lunes, 26 de abril de 2021

Con el diablo en la boca

 Trabajadores de la salud. Al insulto le sigue la limosna como intento reparador.

Por Sergio Sinay (*)

Se la conoce como la Ley del Habla y se sintetiza en la siguiente consigna: “Cuida tu lengua del diablo, cierra tus labios para que no escupan chismes, que tus palabras no sean armas”. La formuló un hombre llamado Meir Hacohen Kagan, que nació en 1838 en el poblado polaco de Zethel y vivió allí durante 95 años, hasta su muerte. 

Kagan era un rabino humilde, que llevaba las cuentas en el pequeño almacén de su mujer. Se lo conocía como Chofetz Chaim, fue muy respetado y tuvo innumerables discípulos. Centró sus escritos, su tarea rabínica y lo que consideraba su misión y su sentido en la vida, en honrar la palabra. Iniciaba sus días con una simple oración: “Señor, otórgame el don de no decir nada innecesario”. Y agradecía antes de cerrar los ojos, en las noches, toda vez que ese don le había sido otorgado.

Sencilla y potente la Ley del Habla parece tan necesaria hoy y aquí como agua en el desierto. A lo largo de los días nuestros oídos se infectan y nuestros ojos se inflaman al leer y escuchar palabras innecesarias, palabras usadas como armas. Ocurre en todos los ámbitos, y esa verba infecciosa se hace pandemia a través de los medios y las redes sociales. No solo se trata de que las palabras sean destructivas y tóxicas. Además, el vocabulario es cada vez más pobre y limitado y el uso de los vocablos resulta rudimentario, ajeno a cualquier noción de gramática o sintaxis. Cuando los protagonistas de esta devastación del lenguaje (que es siempre espejo de las ideas de quien habla o escribe) son personas públicas, mediáticas, con responsabilidades políticas y sociales, el pronóstico de la comunicación es desolador. En la evolución humana la palabra vino a remplazar a la piedra y al garrote. Pareciera que vamos de regreso.

La Ley del Habla es breve, no lleva tiempo leerla y memorizarla para recordarla y aplicarla. Ojalá el presidente de la Nación pudiera distraerse unos minutos de su verborragia para echarle una mirada y, si cuadra, adoptarla para sí. Como profesor de Derecho (algo que recuerda a cada momento, como si se tratara de un salvoconducto universal) acaso conozca muchas leyes, pero ignora esta. Y no es una ignorancia leve e inofensiva. Por el contrario, puede resultar muy ofensiva. No solo cuando trata de imbéciles a quienes discuten sus acciones y usa el insulto como único recurso para plantear sus argumentos en la discusión, sino cuando en un solo discurso agravia al personal de salud, a las personas con capacidades diferentes y a un enorme porcentaje de la población que lleva meses perdiendo trabajos, ahorros, sueños, proyectos y esperanzas y, aun así, comportándose con responsabilidad en materia de cuidados ante el coronavirus. En el caso de los trabajadores de la salud (estresados, agobiados, diezmados y aun así firmes en sus puestos, a menudo con mínimos recursos y sin protección) al insulto le sigue la limosna como burdo intento reparador. Tres meses de un bono casi miserable que, por el momento en que se comunica y asigna, podría ser tomado como una nueva humillación. Y que, junto con el anuncio del bono, se informe que se iniciaran mejoras en el sistema de salud no es algo que se pueda tomar en serio después de tanta promesa incumplida, como la de heladeras desbordantes, la de bolsillos llenos, la de vacunas por millones o la de diálogo abierto, entre otras recurrentes malversaciones de la palabra.

Aún cuando se la use para ocultar o desviar, la palabra tiene el poder de desnudar. En esta ocasión pone al descubierto una cosmovisión. La filosofía clientelista según la cual todo en la vida se puede comprar, empezando por voluntades, votos y también perdones hasta para lo imperdonable. Es la ley de la transa, cultura que sostiene a un sistema de gobierno. Sin embargo, a la larga la principal ley, la que no se puede transgredir sin consecuencias, es la Ley del Habla. Claro que su cumplimiento requiere una lucidez, una templanza y una ecuanimidad que no siempre se tienen y no las tiene cualquiera. Como advertía el rabino Kagan, cuando se habla demasiado y sin control, el diablo se mete en la boca.

(*) Escritor y periodista

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