martes, 18 de mayo de 2021

¿¿¿10…9…8…7…6…???

 Por Carlos Gabetta (*)

¿Acabará el mundo estallando después de la pandemia? La pregunta parece cada vez menos descabellada. Israel, una potencia gobernada por un neofascista corrupto apoyado por una claque de fanáticos ultraordodoxos judíos, intercambia disparos de misiles con grupos islamistas ídem, solo que apoyados en un justo reclamo: territorio y Estado propios, un derecho que la historia les concede.

Mientras millones de palestinos, árabes y judíos de todo el mundo propugnan la salida de los dos Estados y una Jerusalem compartida, Israel, que tiene en sus manos la resolución, avanza hacia el enfrentamiento final. 

¿Qué bando elegirá cada una de las grandes potencias si todo se agrava? No se trata aquí de un “conflicto regional”, sino entre dos culturas que han marcado la historia humana; de un rico territorio que va muchísimo más allá de Israel y Cisjordania; de dos comunidades esparcidas e influyentes en muchos países.

Esta manifestación del conflicto árabe-israelí es solo la última y más peligrosa de diversas situaciones que se repiten en todo el planeta. Conflictos y enfrentamientos fronterizos; terrorismos diversos; crecimiento exponencial de la extrema derecha, incluso en los países desarrollados; el trumpismo republicano al acecho en EE.UU... En cuanto a las protestas y graves enfrentamientos sociales, Colombia es hoy el último ejemplo, entre muchos.

Neokeynesianos y otras corrientes progres del pensamiento capitalista se entusiasman con la pronta recuperación de algunas economías, en particular la de Estados Unidos. Suponiendo que la peste no dé otro golpe, se trata de un espejismo pospandemia, lógico en países ricos que conservan un mercado interno sólido. Pero ese optimismo no tiene en cuenta la situación de crisis estructural ya existente: una oferta en auge exponencial ante mercados en decadencia, producto de los vertiginosos cambios tecnológicos, que eliminan trabajo humano y reducen el ingreso de quienes lo conservan. En pocos años, el transporte robótico acabará con todos los choferes de colectivo, autos y trenes, incluso aviones… Mientras tanto, la población mundial crece y vive más años.

Todo esto suele disimularse con argucias. En 2011, el desempleo oficial en Estados Unidos orillaba el 10% de la población económicamente activa, pero Dennis Lockhart, presidente de la Reserva Federal de Atlanta, declaró que si se considerara a las personas que abandonaron toda pretensión de encontrar empleo, la cifra rondaría el 17%; más de veinte millones de ciudadanos. Pero, además, y sobre todo ¿qué va a pasar en el resto de los países; en la Argentina, por ejemplo? ¿Cuánto puede durar la recuperación de los grandes si al menos la economía de los demás no se recupera, y al contrario, se agrava? El aumento exponencial de los flujos migratorios desde la crisis de 2008, por no hablar del de la delincuencia organizada, que “da trabajo” a miles de desesperados, dan una idea del problema.

Cuando la situación de crisis y competencia mundial anterior vuelva a ponerse en evidencia, esta pandemia será otra anécdota. Así como desde el siglo XVII la revolución industrial hizo necesario el republicanismo capitalista, hoy la revolución tecnológica hace necesario un socialismo democrático mundial. Es probable que Keynes fuese hoy marxista, no en el sentido de la “dictadura del proletariado”, sino en el “de cada cuál según su capacidad, a cada cuál según su necesidad”. El socialismo dejó de ser una ideología progre, para devenir una necesidad del propio sistema.

Pero el capitalismo, en el que hoy compiten con ventaja las “dictaduras del proletariado”, siempre ha resuelto sus crisis mediante guerras. Y entonces, ¿alguien puede imaginar hoy las consecuencias de una guerra mundial? La cuenta atrás está en marcha… Así las cosas, no queda más que seguir rogando a divinidades inexistentes, o aplicar aquello gramsciano de “pesimismo de la inteligencia; optimismo de la voluntad”.

(*) Periodista y escritor

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