domingo, 30 de mayo de 2021

Un pacto de pícaros o un acuerdo de honestos

 Por Jorge Fernández Díaz

En una noche cualquiera, que sin embargo Sebreli siempre rememora, aconteció un pequeño pero significativo episodio del género de la picaresca. El legendario autor de Los deseos imaginarios del peronismo acudió a un prestigioso programa de televisión y desplegó allí su colección de fundamentos acerca de cómo el movimiento de Perón, en sus diversas reencarnaciones pero esencialmente durante los últimos treinta años de primacía total, había conducido a la Argentina hacia este pronunciado cañadón de las desdichas. 

Un politólogo que también se hallaba presente en el estudio televisivo salió a refutarlo como si el pensador estuviera cometiendo una verdadera herejía; en esta nación colonizada por la religión peronista, a quienes se atreven a fustigar la cultura dominante se los coloca en el bazar de los delirantes y se les reclaman explicaciones. Los adscriptos o los complacientes con el justicialismo y sus nuevas sectas –principales timoneles del Gran Naufragio– están relevados de darlas, y quienes naden contra la corriente pueden incluso ser acusados de “alimentar la grieta”. Al final, le retiraron a Sebreli el micrófono y dejaron que partiera. El politólogo lo alcanzó en la salida, lo tomó del brazo y le susurró: “Juan José, yo coincido con vos. ¡Pero si digo eso en público me quedo sin clientes!”.

La anécdota no intenta impugnar la imprescindible opinión de los encuestadores y cientistas de la política –hay de todo en la viña del Señor–, sino apenas señalar que en ocasiones oímos a supuestos gurúes independientes y apologistas de la antigrieta como si fueran personas sinceras y desinteresadas. Cierto periodismo tampoco es inocente de algunos de estos pecados pecuniarios (dos cajas pagan más que una) y, en algunos casos, hasta confunde equilibrio con decisiones salomónicas: recordemos que el rey Salomón, frente a dos madres que reclamaban un mismo niño, ordenó partirlo con una espada y darle una mitad a cada una. Sugiere la Biblia que era un truco táctico y que la sangre no llegó al río, pero la tosca metodología recuerda a quienes, si le cobran una falta verificable a River, luego le cobran una inexistente a Boca para sobreactuar imparcialidad, y a esto agregan un curioso sentido del pluralismo: en el día de la democracia, le publican una columna a Macron y para equilibrar, otra a Erdogan o a Maduro. Esta batería de hipocresías, negaciones y zonceras va creando una idea de fondo muy funcional a los kirchneristas de paladar negro: todos son igualmente venales e ineptos. Todo es lo mismo.

Algunos dirigentes políticos se pliegan a estos discursos flotantes porque su negocio es la rosca, y entonces difunden que la democracia no está verdaderamente en peligro en la Argentina, camelo que el Gobierno precisa de manera urgente para quitar la piedra basal a la resistencia de los mansos y a las almas en pena del “país normal”, y para alentar así el despreocupado voto testimonial y su consiguiente dispersión opositora. Que la rosca no tape el drama, compañeros: hace diez días estuvimos a cinco horas de que la monarca de la calle Juncal se quedara con la voluntad de todos los fiscales y digitara desde su casa qué causas judiciales avanzan y cuáles expiran. El dictamen quedó vivito y coleando, y solo falta que la oposición duerma un día la siesta para que florezca el quorum y la ya deteriorada división de poderes vuele definitivamente por el aire.

Los “rosqueros” están incómodos frente a la posibilidad de que se “romantice” la lucha por la democracia representativa, porque esto los dejaría en una posición difícil: ¿con qué autoridad moral se negocia amigablemente con los adalides del partido único, que vienen a degüello y con un irreductible programa feudal por etapas? Es así como los amigos de la rosca son proclives a repudiar la épica y a cedérsela amablemente al populismo argento. Cuántos favores te hacen, Máximo, y cómo deben matarse de risa en el Instituto Patria.

Estos equívocos y picardías criollas no invalidan a los honestos defensores del acuerdo político: su diagnóstico suele ser lúcido y veraz. En efecto, sin un pacto conceptual entre las dos veredas podemos deslizarnos progresiva y rápidamente hacia el abismo o hacia un inminente estallido de consecuencias imprevisibles. El politólogo Marcos Novaro rescata el encuentro de Lula y Cardoso. Frente a los inquietantes bandazos que se registran en la región, con sociedades indignadas y caóticas dispuestas a cualquier cosa con tal de castigar a los oficialismos de la pandemia y la frustración social, los archienemigos de Brasil resolvieron no apuñalarse y se reunieron cara a cara: su preocupación específica es que un autócrata pesque en ese río revuelto, tire del mantel y se cargue todo el sistema. Novaro ve un posible reflejo local en esta situación, y lo traduce de este modo: “Cristina es nuestro Bolsonaro, y necesitamos un acuerdo de moderados”, y se basa a continuación en una verdad desnuda: durante 2019 el peronismo “simuló un giro al centro para permitir el regreso al poder de un proyecto radicalizado”. Su razonamiento alude así a uno de los grandes problemas de los evangelizadores de la antigrieta: caracterizan defectuosamente al kirchnerismo; relativizan su vocación totalitaria y piensan que se trata, a lo sumo, de un mero duhaldismo de malos modales. Es curioso que no le crean ni siquiera a la propia Cristina Kirchner cuando proclama un Nuevo Orden; tampoco cuando actúa todos los días en consecuencia, sin fisuras ni contradicciones y con infinitos hechos concretos y políticas de alto impacto internacional. Tampoco les dan crédito a las declaraciones de La Cámpora, ni a los documentos ni a los reveladores ensayos que surgen de sus usinas intelectuales. Se niegan a aceptar que estamos en presencia de una facción de carácter agonal y propósito hegemónico, para la cual la moderación es una defección patriótica y una ficción novelesca. Un importante grupo antisistema que copó la cabina justicialista y que desde allí pretende –como enseña Laclau– dinamitar los acuerdos, acabar con el parlamentarismo, profundizar la división, generar enemigos simbólicos, coordinar y explotar todos los conflictos, concentrar todos los poderes y prevaler finalmente sobre la “partidocracia”. Quedarse con todo y para siempre. Si todavía no han ido más rápido ni más a fondo, no es porque el inexistente “albertismo” se lo haya impedido, sino porque el desastre sanitario y económico, y las críticas de la sociedad civil los han retrasado. El kirchnerismo miente en todo, menos en su propósito general; son conspiradores con megáfono y avisan siempre el rumbo. No vale aquí el viejo adagio de Néstor: miren lo que hago y no lo que digo. Porque decir y hacer están completamente alineados: en una sola semana, protegieron los crímenes de lesa humanidad de Venezuela y responsabilizaron por los muertos del Covid-19 al periodismo.

Así como existen las dos Españas (Machado dixit), hay claramente dos Argentinas: una es endogámica, prefiere el Estado y tiende a “vivir con lo nuestro”; la otra es cosmopolita, cree en el mercado y pretende integrarse al mundo. Las “dos almas argentinas” deben convivir; no es posible que una someta a la otra, y una república próspera precisa un poco de cada una para equilibrar las cargas, con alternancias y políticas de Estado permanentes. Esos son los deseos reales, esperemos que no imaginarios, del republicanismo. El resto es connivencia disimulada, ingenuidad, negocios de ocasión o actos para la tribuna.

© La Nación

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