argentinidad al recontra palo. Porque nosotros la sabemos lunga. ¿De economía? Sufrimos por los errores de un sistema capitalista global que debe repensarse. Repensarse para que nosotros podamos seguir de joda. ¿Pobreza? Es culpa de ese capitalismo, no jodamos. Aparte ¿Qué es pobreza? Nuestros pobres al menos comen. Algunos. De vez en cuándo.

¿Querés que te explique la deuda? No puede ser que nos presten cuando le pedimos. Honestamente, si después de mil defaults y reestructuraciones de deuda –la primera, ya que estamos, encarada por Carlos Pellegrini– aún nos prestan dinero ¿la culpa es nuestra? ¿Encima querés que te pague, mamerto? ¿Para qué me prestás si ya sabés cómo me pongo?

Y si querés te damos clases de derechos humanos mientras defendemos a Cuba y Venezuela y, por qué no, una buena charla sobre la educación en la que nos cagamos.

Todavía no entiendo cómo no se les ocurrió pedir que nos den dólares a cambio de darles acciones institucionales, respeto por las leyes y honestidad intelectual.

© Relato del Presente

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