martes, 20 de octubre de 2020

Para qué sirve el arte

Por Guillermo Piro

Gran exposición en San Secondo di Pinerolo, a escasos 50 km de Turín, de la obra del fotógrafo italiano Oliviero Toscani. La muestra se desarrolla en las salas del Castello di Miradolo, y traza un panorama completo de la obra de Toscani, desde los comienzos hasta las famosas campañas publicitarias que hizo para Benetton.

Conocí a Toscani en 1998, cuando vino a inaugurar una muestra suya en el Centro Cultural Recoleta que terminó en escándalo.

Hay al menos dos versiones de lo ocurrido. Básicamente el escándalo lo había suscitado un famoso póster en el que se veía a dos jóvenes besándose. Nada raro. La provocación venía del hecho de que el joven estaba vestido de cura y la joven, de monja. En realidad para muchos eso tampoco tenía nada de raro, pero a ciertas personas la imagen resultaba escandalosa. Según Toscani, Teresa Anchorena, la directora del Centro, repentinamente había decidido quitarla de la muestra. Según Anchorena, esa imagen no se encontraba entre las seleccionadas para la exposición y había sido agregada a último momento por Toscani para desatar la discordia: amiga de la fama.

Toscani había llamado a una conferencia de prensa, y Sergio Goya, el fotógrafo, y yo habíamos ido a cubrir el evento. Toscani se negaba a sacarse fotografías, se lo veía molesto y malhumorado. Así que con Sergio decidimos tenderle una trampa: el encargado de prensa nos prestó el póster en cuestión, lo desplegamos en el suelo a la salida de la sala donde estaba teniendo lugar la conferencia de prensa, luego Sergio se emplazó en un lugar alto, sobre el respaldo de un sillón, en una esquina, y esperamos a que Toscani saliera. El resultado fue que al salir, de pronto se encontró pisando su propio escándalo y siendo fotografiado por sorpresa.

Yo, que adoro hacer enojar a la gente, esperaba un ataque de ira, pero muy calmo preguntó: “¿De quién fue la idea de esto?”, a lo cual levanté la mano, como un escolar que sabe que después de esa confesión irá a parar a la dirección. Pero se me acercó y muy tranquilo me dijo que me esperaba al día siguiente en el hotel donde se estaba hospedando porque quería hablar conmigo.

Al día siguiente acudí a la cita. Lo que Toscani quería decirme es que a partir de ese momento yo era colaborador en la revista Colors, la publicación que él dirigía. Pero dado que estaba allí, y dado que ninguno de los dos tenía mucho que hacer, encendí el grabador y lo entrevisté.

La charla fue amena (por alguna razón que no consigo explicar los fotógrafos me caen simpáticos, los músicos me aburren, los artistas plásticos me resultan antipáticos y los escultores... no conozco ningún escultor). En determinado momento recordé mi estancia en Italia. Entonces yo vivía en Milán, cerca de Piazzale Cuoco, y una mañana me desperté con el ruido de una multitud enardecida. En la esquina habían instalado un inmenso cartel publicitario de Benetton donde se veía a un bebé en el momento mismo de nacer, sostenido por las manos del obstetra, con el cordón umbilical extendido, saliendo por un extremo del cuadro. La gente escandalizada le lanzaba cosas, y entonces se me ocurrió preguntarle algo a Toscani: toda esa gente escandalizada eran verdaderos idiotas; a mí el cartel no me inmutaba, pero a esas personas parecía inundarlas la rabia y la indignación, de modo que a fin de cuentas él tenía que reconocer que lo que hacía tenía como fin escandalizar a los idiotas.

Toscani pensó un instante y me dijo: “No es así, yo no hago cosas para escandalizar a los idiotas, pero lo que yo hago te permite identificar a los idiotas. ¿O acaso sos capaz de identificarlos a simple vista? Gracias a mí podés hacerlo”. Tenía razón: el arte también sirve para eso. El arte y otras cosas.

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