lunes, 22 de noviembre de 2021

El factor humano

 Comparación. Si se hace un análisis político como el ajedrez, habrá errores.

Por Sergio Sinay (*)

En la medida en que los análisis políticos se reduzcan a examinar los acontecimientos como si fuesen partidas de ajedrez en que los jugadores tienen plena conciencia de sus movimientos, y en tanto se observen las tácticas y estrategias de esos jugadores como si provinieran de protagonistas con una capacidad intelectual superior a la media, dichos análisis serán en buena medida erróneos, incompletos y limitados.

Reflejarán ante todo los deseos, los intereses personales o corporativos, el modelo mental, la ideología o la cosmovisión de quienes los firman. Los acontecimientos políticos son sucesos humanos producto del accionar de personas que, como tales, tienen psiquis, y, dentro de esa psiquis, un inconsciente que es reservorio de deseos inconfesados (o inconfesables), pulsiones, emociones, inhibiciones, energías, fantasías. Eso que el médico, psiquiatra y pensador suizo Carl Jung (1875-1961), padre de la psicología analítica, llamaba complejo, o conjunto de imágenes que comparten un tono emocional y que, en planos profundos, reflejan arquetipos universales, presentes en los sueños (escenario de los procesos más recónditos de la mente), en las creencias y en las bambalinas de cada personalidad. Rey, guerrero, mago, amante, dios, diosa, madre, hijo, padre, púber eterno, ninfa eterna son algunos de esos arquetipos, que se manifiestan de diferentes maneras, funcionales o disfuncionales, en cada individuo.

En el carácter de una persona el guerrero se puede expresar como un luchador por la justicia o como un violento, el rey como un benefactor de la comunidad en la que actúa o como un autoritario, el mago como un generador de visiones inspiradoras o como un manipulador engañoso, el amante como un pacificador que promueve vínculos trascendentes o como un lujurioso depredador emocional, y así con cada arquetipo. La complejidad de la mente cuenta en todas las experiencias y relaciones humanas, y con mucha más razón en la política, donde se juegan destinos colectivos. Más allá de los elaborados, ingeniosos, intencionados o precarios análisis de los acontecimientos están las mentes de los políticos y hay que incluirlas y explorarlas hasta donde sea posible en las lucubraciones sobre sus idas y venidas. En 1930 Harold Lasswell (1902-1978), pionero de la psicología política, dio cuenta de ello en “Psicopatología y política”, un libro fundacional en la materia.

Lasswell advirtió lo que posteriormente se seguiría estudiando y profundizando, y que es hoy inocultable para cualquier ciudadano despierto. Es decir, que la política es campo propicio y fértil para los psicópatas. Como define el psiquiatra Hugo Marietan, destacado especialista argentino en la materia, el psicópata construye una lógica propia, en la que las nociones de bien y de mal están ausentes, carece de empatía, le resulta desconocido el sufrimiento ajeno y crea un código para sí que lo absuelve de toda culpa y responsabilidad por los daños que provoca. La psicopatía, además, no se cura. Cuando las personas comunes no entienden el por qué de las actitudes, decisiones y acciones de políticos y, sobre todo, de gobernantes que actúan una y otra vez en beneficio propio y en desmedro de la sociedad, están ante un psicópata en el poder. Y si es confirmado o reelegido en el cargo se debe a una característica de este trastorno de personalidad: la de resultar un experto manipulador capaz de cooptar y seducir a sus presas mediante variadas y refinadas triquiñuelas. Solo cuando esa presa toma conciencia y abandona su papel de tal, el psicópata huye. Mientras tanto puede mentir, amenazar, prometer, incumplir, decir y desdecirse sin ningún problema moral o de conciencia. También ocurre que muchos aspirantes al poder son muy hábiles para ocultar su psicopatía hasta que alcanzan ese poder.

En una época turbulenta, en que las derrotas se celebran como triunfos y la realidad se niega y tergiversa con impudicia, es muy importante incluir el factor humano en el análisis político. Omitirlo contribuye a la expansión de la psicopatía en un terreno donde los daños que provoca son masivos.

(*) Escritor y periodista

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