sábado, 24 de octubre de 2020

La otra usurpación


Por Héctor M. Guyot

El peronismo sigue jugando el juego del poder en la cubierta de un Titanic que va derecho al desastre, con todo el país a bordo. Los principales referentes de ese grupo variopinto que Cristina Kirchner reunificó para volver al gobierno parecen perdidos en astucias y especulaciones, a tal punto que uno se pregunta si son conscientes de que el casco del barco está lleno de agujeros y los que viajan en la bodega -la gran mayoría de los pasajeros- ya tienen el agua por el cuello. 

Mientras, la única facción que tiene un plan y sabe lo que quiere es el kirchnerismo, que encuentra en la profundización de la crisis el mejor de los escenarios para alcanzar sus objetivos. Los demás, convencidos de que despliegan un juego propio, en verdad cumplen el papel de obedientes remeros. Luego de entregar el timón a la capitana, colaboran en poner proa hacia el más encrespado de los mares. Y la nave va.

Es la nave de los locos, en la que el verbo que más se conjuga es tomar. Tomar a la fuerza, por la vía de hecho, a veces tras un velo de falsa legalidad y otras de forma desembozada. Las usurpaciones de terrenos y campos son el espejo de lo que ocurre en las sombras: el Gobierno avanza sin pausa en la ocupación de los tres poderes del Estado. Solo si lo logra podrá garantizar la impunidad de la capitana y alimentar la máquina picadora de papel con los expedientes en los que obra la prueba de que los Kirchner llevaron a su máxima expresión el corporativismo extractivo que signó la vida política y económica del país en los últimos 70 años, con escasas interrupciones.

No sorprende, entonces, la ambivalencia con que los funcionarios del Gobierno se refieren a las tomas de terrenos. Detrás de las usurpaciones hay operaciones organizadas que, en muchos casos, son acompañadas por el Estado en sus distintos niveles y reparticiones. "Ocupar no es delito", dijo Juan Grabois, ahijado del Papa y alineado con Cristina Kirchner. Sergio Berni, ministro de Seguridad de la provincia, acusó a los dirigentes del Movimiento Evita de estar detrás de las tomas. Las desinteligencias de la coalición gobernante son funcionales al rumbo que lleva la nave.

Las tomas son la pobreza convertida en negocio. Afloran en ellas el atraso y la indigencia, pero también los aprovechadores de siempre que sacan rédito de la necesidad, además de un Estado cómplice, incapaz o ausente. Pero en Guernica o Villa Mascardi lo que hay, le guste o no a Grabois, es un delito tipificado en el artículo 181 del Código Penal. Las usurpaciones, que se extienden en el tiempo sin que la autoridad reaccione, son una muestra de la ausencia de ley. Ese vacío es rápidamente ocupado por un relato justificatorio que, en sus distintas adaptaciones, se conjuga sin esfuerzo con el relato madre que la capitana supo urdir y que determina la titubeante respuesta al problema de los funcionarios.

Ese gran relato es el capital mejor cultivado de Cristina Kirchner. Alimenta el fervor de sus marineros y levanta un velo que embellece lo impresentable, a tal punto que el delito acaba convertido en una gesta épica de la cual se cuelgan cínicos e ingenuos. Al mismo tiempo, eleva su persona a la condición de mito, y de esta forma queda liberada de la contaminación que podría producirle la realidad a través de aquello que hizo o dijo cuando fue eterna. Los cuadernos son fotocopias y los bolsos no existieron. En el dogma del relato, solo algo tan rastrero como el lawfare podría contradecir esta verdad incuestionable.

Ese relato, cuya superestructura es el relato que Perón le legó a su descendencia, se reescribe y se perfecciona constantemente. Ahora el Gobierno trajo de Ecuador la estatua de Néstor Kirchner para conmemorar los diez años de su muerte. Al modo soviético, planean emplazarla en el centro cultural que lleva su nombre. La capitana quiere edificar un panteón a su medida en beneficio de su propio mito, de ese relato madre que se multiplica en tantos otros ligados a fines más concretos. Un ejemplo es la operación que desarrolla en Dolores el juez Ramos Padilla para dinamitar la causa de los cuadernos, en la que esta semana, basado en datos falsos y suposiciones caprichosas, amplió los procesamientos del fiscal Stornelli y, en un ataque a la libertad de prensa, del periodista Daniel Santoro.

Usurpar es tomar lo que no te pertenece. Y eso es lo que está haciendo el kirchnerismo con la Justicia. El fin es dar de baja los hechos y la ley para imponer, ya sin resistencia, el relato. Los que quieren vivir en una república cuentan con un último recurso. La Corte Suprema definirá si el país vuelve a instalarse en la realidad o si la realidad pasa a ser la devastadora sugestión kirchnerista. En síntesis, si hubo un saqueo que puede verse en la tragedia de Once, la fiesta verde de la Rosadita, los bolsos voladores de López y una docena de expedientes o si lo que hubo en cambio fue una revolución nac&pop que dio la vida por el pueblo y ahora baila en la cubierta del Titanic, decidida a completar su faena.

© La Nación

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