domingo, 29 de noviembre de 2020

Lavarles el cerebro a los chicos

Por Jorge Fernández Díaz

"Yo me propongo imitar a Mussolini en todo, menos en sus errores", les prometía Perón a los exiliados de la comunidad italiana en la Argentina. Luego explicaba la relevancia del adoctrinamiento en las aulas: "Nosotros tenemos en este momento casi cuatro o cinco millones de estudiantes. Que si no votan hoy votan mañana, no hay que olvidarse. Tenemos que irlos convenciendo desde que van a la escuela primaria. Y yo les agradezco mucho a las madres que les enseñan a decir Perón antes que a decir papá". 

Las consecuencias de esta decisión estratégica fueron escandalosas y ampliamente reconocidas por la historiografía y por quienes no padecen amnesia política ni moral. Baste recordar, entre una multitud de aberraciones antidemocráticas, la avasallante pedagogía propagandística de aquel régimen, La razón de mi vida (doctrinaria y cursi autobiografía de Evita) como texto escolar obligatorio y, sobre todo, el reemplazo de la materia Instrucción Cívica por la nueva Cultura Ciudadana en los colegios secundarios de los años 50, cuyos capítulos había que aprenderse indefectiblemente de memoria y llevaban como título "Las doctrinas económicas del general Perón" o "Las medidas adoptadas por el gobierno justicialista". Esta praxis burda y autoritaria, y el propósito de catequizar a alumnos de distintos niveles, constituía una política de fondo del peronismo germinal. Después, pensadores marxistas y nacionalistas, que reescribieron las andanzas de Perón a gusto y piacere, propondrían medidas aún más drásticas y "revolucionarias" bajo la consigna de destrozar para siempre el "modelo sarmientino". La dinastía Kirchner, con la ayuda inestimable de cierto sindicalismo docente, retomó esa operación militante y la institucionalizó , si bien ordenó realizarla de manera solapada: no es congruente cacarear diversidad e imponer ideas monolíticas, no es políticamente correcto lavarles el cerebro a los niños y adolescentes, y por lo tanto no hay que levantar demasiado la perdiz. Se trata de contrabandear, compañeros; micromilitar el pizarrón, predicar de lunes a viernes, y convertir las escuelas en incesantes fábricas de votantes y soldados de la causa, inspirados en una mentalidad "patriótica" y antimeritocrática. Ningún otro tema es más grave y central que este, puesto que así se instalan falacias, regresiones, supersticiones y prejuicios contrarios a la iniciativa, la excelencia, la lucidez, el verdadero progresismo y el desarrollo nacional.

El manual de Historia Argentina del Plan FinEs, elaborado por el Ministerio de Educación de la Nación y patrocinado expresamente por Cristina Kirchner, hubiera enorgullecido a los imitadores locales de Mussolini. Fue elaborado en 2015, cuando el kirchnerismo se despedía del poder, y se transformó en una prosa fundamental para jóvenes en escuelas de todo el país. La administración de María Eugenia Vidal evitó que los ejemplares llegaran a las aulas bonaerenses y los confinó en un galpón; pero el camarada Kicillof abrió el candado, les quitó el polvo y los repuso en cada pupitre. Dos consejeros generales de Educación y Cultura -Diego Martínez y Natalia Quintana- analizaron el libro de doscientas páginas e hicieron una presentación (una denuncia) ante la directora responsable del área: nunca les respondió. El manual es interesante porque revela la ramplona manipulación histórica que el kirchnerismo sigue fraguando, y el hecho innegable de que ha logrado establecer una mirada hegemónica y también que ha destruido en la base del aprendizaje la pluralidad de voces y visiones, algo que representa un notable retroceso: a partir de 1983 los más importantes historiadores profesionales habían acordado integrar naturalmente las diversas corrientes en pugna. Aquí, en cambio, hay otra vez buenos y malos como en los viejos tiempos: los primeros tienen apoyo popular; los segundos son elitistas y violentos, olvidando que hubo guerras civiles encadenadas en nuestro territorio, un equivalente consenso social y un uso parejo de la crueldad en sendos bandos. Los "pueblos originarios" fueron castigados solamente por los unitarios; parece que Rosas nunca participó en ninguna conquista del desierto ni cometió atrocidades parapoliciales con la Mazorca. Sarmiento y Mitre, claro está, son la escoria del liberalismo que devastó a la Argentina.

Borran convenientemente la dura gesta por el sufragio universal y la acción de por lo menos dos gobiernos populares. Y más adelante, denuncian el golpe de Estado de 1930, pero se cuidan mucho de suprimir de ese pecado mortal a Juan Perón, que iba en el estribo del coche triunfante de Uriburu. Más tarde caracterizan el GOU no como lo que realmente fue -una logia nazi dentro de un gobierno militar-, sino como una alegre muchachada de oficiales "nacionalistas y con raigambres populares". Dicho sea de paso, no hay todavía una autocrítica ni una dimensión acabada de lo que significa defender hoy a quienes simpatizaban con el Eje, se negaron a luchar contra Hitler y dieron asilo a los jerarcas más sangrientos del Holocausto.

Existen múltiples malformaciones y groseros silencios a lo largo de esas décadas; de hecho, en el manual de marras se miente descaradamente sobre los sucesos alrededor del turbulento regreso de Perón, se relativizan los crímenes de lesa humanidad perpetrados bajo el gobierno justicialista y se soslaya la horrenda ola de asesinatos políticos que consagró la "juventud maravillosa". Pero la zona más inquietante del panfleto educativo se encuentra en las unidades 5 y 6. A la penúltima la denominan "Represión y neoliberalismo", y es una era que va desde 1976 hasta 2003, cuando los Kirchner llegaron como el Séptimo de Caballería para salvarnos la vida y asegurarnos el futuro. Esto implica de hecho inscribir la gestión republicana y socialdemócrata de Raúl Alfonsín en la correntada "neoliberal". No es la única falsificación ni el único destrato: subestiman, a su vez, la tarea que esa administración naciente llevó a cabo con los derechos humanos en épocas todavía peligrosas. Aseveran allí que Alfonsín no derogó la ley de autoamnistía, cosa que hizo el último día hábil de diciembre de 1983, y esconden que el candidato justicialista de entonces (Ítalo Luder) pretendía un perdón completo para los genocidas, y que luego el peronismo se negó a integrar la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep), investigación épica que fue la base sustancial de la acusación del fiscal Julio Strassera con la que se logró la condena de las juntas militares. Ni siquiera se destaca ese trabajo crucial, que es un ejemplo en todo el mundo. Y se vuelve a injuriar a Alfonsín al afirmar que impulsaba la "teoría de los dos demonios": en la única lámina que se le concede al padre de la democracia moderna este queda asociado a las leyes de obediencia debida y punto final. A continuación, se invisibiliza el hecho de que Carlos Menem -traductor del Consenso de Washington- fue efectivamente el jefe político de los Kirchner, y que estos lo apoyaron en su reelección después incluso de sus "relaciones carnales", su plan de venales privatizaciones y el inadmisible dictado de los indultos. Finalmente, nuestros grandes héroes vuelan desde Santa Cruz y aterrizan en Casa Rosada y se dan por finalizados, por lo tanto, los padecimientos del pueblo argento y también la "democracia liberal". Comienza otra clase de orden democrático: se reconfigura el Estado, hay un presunto modelo de crecimiento, se desatan orgullosos conflictos contra las "corporaciones" y sobreviene un boom del compromiso político: La Cámpora es homenajeada con una imagen que vale más que mil palabras. Nada refieren, por supuesto, acerca de los múltiples e inocultables escándalos de la corrupción que signó la "década ganada". Ya saben, chicos: nada de eso ocurrió; todo fue un espejismo de mala fe creado por la pérfida prensa y por los sicarios imperiales del lawfare. "Si el adoctrinamiento está bien conducido, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea", apuntaba Aldous Huxley. Escriba conmigo, alumno: nosotros somos la patria y el pueblo; los otros son traidores y buitres; el Estado es su padre y Cristina lo ama, y que mueran por fin los salvajes unitarios.

© La Nación 

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