sábado, 23 de octubre de 2021

Stop & stop


Por Luis Tonelli

Tres son las fuentes que confluyen en la caída en la imagen de Alberto Fernández: la primera, es el accionar de la oposición -vamos a tomar en primer lugar, de a quien le echa la culpa el Gobierno-. Pero la oposición no tiene una postura obstruccionista, sencillamente porque no tiene el poder para hacerlo.

Se puede argumentar que, nominalmente, tiene la llave para bloquear las sesiones en la Cámara de Diputados, pero allí en general, si no hubo sesiones fue porque el oficialismo no pudo juntar a su bloque y aliados. Ciertamente, en la oposición se destacan los halcones, pero para bailar el tango se necesitan dos, y el Presidente es el que tiene la responsabilidad de imponer el tono del debate político. Eligió el de “nosotros somos la vida, ustedes son la muerte”, o sea, la grieta llevada a su máximo esplendor. Cosa que alimenta a quien al menos no tiene grandes problemas para comer, pero no los que han cambiado su dieta por galletitas cuando antes comían proteínas.

La segunda fuente de problemas es la pandemia. Comparar la herencia recibida del gobierno anterior, con la actualidad de un país que estuvo completamente parado un año es algo que desafía el sentido común. La actividad económica interna se mantuvo gracias a tirar plata del helicóptero para que, nosotros los náufragos, aislados cada uno dentro de nuestras casas, pudiéramos hacer las pocas excursiones permitidas que nos daban alegría durante la reclusión forzada: ir al super o ir a la farmacia. No tan paradójicamente (ya que se movió según las reglas que rigen nuestra economía) la “cuarenterna” volvió manejable el eterno problema de la Argentina: la escasez de dólares. Con la sociedad en coma farmacológico, la demanda de dólares para viajar, para comprar productos importados, etc., se moderó. Al unísono, los precios de nuestras commodities salieron del letargo, y los productores se vieron en la necesidad de liquidar las expo, no sufriendo el C.A.M.P.O. el COVID 19. Resultado: el gobierno evitó (por ahora) el cíclico stop and go, cambiándolo por un decepcionante stop and stop.

De este modo, el par pandemia-cuarentena, en sus consecuencias, ha sido mucho más letal que el estallido de la convertibilidad. En el 2001 tuvimos una crisis financiera y cambiaria. La pandecuarentena directamente apagó a la sociedad real, y con ella a todas las actividades económicas, sociales, religiosas, sexuales, etc. asociadas al encuentro entre personas. Pero este apagón social sirvió al menos para demostrar que la tesis del sociólogo sistémico Niklas Luhmman era correcta: la sociedad no está compuesta por personas, sino por la comunicación entre personas. Cada uno en su casa, comunicados por las TIC´s y subvencionados por los P.E.S.O.S. recreamos, está vez de modo puramente virtual a esa ilusión materializada que se denomina sociedad.

Las secuelas de este “apagón” social, recién comienzan a conocerse. Pero la cuarenterna sirvió para que no colapsara el sistema hospitalario, que está pese a su decadencia entre los mejores de América Latina, cosa que de todas maneras no evitó que tuviéramos récord de muertes porque nunca bajo demasiado la tasa de contagios. El gobierno culpó a los runners, a los asados en los countries y a las manifestaciones de la contra. Una explicación más standard apunta al nivel de economía informal. Cuando más alto, menos estricta ha sido la cuarentena. Y la Argentina tiene uno de los porcentajes de economía en negro más altos del mundo. La necesidad de circular impidió bajar el nivel de contagio, y punta a punta tuvimos una alta tasa de mortalidad, pero dividida en cuotas, sin saturación, pero con la misma letalidad.

El tercer factor proviene de los mismos errores no forzados cometidos por el gobierno. Pero aquí voy a dejar de lado las homéricas metidas de pata del gobierno de Alberto Fernández, que dan para llenar una semana de esos insufribles programas de bloopers que pasan a la medianoche por la tele. Y la cuestión es que, en general, los escándalos son la gota que colma el vaso de una acumulación de problemas más profundos e importantes. Y como dice mi Tía Nacha, “una vez es casualidad, dos veces es vicio”. Cuando el problema no es que un producto salió fallado, sino que directamente no hay producción, el problema pasa a ser la fábrica entera.

Y la fábrica de decisiones políticas del Gobierno de Alberto Fernández, o sea el modo en que se han conjugados los integrantes del Frente de Todos, ya sea por su aporte al triunfo electoral del 2019, ya sea por ser dirigentes encumbrados de esa coalición, es lo que desde el vamos presentó enormes ineficiencias. Y aquí el diagnostico que se hace comúnmente resulta certero: lo que ha servido para ganar las elecciones no ha servido para gobernar -y menos durante una situación tan crítica como la pandemia-,

O sea, una coalición muy heterogénea, con un foco iridiscente, que es el que conduce Cristina Fernández de Kirchner, ocupando la vicepresidencia (con la provincia de Buenos Aires en “su haber”, y, a cargo del poder formal presidencial (que no es poco), Alberto Fernández. A partir de allí, un conjunto de archipiélagos como el liderado por Sergio Massa, también los representados por los kalifas, gobernadores de provincia, y los barones, intendentes del conurbano, evaluando ellos en cada situación como posicionarse en esa tensión para tener el mejor resultado para ellos.

Una suerte de hipervicepresidencialismo retórico pero impotente, donde las declamaciones mediáticas de Cristina Fernández, expresadas desde su cuenta de Twitter o en epístolas a los conurbanenses son tomadas por oposición y medios críticos como realidades, aunque las que más le interesan, las que tienen que ver con sus causas, no han avanzado mucho.

Hay sí, reclamos cristinistas que finalmente son escuchados por el Presidente, pero después de generar una tensión inaudita entre ambos (si existiera esa verticalidad de mando de CFK) en donde todos pierden en la opinión pública, pero el Presidente, que es quien da la cara, pierde más. Lo que finalmente, le permite a la vicepresidenta avanzar algo, pero no mucho más. Ella sigue teniendo el Twitter y él, el cajón donde los proyectos que no le gustan guardan el sueño eterno.

La parálisis gubernativa sumada a la incertidumbre que genera en los mercados, lleva a una situación de stop and stop generalizado, sufrido por todos pero por más por los que menos tienen, que son la base electoral del peronismo gobernante. Son esos sectores lo que, o no fueron votar, o evitaron votar tanto por el gobierno como la oposición.

Paradójicamente, las elecciones del 14 de noviembre, que eran temidas por la oposición, ya el oficialismo K “iba por todos”, cada vez más se presentan como elecciones en donde el gobierno puede quedarse sin nada. Es que cuando un gobierno quiere imponer el congelamiento de precios, es que ya está casi frío.

© 7 Miradas

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