lunes, 1 de febrero de 2021

La anomia como única ley

 "La anomia es el fracaso de la democracia..."

Por Sergio Sinay (*)

Hay una norma, quizás la única, que parece aceptada por la mayoría de la sociedad argentina. Esa norma es la anomia. Es decir, el incumplimiento de la ley, de la regla…y de la norma. En fin, de todo acuerdo y pacto social, escrito o tácito. 

Si hay que frenar en la luz roja del semáforo paso de largo, si hay una velocidad máxima la excedo, si hay que usar barbijo no lo uso, si no se pueden realizar fiestas o reuniones sociales multitudinarias las hago de todos modos, si hay que respetar horarios de silencio es en esas horas en las que pongo música o hago batifondo al máximo volumen, si hay que pagar me cuelo, si me dicen “no” entiendo “sí”. Si soy gobierno prohíbo eventos masivos y de inmediato organizo un funeral para millones de personas en la misma Casa Rosada. Y así sin límites, en lo privado y en lo público. Hace unas tres décadas el eminente jurista Carlos Nino (1943-1993) definió a esa extendida actitud como “anomia boba”. Lo hizo en Un país al margen de la ley, libro de dramática y desoladora vigencia. Esa anomia termina por perjudicar al propio transgresor, además de afectar al conjunto de la comunidad. En definitiva, decía Nino, la anomia es el fracaso de la democracia y a la larga termina en anarquía o dictadura. Para desgracia, dictadura ya tuvimos. La anarquía asoma a la vuelta de la esquina.

Análisis sociológicos bastante pobres y precarios, que reflejan más pereza mental que profundización, intentan explicar la violencia que estalló al calor del verano adjudicando esa serie de conflictos, peleas, agresiones y enfrentamientos de manadas humanas a los largos meses de confinamiento, a la necesidad de socialización (?), a las energías encapsuladas de los jóvenes. Las palabras “jóvenes” y “chicos” (aplicadas a personas irremediablemente adultas) se usan para matizar la anomia y reducirla a simple travesura. Sin dudas un león enjaulado puede un día agredir o matar al cuidador o a quien se asome a la jaula, y su conducta se explicaría por el estrés del encierro que lo priva de su naturaleza. Pero que humanos en banda se agredan de un modo salvaje y se adjudique la barbarie y la transgresión al encierro, no cuaja. Explicar y justificar no son sinónimos. La conducta del león se explica, es la descripción de una conducta natural. El comportamiento de las patotas y otros violentos sueltos no se puede justificar. El león no tiene noción del bien y del mal, de lo que se puede y lo que no. No se guía por principios morales. Pero de adultos socializados se exige ese conocimiento, por eso no hay justificación.

Aunque sí puede haber explicación. En su Antimanual de filosofía el pensador francés Michel Onfray recuerda que, hasta la adquisición de la palabra, el humano era un animal. El lenguaje lo rescata de esa condición, le permite elaborar y expresar pensamientos, construir cultura, socializarse, establecer pactos de convivencia. Y acordar valores. Es decir, convertirse en agente moral. Los humanos, apunta Onfray, damos formas culturales a lo instintivo y nuestra libertad nace de luchar contra nuestra bestialidad. Libertad y límite van de la mano. A diferencia del león, un humano que sale de la jaula (si se quiere usar el confinamiento de la pandemia como excusa) lo hace, o debería hacerlo, con valores asimilados durante su proceso de socialización. A menos que nunca los haya aprendido, que los haya olvidado o que no haya convivido con nadie capaz de recordárselos o inculcárselos. Esto último es posible cuando se llevan varias generaciones de anomia activa y militante, cuyo ejemplo se transmite y celebra de generación en generación, y cuando la misma Justicia es paradójicamente anómica, según se ve en conductas de jueces y fiscales que aparecen frecuentemente ligados al poder político y económico y al delito.

Las normas son el cemento de la sociedad, señalaba Carlos Nino. Cuando se impone la anomia, añadía, es el momento de preguntarse por sus consecuencias en la paz social y en la estabilidad psíquica de los miembros de la sociedad. Es ahí donde estamos.

(*) Escritor y periodista

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