lunes, 7 de septiembre de 2020

Para salvar a Manzoni de la escuela

Por Guillermo Piro
Los novios (I promessi sposi, 1827) no es solo la novela italiana histórica por excelencia, es, también por excelencia, una de las obras maestras que ha dado la literatura mundial a lo largo de todas las épocas históricas. Las razones de su genialidad son muchas, y su recurrencia en días de pandemia es más que obvia: en ella se narra, entre otras cosas que sería largo enumerar, la peste bubónica que azotó a Milán entre 1628 y 1629, peste por la que murieron 60 mil personas en una ciudad habitada entonces por 130.000.

El mismo César Aira sostiene que solo tres novelas, en la historia de la literatura mundial, comparten la perfección absoluta: el Quijote, naturalmente, el Tom Jones de Fielding y Los novios de Manzoni. Nuevamente aquí las razones son muchas, pero Aira menciona un detalle solo: la “solución final” a un dilema irresoluble que encuentra el autor faltando pocas páginas para terminar la novela es uno de los gestos más geniales que fue capaz de concebir autor alguno en cualquier siglo.

Su perfección ha hecho de Los novios un libro de lectura obligada en las escuelas secundarias italianas: no existe en Italia, de hecho, persona alguna alfabetizada que no lo haya leído de punta a punta. En la mayoría de los casos se trata de un acto de tortura con que el Estado logra hacer madurar en los alumnos un odio irrefrenable hacia la literatura en general y hacia Manzoni en particular –algo muy similar a lo que ocurre en muchos otros países con muchas otras obras ejemplares. En el diario italiano Il Foglio, Antonio Gurrado expone cuatro razones por las que sería conveniente dejar de someter a los alumnos italianos a la lectura ogligatoria de la obra cumbre de Manzoni.

“La literatura avanza hacia atrás”, dice Gurrado, y Dios me perdone pero cuánta razón tiene. El apasionamiento por la literatura proviene de la lectura de obras apenas precedentes, obras de autores que a su vez se habían apasionado con la lectura de obras apenas precedentes, y así sucesivamente: “Hacer leer Los novios a todos los quinceañeros italianos significa creer que la pasión surge de la autoridad”, dice Gurrado.

“La Italia descrita por Manzoni ya no existe”, prosigue: tal como ocurre con tantas obras maestras, el público al que estaba dirigida ha muerto, las claves de lectura para comprender un texto ambientado en el siglo XVII, visto a través de la pluma de un espíritu ilustrado del XIX, se perdieron en el tiempo. “Descontextualizado a golpes de ignorancia, Los novios queda en la mente de los estudiantes como una tradición incomprensible y un poco extraña, que se debe desentrañar antes de que suene la campana”.

“Dado que es de lectura obligatoria, se lee sin leer”. Y aquí Gurrado propone una prueba: parar a cualquier adulto que ya ha pasado por el calvario de la lectura manzoniana y preguntarle cómo comienza Los novios; no es que no lo recordará, creerá recordarlo, lo que es peor, equivocando el íncipit. Porque no recordar significa haber olvidado, pero en cambio, “estar convencido de que comienza de otro modo significa que entre los ojos de ese hombre y la primera página ha caído un velo de aburrimiento y de distracción que lo ha acompañado hasta el final”.

Por último, dice Gurrado, colocar a un estudiante ante una obra tan majestuosa significa someterlo “a la síntesis, a la paráfrasis, a la banalización de la verificación, a la explicación aproximativa del profesor suplente. Dejar de hacer que los estudiantes lean Los novios no significa salvar a la escuela de Manzoni, significa salvar a Manzoni de la escuela”.

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