viernes, 25 de diciembre de 2020

Otro modo de mirar la historia

 Por Carmen Posadas

Llevo semanas leyendo con pasión El país de los sueños perdidos. Historia de la ciencia en España, de José Manuel Sánchez Ron. Leo subrayando y muy despacio, como si temiese agotar demasiado pronto su lectura. Vano temor, porque se trata de una obra monumental de más de mil doscientas páginas. Aun así, es tan amena y rica en sorpresas que se lee (casi) como una trepidante novela.

Dudo que esa fuera la pretensión del profesor Sánchez Ron, pero, como posee la virtud clásica de «enseñar deleitando», un lector profano como yo consigue sin esfuerzo adentrarse en el complejo mundo de la ciencia, comenzar casi en sus albores, atravesar siglos y llegar hasta nuestros días. Precisamente por empezar el relato en tiempos tan pretéritos, resulta más sencillo comprender cómo y por qué llegaron a producirse los sucesivos descubrimientos e innovaciones. De este modo, con los mismos balbuceos e incertidumbres que los hombres de otras épocas, el lector lego logra convertirse en testigo asombrado del modo en que el ingenio humano comenzó a construir eso que ahora llamamos ‘civilización’. La historia de la humanidad puede contarse desde diversos puntos de vista. El más habitual es la historia de los hechos, los hitos, las batallas, que tiene como actores principales a quienes la forjaron. Personajes carismáticos, emprendedores, visionarios, también otros bastante menos recomendables, como miserables, fanáticos o codiciosos. Está luego la historia de las ideas y de las creencias, que muchos consideran el motor de todos los aconteceres. Está también la historia estudiada desde el punto de vista antropológico y evolutivo, que es otro modo de ver los sucesos, y así podríamos enumerar diversas formas más de explicar la historia de la humanidad que aportan igualmente luz sobre lo que hemos sido y lo que somos en el presente. Entre todas ellas se me ocurre que una de las más interdisciplinares es leerla desde el punto de vista de los avances científicos, puesto que estos están relacionados con todos los demás aconteceres, ya sea como fuerza generadora de cambios o como tributarios de ellos. Así ha sido desde el comienzo de nuestra andadura como especie, tal vez porque, como decía Einstein, «la más asombrosa experiencia que puede tener el ser humano es el misterio. Y es esta emoción esencial la que se encuentra en el origen de todo lo que hacemos».

El libro del que les hablo recoge cerca de mil quinientos años de historia de España y, según explica su autor en el prólogo, responde al «reto al que se enfrenta cualquier historiador ambicioso. Esto es, aprehender las características de cada época de modo que las acciones y comportamientos humanos resulten comprensibles combinando análisis y descripción sin perturbar la fluidez narrativa». Es precisamente embarcada en esta fluidez narrativa como yo he logrado navegar desde los tiempos de Isidoro de Sevilla, en el siglo VII, en adelante. Ahora sé por ejemplo de las fundamentales contribuciones de Alfonso X el Sabio; de cómo y por qué surgen en España las grandes universidades en el siglo XIII, apenas unos años después de que aparezcan en otros puntos de Europa. Sé también del interés de Felipe II por la ciencia y cómo esta adquirió en aquel tiempo un valor utilitario, puesto que la conquista y colonización del Nuevo Mundo iba a requerir de un amplio conjunto de saberes, desde cartografía a ingeniería civil, pasando por geografía, hidráulica y arquitectura. Sé también que el coste de mantener tan enorme imperio hizo que, en el siglo XVII, España quedara al margen de la revolución científica destinada a sentar las bases de la ciencia moderna gracias a los hallazgos de Kepler, de Galileo, de Newton. ¿Es este el motivo por el que el libro se llama El país de los sueños perdidos? Las razones son varias y se explican a lo largo de toda la obra sin maniqueísmos, sin apriorismos ni lugares comunes, sin pesimismo plañidero e inútil también. Por eso, me congratulo de que me falten aún muchas páginas para acabar el libro. Sé que, cuando lo termine, no solo habré pasado horas enormemente placenteras e instructivas, sino que conseguiré hacerme con un buen número de datos que me ayuden a comprender el desconcertante pero siempre deslumbrante puzle que es la naturaleza humana y su larga historia.

© XLSemanal

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