lunes, 28 de septiembre de 2020

Calor en Milán

Por Guillermo Piro

Un amigo me regala El gran Gatsby de Scott Fitzgerald en italiano, con traducción de Fernanda Pivano. Como diría Vallejo, tengo la impresión de que desea menos que lo lea como que escriba sobre ella. 

Fernanda Pivano es tal vez la mejor divulgadora de la literatura norteamericana en Italia. Cuenta la leyenda que cuando tenía 19 años su profesor de literatura le puso en la mano un ejemplar de la Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters en inglés, y ella abrió el libro al azar y leyó: “Besándola con el alma en los labios, de repente mi alma emprendió vuelo”. 

El profesor era Cesare Pavese (quien tradujo el Moby Dick, nada menos). Eso fue suficiente para que se enamorara de manera múltiple: de Pavese, de Edgar Lee Masters, de la literatura norteamericana, de Spoon River y de la traducción. Toda su vida a partir de entonces estuvo signada por ese instante en que nació una deuda de amor impagable. En distinta medida muchos hemos padecido esos enamoramientos y también seguimos pagando. Fernanda Pivano tradujo el libro de Edgar Lee Masters, y a ese libro siguieron muchos, muchos otros, traducidos y escritos por ella. 

Conoció a toda la cumbre de la literatura norteamericana desde los grandes íconos de los años 20, como Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Dorothy Parker y William Faulkner, hasta los escritores de décadas recientes, como Bret Easton Ellis, David Foster Wallace, Chuck Palahniuk y Jonathan Safran Foer, pasando por los de la generación beat, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti. A todos los tradujo, lo que en palabras de Antonio Tabucchi quiere decir (es una metáfora) que a todos vio en pijama. 

Seducida por todos, permaneció siempre fiel a su marido, el arquitecto Ettore Sottsass, con quien estuvo casada 37 años. Más tarde, luego del divorcio, se arrepentiría de no haber cedido a las insinuaciones de Hemingway y Kerouac (inolvidable el video en que Kerouac, borracho como una cuba, en medio de una entrevista se abalanza una y otra vez sobre ella para besarla. Está en YouTube, búsquenlo).

Hubo un tiempo en que los candidatos al Premio Nobel de Literatura se filtraban. Así fue como en su momento llegó al editor de Graham Greene que su nombre figuraba entre los posibles ganadores, y así fue como llegó también al editor de Faulkner que figuraba el suyo. Contra los deseos del escritor, el editor compró un pasaje de avión y organizó una gira europea leyenbdo fragmentos de sus obras en librerías italianas y francesas, para terminar su recorrido en Suecia, donde al saber de su llegada sería sin duda recibido y homenajeado.

Quien acompañó a Faulkner en su estadía italiana fue, naturalmente, la Pivano. Ella misma recuerda el último día, cuando despedía al escritor en ruta hacia París en la Estación Central de Milán. El tren esperaba en el andén, era agosto, hacía un calor sofocante, y la Pivano vio una gota de sudor caer por la mejilla del escritor, lo que le hizo suponer que tenía sed. Entonces le preguntó: “¿Quiere un vaso de agua?”, a lo que Faulkner la miro extrañado, como si ella hubiese hablado en otro idioma. Pivano explica entonces que es algo que ocurre a menudo a los que dominan dos lenguas, y es que a veces se distraen y no saben en qué lengua acaban de hablar. Así que esta vez, en perfecto inglés, la Pivano repitió: “Do you want a glass of water?”, a lo que el escritor abrió el bolso que lo había acompañado durante toda su estadía y que yacía a sus pies y le mostró a la Pivano el contenido: una docena de botellas de bourbon, su único equipaje. Lo que mi amigo tanto deseaba finalmente lo consiguió: les voilà.

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