lunes, 14 de junio de 2021

Todos tus muertos

 Por Carlos Ares (*)

El susurro incesante de más de ochenta mil voces les deseo, criminales. Un murmullo creciente que los atormente. Les perfore los oídos. Una detonación de alaridos que les reviente los tímpanos. Se robaron las vacunas, criminales. Se hicieron pasar por “esenciales”, “personal de la salud”, criminales. Las repartieron entre parientes, criminales. Vacunaron a militantes, a quienes no les correspondía, criminales. Las usan para hacer campaña electoral, criminales. No pueden explicar por qué no compraron más, criminales. 

Mas de ochenta mil muertos, criminales. ¿Cuántos podrían estar vivos si les hubiera llegado a tiempo la vacuna que les faltó, la que primero se dieron Zannini, Verbitsky, Eduardo Valdés, los Moyano, Vizzotti, Massa y los suegros de Massa, más las dosis ofrecidas a los militantes para la liberación del virus que les agradecían con los dedos en “V”? ¿Cuántos abuelos, padres, madres, hermanos, hijos, amigos, vecinos podrían estar vivos todavía? ¿Cien? ¿Mil? Así fuera uno solo el muerto a causa de lo que hicieron, criminales, les deseo que el lamento de las voces en su nombre los aturda hasta el fin de sus días. Que se retrepen a ellas los gritos desesperados de quienes desde hace tanto tiempo reclaman, exigen, piden Justicia.

Persiguieron, torturaron, mataron. Le echaron la culpa a “la gente”, “los que salen a correr”, “los que quieren abrir las escuelas”, criminales. Inútiles, incapaces, perversos. Por negligentes, mala praxis, malversación, abuso de autoridad, tráfico de influencias, por lo que carajo sea, cometieron delitos graves. Son responsables, criminales. De las muertes que provocaron cuando hicieron estallar la fábrica militar de Río Tercero para ocultar las pruebas del contrabando de armas. De los muertos en la inundación de La Plata por obras nunca realizadas. Los muertos que el gobierno de Scioli ocultó. Los muertos que Jaime, De Vido, Schiavi, Cirigliano, mataron en la estación de Once. 

Más todas las víctimas de los crímenes que trataron de encubrir. El atentado a la embajada de Israel, de la AMIA, el asesinato del fiscal. El tendal invisible de muertos en vida que deja la corrupción, el saqueo. Millones de jubilados ajustados, de trabajadores desocupados, de pibes desnutridos, sin educación, sin futuro. Ahí donde estén, criminales, todavía libres, en la cárcel, con tobillera, con domiciliaria, donde sea, sepan que están condenados a perpetua memoria.  

Le echaron la culpa a “la gente”, “los que salen a correr”, “los que quieren abrir las escuelas”, criminales.

Carguen con la cruz de las pesadillas más terribles. Una ronda de pañuelos negros. Las fotos de cuando ellos, los muertos, eran chicos o jóvenes. El nombre tatuado. Una medallita, un dibujo, una camiseta de fútbol, un juguete, un peluche. La voz en un mensaje. Los anteojos. El libro con la hoja doblada en la página donde se quedó la lectura. Una piedra. Una luna en cuarto creciente junto a una estrella de cinco puntas. Una estrella de David. Dos palos, una cruz. 

Miles de cruces clavadas en los cementerios, las plazas, los parques, en los jardines de los hoteles que se compraron, las estancias, en las propiedades con las que lavaron la guita robada, una cruz por cada muerto ahora, una cruz por cada muerto en Once, una por cada niño muerto por desnutrición en Formosa, en Chaco, una cruz clavada en los jardines de los hospitales de todo el país, una cruz por los muertos en la inundación de La Plata, por la explosión de la fábrica en Río Tercero, cruces, estrellas, muescas en los árboles, gargajos en el piso donde pisen.

Un símbolo, un signo, una señal que recuerde. La mirada empañada. Una huella digital en el tiempo opaco de los días que viene. La cara en el aire fresco del amanecer. Una zapatilla colgando de un cable. Un texto en la red. Una pintada. Un trazo furioso. “Asesinos”. Una puteada escrita en la pared. Los ojos rojos. El puño alzado. El dedo que insulta. El que indica. El que acusa. El que dice allá, ahí, adonde estés, vos, ladrón, criminal, si no te hubieras robado las vacunas, si esperabas un poco más, si las comprabas como era tu obligación, sin excusas, sin pensar en hacer negocio ni favores, tal vez ella, él, mi viejo, mi abuela, mi hijo, mi amigo, otro, quien sea, quién sabe cuántos, estarían vivos.

(*) Periodista

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